Así fue la noche del asesinato de la comboniana Maria de Coppi en Mozambique
La religiosa Ángeles López, que también formaba parte de la misión, narra el ataque y cómo consiguió escapar
Son casi las nueve de la noche. Maria de Coppi y Ángeles López, misioneras combonianas italiana y española, ambas de 82 años, repasan las noticias que ha recibido la primera sobre ataques de islamistas en un par de aldeas cercanas a su misión de Chipene (Mozambique). Calculan que están a 20 kilómetros. De Coppi se va a su habitación. Envía un mensaje de voz a su sobrina Gabriella Bottani, también comboniana. «La situación aquí no es buena». Llevan tiempo atendiendo a 400 familias desplazadas de Cabo Delgado, al norte, pero ahora «todo el mundo huye». Esa tarde, en un puesto del Gobierno «no quedaba nadie. Reza por nosotros».
Bottani la llama inmediatamente: «¿No os vais a marchar?». Las religiosas aún no tienen un plan, piensan que hay tiempo. Pero lo valoran si la gente se va. «Veamos cómo sigue la cosa», dice De Coppi. De repente, se oye un disparo.
«Se le llevó toda la cara. Pienso que no sufrió», relata López a Alfa y Omega sobre lo ocurrido el 6 de septiembre. «Cuando abrí la puerta de su habitación estaba en medio de un charco de sangre». Los terroristas la habían visto por la ventana. Mientras media docena de atacantes entraban en la casa y disparaban, López se dirigió agachada a otra salida. Ya fuera le dieron caza y la agarraron del cuello. Sacaron a De Coppi a la calle y prendieron fuego a la misión y a la iglesia. Mientras, la española estaba atada y sentada en el suelo. «No esperaba otra cosa que que me cortaran el cuello». Por fin, la dejaron en libertad, con la advertencia de que «nos fuéramos porque no querían esta religión aquí».
Corriendo «como una gacela», López llegó al edificio de al lado, donde estaban su compañera Eleonora Reboldi y 13 de las 40 niñas de las aldeas cercanas que viven en su hogar para poder estudiar en Chipene. No habían podido marcharse ese día a sus casas, como el resto, y lo iban a hacer por la mañana. «Nos fuimos al bosque para salvar a las niñas, porque las raptan». Pasaron horas en pijama en total oscuridad. «Fue una noche de frío y miedo que solo Dios sabe». Inmediatamente, su pensamiento se va a las familias que llevan días así.
Les preocupaban dos sacerdotes italianos que vivían cerca. Al alba, se acercaron y descubrieron con alivio que estaban vivos. Los habían atacado, pero pudieron refugiarse en sus cuartos y escapar cuando prendieron fuego al edificio, relata a este semanario Alberto Vera, español y obispo de Nacala, a la que pertenece Chipene. Pronto llegaron unos sacerdotes enviados por él y llevaron a todos a un lugar seguro. López tuvo que coger ropa de De Coppi, pues sus pertenencias (incluidos sus audífonos) estaban quemadas.
Ahora, en Chipene no queda ningún religioso; solo soldados. Las niñas que tienen familia ya están con ella, y las que no están en otra casa de las combonianas en Nampula, capital provincial.
Las circunstancias no son las mejores para que López celebre estos días sus 50 años en el país. De Coppi llegó hace 59. Ya vivieron «una guerra muy complicada», primero por la independencia (1964-1975) e inmediatamente después un conflicto civil hasta 1992. De hecho, De Coppi estuvo en grave peligro durante una emboscada.
Habían creído a quienes decían que la insurgencia islamista que desde 2017 golpea Cabo Delgado no era igual, apunta López. Pero hace tres meses los miembros de Al Shabaab «pasaron el río Lurio», que separa esta provincia de Nampula, «quemaron una aldea y se llevaron a gente; fue una señal». Ahora se confirma que están en expansión. El obispo ya está pidiendo recursos para atender a más desplazados en los próximos meses. «Está llegando una multitud que camina kilómetros y kilómetros con lo puesto, y necesitan comer».