Esta semana el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, adelantó a un grupo de periodistas la situación en la que se encuentra la renovación de los pactos entre la Santa Sede y China. Con China «estamos tratando de encontrar los mejores procedimientos también para la aplicación del acuerdo firmado en su día y que se renovará a finales de este año», dijo Parolin. Sus palabras tienen un especial valor, pues es el hombre del Papa en esta negociación.
La renovación actual tuvo su inicio en septiembre de 2018, cuando se firmaron en Beijing los pactos —hasta la fecha se mantienen en secreto—. Este fue el primer acuerdo entre ambos Estados desde la ruptura de las relaciones diplomáticas, en 1951. En este contexto es preciso decir que este acuerdo ya se ha renovado dos veces, en 2020 y en 2022.
En su mensaje dirigido a los católicos chinos y a la Iglesia universal —días después de los pactos—, el Papa señaló que el único objetivo del acuerdo fue «sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica de China».
Este mensaje no es la única aportación del Papa. Se podría decir que esta negociación diplomática ha estado acompañada por gestos y declaraciones que Francisco ha hecho en cada etapa de la renovación. Así, en la intención de oración mundial para marzo del 2020, animó a que «recemos juntos para que la Iglesia en China persevere en la fidelidad al Evangelio y crezca en unidad». Con esta llamada a la oración, el Papa señala dos aspectos fundamentales a cuidar: evitar la división entre la comunidad católica china y la fidelidad al Evangelio. Además, fue una invitación a que «los cristianos chinos sean cristianos en serio y que sean buenos ciudadanos», en alusión a que la vida en el Evangelio edifica la sociedad y promueve el bien común.
En la actual tercera renovación del acuerdo, el Papa ha continuado con su política de gestos. El 21 de mayo de este año envió un videomensaje a los participantes en la conferencia internacional 100 años del Concilium Sinense. En él, Francisco puso como ejemplo el «método Constantini» —en alusión a Celso Constantini, primer delegado apostólico de Pío XI en China—, que sintetizó al afirmar que la «misión de la Iglesia era evangelizar, no colonizar».
Igualmente, Francisco ha propuesto el «método Pantoja». Así lo manifestó en una carta que se hizo pública hace unas semanas en el documental en mandarín sobre el jesuita español Diego de Pantoja, producido por Boston College. En ella afirmó que el misionero madrileño presentó «un modelo de inculturación de la fe y evangelización de la cultura […] capaz de ir a la esencia del Evangelio». Francisco llega a escribir que Pantoja «tuvo el valor de proponer la fe en versión china».
Apelando a la propia historia de la Iglesia, el Pontífice afirmó en diálogo con los medios, en 2018, la legitimidad de similares pactos en otros momentos. Así, recordó los tratados de la Iglesia con los imperios español y portugués —en una alusión directa al patronato y vicariato regio por el que los reyes elegían a los obispos— o con el Imperio austrohúngaro.
Asimismo, en una entrevista concedida a la agencia Reuters, en 2022, el Papa volvió a defender el acuerdo con China e hizo un paralelismo con las gestiones diplomáticas llevadas a cabo por el cardenal Agostino Casaroli con el bloque soviético durante la Guerra Fría —Ostpolitik—. «La diplomacia es el arte de lo posible y de hacer que lo imposible se convierta en real», afirmó Francisco.
Basten estos datos para sostener que los pactos de la Santa Sede con China promovidos por Francisco se basan en la certeza de que la historia es de Dios. Es decir, que hay que tener esperanza en el futuro, aunque los tiempos se muevan «a la manera china». Como dijo el Papa en la misma entrevista, «los chinos tienen ese sentido del tiempo que nadie les apura». Tal vez la espera de resultados inmediatos es fruto de nuestra cosmovisión occidental.
Es cierto que las negociaciones son lentas. Sin embargo, esto no quiere decir que sean inmóviles. La mejor prueba de ello es que la Iglesia en China supera ya su división. «Todos los obispos de la tierra de Confucio están en plena comunión con la Iglesia de Pedro», como ha dicho Parolin.
Creo que el Papa tiene el convencimiento de que el cristianismo nunca ha desposeído a la sociedad china de su propia identidad, sino que siempre la ha enriquecido. Es por eso que no cejará en el empeño de hacer posible que la fe pueda ser predicada en libertad para bien de toda China. Recordemos que no es incompatible profesar la fe en el Resucitado y en su Iglesia y buscar el bien de la propia nación.