Fraternidad entre los creyentes para construir la paz
Los encuentros de Sant’Egidio ponen en valor la capacidad movilizadora de la fe frente a desafíos como la crisis climática o el rechazo a los migrantes
Líderes de las principales religiones del mundo se han dado cita del 15 al 17 de septiembre en Madrid para impulsar el diálogo y la convivencia. Desde 1987, un año después del histórico encuentro interreligioso convocado en Asís por san Juan Pablo II, la Comunidad de Sant’Egidio organiza anualmente estos foros en los que participan también dirigentes políticos e intelectuales. En paralelo a la agenda pública, se desarrollan multitud de reuniones de carácter más informal pero de no menor importancia. Así se fraguó por ejemplo el Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común, rubricado por el Papa durante su viaje en febrero a Abu Dhabi. El otro firmante, el imán de Al Azhar, Ahmed Al-Tayyeb –considerado la máxima autoridad académica en el islam sunita–, conoció al Pontífice por medio de Sant’Egidio, tras haber participado en varios de estos encuentros.
Igualmente importante es el intercambio entre personalidades religiosas, diplomáticos y políticos. Sant’Egidio es conocida por sus mediaciones en conflictos bélicos (en Madrid ha estado el presidente de la República Centroafricana para agradecer los buenos oficios de la comunidad a favor de la paz en su país, mano a mano con el Papa), pero también por sus iniciativas a favor de la convivencia en contextos de fragmentación social y multiculturalismo.
«La fraternidad ente los creyentes, además de ser una barrera para las enemistades y las guerras, es fermento de fraternidad entre los pueblos», decía el Papa Francisco en su mensaje al arzobispo de Madrid, coorganizador de esta última edición, en la que han participado representantes de más de 80 países. Es «un momento difícil para el mundo», y se necesita, según Francisco, la unidad a favor de la paz entre las distintas religiones, junto a los «hombres y mujeres de buena voluntad».
Ante desafíos mundiales como la crisis climática, la hostilidad a migrantes y refugiados, la pobreza o las guerras, la capacidad movilizadora de la fe tiene una importancia decisiva, destacaron en la inauguración Jeffrey Sachs, asesor de Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo del Milenio, o el alto comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi.
Un elemento de especial importancia es la purificación de la memoria. Israel Meir Lau, ex gran rabino asquenazí de Israel (considerado algo así como el Benedicto XVI del judaísmo), habló de su experiencia como niño en el campo de concentración de Buchenwald. Prácticamente toda su familia fue asesinada por los nazis. Sobre ello conversó durante su encuentro en 1993 con un Juan Pablo II que le escuchaba por momentos «con lágrimas en los ojos». Wojtyla había conocido personalmente en Cracovia al abuelo de Meir Lau, también rabino, y durante su visita a Jerusalén en marzo de 2000 pidió perdón por la complicidad de algunos hijos de la Iglesia en el Holocausto. «Qué gran hombre, qué gran líder espiritual», dijo Meir Lau, extendiendo los halagos a líderes políticos árabes y musulmanes (el Egipto Al Sadat y el rey de Jordania) que tuvieron el coraje de buscar la reconciliación con Israel.
Pero experiencias de encuentro de este tipo existen a todos los niveles. Michel Santier, obispo de Créteil, en la periferia de París, puso como ejemplo la iniciativa que han llevado a cabo este verano jóvenes musulmanes y católicos de su diócesis de repartir comida a unas 100.000 personas afectadas por la escasez de recursos sociales durante el período vacacional. También se han establecido encuentros de oración y diálogo sobre la figura de María en la catedral, las mezquitas y las sinagogas, alternando oraciones y cánticos en hebreo, latín y árabe. Y el gran rabino, el imán y el obispo han comenzado a visitar juntos los institutos. No solo desaparecen así los prejuicios entre jóvenes con diversas culturas de procedencia, sino que además los chicos han normalizado el hecho religioso, sin que las diferencias supongan un motivo de conflicto, sino, antes bien, una ocasión para el encuentro. «Antes no hablaban de su fe», especialmente los católicos, pero el tema ha dejado de ser tabú, dijo Santier.
La amenaza de los populismos
No todo han sido ejemplos de buenas prácticas. En un ejercicio de autocrítica, el gran canciller la Universidad de Al Azhar, Mohammed Al-Mahrasawi, aseguró que el «proyecto de paz islámica» comienza por la paz interior, se extiende a la familia y a la comunidad y, en un nuevo escalón, alcanza a «los no musulmanes», pero «por desgracia este es el eslabón que falta en algunas escuelas de pensamiento [coránicas] y en muchas políticas actuales».
Con respecto al cristianismo, numerosas intervenciones pusieron el foco en la alianza que algunos sectores –católicos, evangélicos u ortodoxos– pretenden establecer con movimientos políticos autoritarios y populistas. El histórico miembro del movimiento Solidaridad Adam Michnik lanzó sus dardos contra «la alianza trono-altar» entre el nacionalismo gobernante y una parte de la Iglesia. El mítico redactor jefe del diario Gazeta Wyborcza cree que su país es hoy «una caricatura de lo que sucede en Europa». Por un lado, «el iluminismo se ha radicalizado», igual que «una parte de los obispos, que apoyan valores que nada tienen que ver con el Evangelio ni con las enseñanza de Juan Pablo II», sino que «hablan una lengua de odio contra el diferente».
La alcaldesa de Gdansk, la liberal Aleksandra Dulkiewicz, afirmó que «el discurso de odio, habitual hoy en la televisión pública», sobre las migraciones o contra los homosexuales creó el caldo de cultivo para el asesinato el pasado mes de enero de su predecesor y correligionario, Pawel Adamowicz. Frente a ello, resaltó la responsabilidad moral de los dirigentes públicos. «No puedes empujar a la sociedad a cambiar de mentalidad, eso no es fácil», dijo. «Pero un político inteligente puede mostrar a las personas cómo ser mejores», en lugar de incitarles a «ser peores». A su lado, asentía el nuevo alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida.