Francisco: «Ser Papa no me hace menos pecador o más santo»
La revista Civiltà Cattolica ha publicado este jueves la conversación que Francisco mantuvo los días 5 y 8 de septiembre pasados con los jesuitas de Mozambique y Madagascar con ocasión de su visita apostólica a África. El artículo se titula La Soberanía del Pueblo de Dios. A continuación, el texto completo del coloquio publicado
El jueves 5 de septiembre, durante su viaje a Mozambique, el papa Francisco se encontró de forma privada con un grupo de veinticuatro jesuitas, veinte de los cuales eran de Mozambique, tres de Zimbabue y uno de Portugal. Estaba entre ellos el provincial, el padre Chiedza Chimhanda. El encuentro tuvo lugar en la nunciatura alrededor de las 18:15 horas, después de que el papa regresara de sus compromisos de la jornada. La provincia de los jesuitas de Zimbabue-Mozambique fue constituida a fines de diciembre de 2014. Cuenta actualmente con 163 miembros, 90 de los cuales son jóvenes en formación. Los jesuitas aplaudieron al papa a su llegada; él les pidió que formaran un círculo con las sillas. La conversación duró una hora larga. Tras los saludos del provincial, el papa invitó a los jesuitas a plantear preguntas para iniciar la conversación.
Mozambique
El primero en tomar la palabra fue el P. Paul Mayeresa, que trabaja en Beira en el apostolado educativo. Él le pidió al papa un pensamiento sobre las preferencias apostólicas de la Compañía y un consejo sobre cómo vivirlas en Mozambique. El Papa respondió de la siguiente manera.
No es fácil reconstruir una sociedad dividida. Vosotros vivís en un país que ha atravesado luchas entre hermanos. Pienso que, por ejemplo, la preferencia apostólica que tiene que ver con los ejercicios espirituales puede ayudar mucho en este contexto. Se pueden dar ejercicios a personas comprometidas en los distintos sectores de la sociedad y hacerlas así más aptas para desarrollar su función de unir y reconciliar. Se trata de la experiencia del discernimiento espiritual que guía la acción.
Hace falta un acompañamiento adecuado, especialmente si en la sociedad y en la nación hay necesidad de unidad, de reconciliación. Sabemos que a veces lo óptimo es enemigo de lo bueno y, en un momento de reconciliación, hay que tragarse muchos sapos. En este proceso es preciso enseñar a tener paciencia. Hace falta la paciencia del discernimiento para ir a lo esencial y dejar de lado lo accidental. ¡A veces hace falta verdaderamente mucha paciencia! Pero después es preciso enseñar también los contenidos, es decir, la Doctrina Social de la Iglesia. Pero atención: en todo caso, el jesuita no debe dividir. En la sociedad de Mozambique hay necesidad de reconciliación: unir, unir, unir, unir, unir, tener paciencia, esperar. Nunca dar un paso para dividir. Somos hombres del todo, no de la parte.
Tú trabajas en el apostolado educativo y estás en medio de los jóvenes. Tu trabajo es importante y exigente. Los jóvenes tienen buena voluntad, pero pueden ser una presa fácil para el engaño, para la impaciencia. Es necesario estar cerca de los jóvenes, darles espacio para que puedan discernir lo que sucede en su corazón. La formación considera a la vez las ideas y los sentimientos. Para actuar bien hay que considerar siempre las ideas y los sentimientos que se tienen. Por ejemplo, hay que ayudar a los más jóvenes a reconocer cuándo viven en la resignación y, por tanto, en el estancamiento. Y también a reconocer cuando, por el contrario, viven una sana inquietud. En suma, hace falta una obra de discernimiento espiritual, de acompañamiento por el bien de la sociedad.
A continuación, habla el padre Bendito Ngozzo, capellán de la escuela secundaria San Ignacio de Loyola: «Algunas sectas protestantes utilizan la promesa de riqueza y prosperidad para hacer prosélitos. Los pobres se dejan fascinar y esperan volverse ricos adhiriendo a estas sectas que utilizan el nombre del evangelio. De ese modo, abandonan la Iglesia. ¿Qué recomendación puede darnos para que nuestra evangelización no sea hacer proselitismo?».
Lo que dices es muy importante. Así y todo, hay que distinguir bien entre los que se denominan «protestantes». Hay muchos con los cuales podemos trabajar muy bien y a los que les importa un ecumenismo serio, abierto, positivo. Pero hay otros que buscan solamente hacer proselitismo y utilizar una visión teológica de la prosperidad. Has sido muy preciso en tu pregunta.
En La Civiltà Cattolica se han publicado dos artículos importantes al respecto. Te los aconsejo. Fueron escritos por el padre Spadaro y por el pastor presbiteriano argentino Marcelo Figueroa. El primer artículo hablaba del «ecumenismo del odio». El segundo versaba sobre la «teología de la prosperidad. Al leerlos verás que hay sectas que verdaderamente no pueden definirse como cristianas. Predican a Cristo, sí, pero su mensaje no es cristiano. Nada que ver con la predicación de un luterano o de otro cristiano evangélico serio. Estos llamados «evangélicos» predican la prosperidad, prometen un evangelio que no conoce la pobreza, sino que busca simplemente hacer prosélitos. Es justamente lo que Jesús condena en los fariseos de su tiempo. Lo he dicho varias veces: el proselitismo no es cristiano.
Hoy sentí una cierta amargura cuando concluí el encuentro con los jóvenes. Una señora se me acercó con un joven y una joven. Se me indicó que formaban parte de un movimiento un poco fundamentalista. Ella me dijo, en perfecto español: «Santidad, vengo de Sudáfrica. Este muchacho era hindú y se convirtió al catolicismo. Esta chica era anglicana y se convirtió al catolicismo». Pero me lo dijo de manera triunfal, como si hubiese hecho una batida de caza, con el trofeo. Me sentí incómodo y se lo dije: «Señora, evangelización sí, proselitismo no».
Lo que quiero decir es que la evangelización libera. En cambio, el proselitismo hace perder la libertad. El proselitismo es incapaz de crear un camino religioso en libertad. Prevé siempre gente de un modo u otro sometida. En la evangelización el protagonista es Dios, en el proselitismo lo es el yo.
Es verdad, hay muchas formas de proselitismo. El de los equipos de fútbol, la afición, están bien, ¡por favor! Y además está claro que existen las formas de proselitismo de las sociedades comerciales, de los partidos políticos. El proselitismo está extendido, bien lo sabemos. Pero no debe estarlo entre nosotros. Debemos evangelizar, que es algo muy distinto del proselitismo.
San Francisco de Asís dijo a sus hermanos: «Id al mundo, evangelizad. Y, si es necesario, también con las palabras». La evangelización es esencialmente testimonio. El proselitismo es convincente, pero es todo afiliación, y te quita la libertad. Creo que esta distinción puede ser de gran ayuda. Benedicto XVI dijo en Aparecida una cosa maravillosa: que la Iglesia no crece por proselitismo, crece por atracción, la atracción del testimonio. Las sectas, en cambio, al hacer prosélitos, separan a las personas, les prometen muchas ventajas y, después, las abandonan a sí mismas[4].
Entre vosotros hay seguramente teólogos, sociólogos y filósofos: os pido que estudiéis y profundicéis la diferencia entre proselitismo y evangelización. Leed la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI. Allí está claro que la vocación de la Iglesia es evangelizar. Más aún, la identidad misma de la Iglesia es evangelizar. Pero, lamentablemente, no solo en las sectas, sino también dentro de la Iglesia católica hay grupos fundamentalistas. Subrayan el proselitismo más que la evangelización.
Otra cosa típica de la actitud de proselitismo es que no distingue entre fuero interno y fuero externo. Y es el pecado en que caen hoy muchos grupos religiosos. Por eso he pedido a la Penitenciaría Apostólica que haga una declaración sobre el fuero interno, y la declaración que han hecho es verdaderamente muy buena.
La evangelización no viola nunca la conciencia: anuncia, siembra y ayuda a crecer. Ayuda. En cambio, quienquiera que haga proselitismo viola la conciencia de las personas: no las hace libres, las hace depender. La evangelización te da una dependencia «paterna», es decir, te hace crecer y te libera. El proselitismo te da una dependencia servil, de conciencia, y social. La dependencia del evangelizado, la «paterna», es el recuerdo de la gracia que Dios te ha dado. El prosélito, en cambio, depende no como un hijo, sino como un esclavo, que al final no sabe qué hacer si no se le indica.
Recomiendo una vez más estos dos artículos de La Civiltà Cattolica: leedlos, estudiadlos, porque allí hay mucho de lo que te he dicho. Aquí he procurado comunicaros la intuición principal.
Toma la palabra un estudiante, Leonardo Alexandria Simão, que está cursando su período de formación en Beira. Relata acerca de su trabajo con los jóvenes. El papa le dice que es un trabajo importante y que su «tarea es comunicar el evangelio y hacer que los jóvenes sean interiormente libres». Después, el jesuita le pregunta si ha cambiado su experiencia de Dios desde que fue elegido papa, y cómo. Francisco se toma un breve tiempo para reflexionar y después responde…
No te sé decir, de verdad. O sea, creo que, fundamentalmente, mi experiencia de Dios no ha cambiado. Sigo siendo siempre el mismo de antes. Sí, advierto un sentimiento de mayor responsabilidad, sin duda. Además, mi oración de intercesión se ha hecho mucho más amplia que antes. Pero también antes vivía la oración de intercesión y sentía la responsabilidad pastoral. Sigo caminando, pero no hay cambios verdaderamente radicales. Le hablo al Señor como antes. Siento que me da la gracia que me hace falta para el tiempo presente. Pero el Señor me la daba también antes. Y, además, cometo los mismos pecados que antes. La elección a Papa no me ha convertido de golpe, de modo de hacerme menos pecador que antes. Soy y sigo siendo un pecador. Por eso me confieso cada dos semanas.
No me habían planteado nunca antes esta pregunta, y te agradezco que me la hayas planteado, porque me hace reflexionar sobre mi vida espiritual. Entiendo, como te decía, que mi relación con el Señor no ha cambiado, aparte de un mayor sentimiento de responsabilidad y de una oración de intercesión que se ha ampliado al mundo y a toda la Iglesia. Pero las tentaciones son las mismas y también los pecados. El solo hecho de que ahora yo me vista todo de blanco no me ha hecho para nada menos pecador y más santo que antes.
Me conforta mucho saber que Pedro, la última vez que aparece en los Evangelios, es todavía inseguro como lo era antes. Junto al mar de Galilea Jesús le pregunta si lo ama más que los otros y le pide que apaciente sus ovejas, y después lo confirma. Pero Pedro sigue siendo la misma persona que era: testarudo, impetuoso. Pablo deberá confrontarse y luchar con esa testarudez en razón de los cristianos que venían del paganismo y no del judaísmo. Al comienzo, en Antioquía, Pedro vivía la libertad que Dios le había dado, se sentaba a la mesa con los paganos y comía con ellos tranquilamente, dejando de lado las reglas alimentarias judías. Pero después llegaron allí algunos de Jerusalén, y Pedro, por temor, se retiró de la mesa de los paganos y comía solo con los circuncisos. En suma: de la libertad pasa de nuevo a la esclavitud del temor. He ahí al Pedro hipócrita, al hombre del compromiso. Leer sobre la hipocresía de Pedro me conforta mucho y me pone en guardia. Sobre todo me ayuda a comprender que no hay magia alguna en el haber sido elegido papa. El cónclave no funciona por magia.
Interviene el padre Joachim Biriate, socio del padre provincial, para plantear una pregunta: «¿Cómo se hace para evitar caer en el clericalismo en el curso de la formación al ministerio sacerdotal?
El clericalismo es una verdadera perversión en la Iglesia. El pastor tiene la capacidad de ir delante de la grey para indicarle el camino, de estar en medio de la grey para ver qué sucede en su interior, y también de ir detrás de la grey para asegurarse de que no se deje a nadie atrás. Por el contrario, el clericalismo pretende que el pastor esté siempre delante, establece una ruta y castiga con la excomunión a quien se aleja de la grey. En síntesis: es justo lo opuesto a lo que hizo Jesús. El clericalismo condena, separa, frustra, desprecia al pueblo de Dios.
Una vez fui a confesar en un santuario en el norte de Argentina. Terminada la misa, salí con otro sacerdote. Una señora se acercó a él con estampitas y rosarios pidiéndole que bendijera esos objetos. Mi amigo le explicó: «Usted estuvo en misa y, al final de la misa, ya recibió la bendición; por tanto, todo fue ya bendecido». Pero la señora seguía pidiéndole la bendición. Y el sacerdote siguió en su explicación teológica: «¿La misa es el sacrificio de Cristo?». Y la señora respondió que sí. «¿Es el sacrificio del cuerpo y de la sangre de Cristo?». Y la señora respondió que sí. «¿Y crees tú que Cristo, con su sangre, nos ha salvado a todos?». La señora respondió que sí. Justo en ese momento el sacerdote vio a un amigo suyo y se distrajo. Y la señora se dirigió de inmediato a mí, pidiéndome: «Padre, ¿me da la bendición?». Pero ¡pobre gente que debe implorar para tener una bendición! El clericalismo no tiene en cuenta al pueblo de Dios.
En América Latina hay mucha piedad popular, y es muy rica. Una de las explicaciones que se da del fenómeno es que este se dio porque los sacerdotes no estaban interesados y, por tanto, no pudieron clericalizarla. La piedad popular tiene cosas que corregir, sí, pero expresa la soberanía del pueblo santo de Dios, sin clericalismo. El clericalismo confunde el «servicio» presbiteral con la «potencia» presbiteral. El clericalismo es ascenso y dominio. En italiano se llama arrampicamento, escalada.
El ministerio entendido no como servicio, sino como «promoción» al altar es fruto de una mentalidad clerical. Me viene a la mente un ejemplo extremo. Diácono significa «servidor». Pero, en algunos casos, el clericalismo toca paradójicamente justo a los «servidores», los diáconos. Cuando se olvidan de que son los custodios del servicio, surge entonces el deseo de clericalizarse y de ser «promovidos» al altar.
El clericalismo tiene como consecuencia directa la rigidez. ¿No habéis visto nunca a jóvenes sacerdotes del todo rígidos en sotana negra y capelo con la forma del planeta Saturno en la cabeza? Ahí lo tenéis: detrás de todo el rígido clericalismo hay serios problemas. Recientemente he tenido que intervenir en tres diócesis problemas que después se expresaban en estas formas de rigidez que escondían desequilibrios y problemas morales.
Una de las dimensiones del clericalismo es la fijación moral exclusiva en el sexto mandamiento. Una vez un jesuita, un gran jesuita, me dijo que esté atento al dar la absolución, porque los pecados más graves son los que tienen más carácter «angélico»: orgullo, arrogancia, dominio… Y los menos graves son los que tienen menos carácter angélico, como la gula y la lujuria. Uno se concentra en el sexo y, después, no se le da peso a la injusticia social, a la calumnia, a los chismes, a las mentiras. Hoy la Iglesia tiene necesidad de una profunda conversión en este aspecto.
Por otra parte, los grandes pastores dan a la gente mucha libertad. El buen pastor sabe conducir su grey sin someterla a reglas que la mortifican. En cambio, el clericalismo conduce a la hipocresía. También en la vida religiosa.
A menudo cuento el caso de un jesuita en formación. Su madre estaba gravemente enferma y él sabía que no iba a vivir por mucho más tiempo. Vivía en otra ciudad del mismo país, y por eso pidió a su provincial poder cambiar de sede para poder estar más tiempo con su madre. El provincial dijo que lo pensaría en la presencia de Dios y que le respondería antes de partir nuevamente a la mañana siguiente. El joven jesuita permaneció por largo tiempo en la capilla esa noche, pidiendo que el Señor le concediera la gracia. Pero el provincial, dado que tenía que partir temprano, en realidad no pensó mucho en el asunto y escribió todas las respuestas a las cartas que debía dejar y se las dejó al ministro de la comunidad para que las entregara al día siguiente. Entre ellas estaba la respuesta a este muchacho. El ministro, puesto que era tarde y pensaba que todos estarían durmiendo, dejó las cartas junto a las puertas de los interesados. El joven, que a la noche regresó de la capilla a la habitación, vio la carta del provincial y la abrió. Se dio cuenta de que estaba fechada al día siguiente. Decía: «Después de haber reflexionado, orado, celebrado la misa y hecho un largo discernimiento delante del Señor, pienso que deberías permanecer en este lugar». Ahí está: esto es clericalismo, es la hipocresía a la que conduce el clericalismo. El joven jesuita no perdió la vocación, pero no olvidó aquella hipocresía. El clericalismo es esencialmente hipócrita.
Toma la palabra el P. Alfonso Mucame, párroco de la parroquia de San Ignacio, en la diócesis de Tete, y pide algún pensamiento sobre el Apostolado de la Oración, que ahora se llama Red Mundial de Oración del Papa y que acaba de cumplir sus 175 años de actividad.
Pienso que tenemos que enseñar a la gente la oración de intercesión, que es una oración de valentía, de parresia. Pensemos en la intercesión de Abrahán por Sodoma y Gomorra. Pensemos en la intercesión de Moisés por su pueblo. Tenemos que ayudar al pueblo a ejercitar más a menudo la intercesión. Y nosotros mismos debemos hacerlo más. Lo está haciendo muy bien la Red Mundial de Oración del Papa, como se llama ahora, dirigida por el padre Fornos. Es importante que la gente ore por el papa y por sus intenciones. El papa está tentado, está muy asediado: solo la oración de su pueblo puede liberarlo, como se lee en los Hechos de los Apóstoles. Cuando Pedro estaba prisionero, la Iglesia oró incesantemente por él. Si la Iglesia ora por el papa, esto es una gracia. Yo siento de verdad continuamente la necesidad de pedir la limosna de la oración. La oración del pueblo sostiene.
La última pregunta es del estudiante Ermano Lucas, que desarrolla su servicio en la escuela secundaria San Ignacio. Su pregunta es sobre la creciente xenofobia.
La xenofobia y la aporofobia son hoy parte de una mentalidad populista que no deja soberanía a los pueblos. La xenofobia destruye la unidad del pueblo, también la del pueblo de Dios. Y el pueblo somos todos nosotros: los que han nacido en un mismo país, no importa que tengan raíces en otro lugar o sean de etnias diferentes. Hoy estamos tentados por una forma de sociología esterilizada. Parece que se considera a un país como si fuese un quirófano, donde todo está esterilizado: mi raza, mi familia, mi cultura… como si se tuviese miedo de ensuciarla, mancharla, infectarla. Se quiere bloquear ese proceso tan importante que da vida a los pueblos y que es el mestizaje. Mezclar te hace crecer, te da nueva vida. Desarrolla cruces, mutaciones, y confiere originalidad. El mestizaje es lo que hemos experimentado, por ejemplo, en América Latina. En nuestras tierras hay de todo: el español y el indio, el misionero y el conquistador, la estirpe española y el mestizaje[10]. Construir muros significa condenarse a muerte. No podemos vivir asfixiados por una cultura de quirófano, aséptica y no microbiana.
El encuentro del papa Francisco con los jesuitas concluyó con los agradecimientos, una oración todos juntos y la foto de grupo.
Madagascar
El 8 de septiembre, durante su visita a Madagascar, al final del encuentro con sacerdotes, religiosos y seminaristas en el campo deportivo del Collège de Saint Michel[11],de los jesuitas, el papa Francisco se encontró en la capilla del colegio con 200 de los 260 jesuitas de la provincia malgache, encabezados por el provincial, P. Fulgence Ratsimbazafy. El encuentro duró cerca de 40 minutos.
La entrada del papa estuvo acompañada por el canto del Veni Creator, en una atmósfera cordial, pero también un poco solemne. El papa quiso atenuar de inmediato esa solemnidad, diciendo que no iba a dar discursos y que no quería tampoco escucharlos. Pidió, por el contrario, «hablar como hermanos» y mantener una conversación con preguntas y respuestas totalmente espontáneas. En el encuentro se alternaron una serie de respuestas rápidas[13] y tres respuestas más amplias.
El padre Joseph Emmanuel Randriamamonjy, comprometido en el apostolado de los ejercicios espirituales, toma el micrófono y plantea en italiano la pregunta: «¿Qué impresión ha tenido de Madagascar? ¿Qué lo ha impresionado más?».
Una cosa que me ha impresionado mucho y que, me parece, es el hilo conductor de la visita ha sido el pueblo, el pueblo malgache. He visto un pueblo capaz de soportar pobreza, sufrimiento explotación. Me ha impresionado la capacidad de expresar alegría, incluso cuando se carece de lo necesario. Es una verdadera gracia. También nos dice mucho a nosotros, los consagrados, y cuestiona nuestras exigencias refinadas y, a veces, típicas de una élite. He visto un pueblo que busca lo esencial para sobrevivir, pero que, justamente por eso, es fecundo. No perdáis de vista las raíces que hacen a vuestro pueblo alegre también en el sufrimiento. Cuando os venga la tentación de volveros un poco agrios e insatisfechos concentraos bien en el espíritu de vuestro pueblo y en su fecundidad.
El padre Noël Cyprien, coordinador del apostolado social y ecológico de la provincia, toma la palabra: «Usted viene de América Latina. Ahora está en Madagascar. ¿Ve alguna relación entre nuestros distintos pueblos?».
Diría que nuestros pueblos tienen que estar atentos para no caer en la colonización ideológica que nos quita la identidad. Nuestros pueblos tienen todavía la capacidad de expresarse de manera popular sin caer en el populismo. Es importante conservar la identidad del propio pueblo, una identidad que proviene de la expresión espontánea del pueblo. Por el contrario, tenemos que defendernos de una identidad que sea ideológica. La experiencia del pueblo va mucho más allá de las ideologías, que son abstractas: de museo o de laboratorio. La ideología nos hace perder la identidad. La identidad de un pueblo no se la puede expresar en conceptos, sino en historias. El pueblo es soberano en las propias expresiones de arte, cultura, sabiduría. San Ignacio lo comprendió bien. Si recordáis, en nuestras Constituciones hay una especie de refrán que retoma las elecciones que se hacen y el modo de actuar, que depende siempre del contexto, de la realidad «según los lugares, los tiempos y las personas».
El criterio de la acción nunca es abstracto, sino que tiene como referencia un cierto lugar, un cierto tiempo, determinadas personas. La visión interior no se impone sobre la historia procurando organizarla, sino que dialoga con la realidad, se inserta en la historia, se desarrolla en el tiempo. Esto hace que el que guíe la acción sea el discernimiento, respetando siempre la variedad de las culturas, de los pueblos, de la interioridad de las personas.
Es por eso que la Compañía de Jesús ha podido tener figuras como san Francisco Javier, Matteo Ricci, De Nobili, Valignano. Nuestras misiones en Sudamérica fueron creativas junto al pueblo y no lo redujeron a un esquema teórico. La regla de acción en las misiones tuvo siempre en cuenta lo concreto de los lugares, de los tiempos y de las personas. La regla es este discernimiento.
El padre Joseph Rabenirina, director de la editorial «Ambozonyany», pregunta: «He oído de mis padres y de mis abuelos que los misioneros franceses solían dar como penitencia por los pecados hacer plantar árboles. ¿Qué piensa de eso?».
¡Me parece una intuición pastoral muy creativa! Por lo que me dices, se trataba de una penitencia social, medioambiental, que se preocupa de construir la sociedad. Hoy, cuando fui a la «Ciudad de la amistad», el P. Pedro me hizo ver algunos pinos. Me dijo que los había plantado él mismo veinte años atrás. Esto es de verdad muy hermoso.
Al final del encuentro se entregaron al papa varios regalos. Entre ellos, un libro sobre Antonio de Padua Rahajarizafy, que fue el primer provincial malgache. Francisco lo había citado durante su discurso en el palacio presidencial, mientras hablaba de la cultura «fihavanana». El papa escribió después una dedicatoria en el libro de las bodas de oro para los cincuenta años de la provincia malgache, que se celebrarán en 2021. Después, estampó su firma en la traducción malgache de la encíclica Laudato si’. En un clima de gran simpatía y también de una cierta confusión, Francisco se retiró mientras los presenten entonaban el canon de Taizé Ubi caritas.