Francisco pone a la UE ante el espejo de los migrantes
«¡Detengamos este naufragio de civilización!», clamó el Papa el domingo en la isla griega de Lesbos. No se trata solo de solucionar la crisis migratoria. Reconocer la humanidad del otro es clave para superar todo tipo de divisiones
«Esperábamos al Papa con impaciencia, y confiamos en que cambie algo», comparte con Alfa y Omega, desde el campo de Mavrovouni, en la isla griega de Lesbos, Raed. De momento, de cara a su visita del domingo se pusieron duchas nuevas, se arreglaron tiendas y se retiró la basura. Pero más allá del lavado de cara, la esperanza de este sirio, coordinador de la organización Cascos Blancos de Moria, es «poder proseguir nuestra vida en paz, en un lugar seguro». El mismo anhelo se adivinaba en los papelitos cuidadosamente doblados que los solicitantes de asilo entregaban a Francisco con su historia o una petición de ayuda. Por eso Raed y sus compañeros consideran que «fue bueno que nos visitara, nos viera y hablara sobre esto, ahora que los medios nos han olvidado».
Francisco devolvió a Lesbos a las portadas, y con titulares fuertes: «¡No dejemos que el Mare Nostrum se convierta en un desolador mare mortuum! ¡Detengamos este naufragio de civilización!». Alertó de cómo «cierres y nacionalismos llevan a consecuencias desastrosas». Reclamó que «termine el continuo rebote de responsabilidades», y llegó a rogar: «Superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico
desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes». Tanto en Lesbos como dos días antes en Chipre, durante la oración ecuménica con migrantes, el Papa reconoció y agradeció la generosidad y el esfuerzo de las comunidades locales, muchas veces desbordadas.
Pero en Mavrovouni admitió «amargamente» que en Europa «sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe» y en solucionarlo con muros y alambradas. En un contexto de crisis y frustración, «es fácil arrastrar a la opinión pública fomentando el miedo al otro» en vez de hablar de las causas remotas de los conflictos. Por eso es necesario unir «fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida» de toda persona. «El futuro de todos solo será sereno si está integrado», aseveró.
Las palabras de Francisco no eran solo la denuncia de un problema puntual, por grave que sea. Como dijo a los migrantes el viernes en Chipre, durante la oración con ellos, «vuestros testimonios son como un espejo» en el que mirarse. Espejo incómodo a veces, porque revela verdades como que la Unión Europea, nacida como «gran casa de pueblos democráticos», está hoy «desgarrada por egoísmos nacionalistas», bloqueada y sin coordinación, dijo a las autoridades griegas.
En el vuelo de regreso a Roma desde Atenas, Francisco confirmó el pasado lunes que tiene prevista «en el horizonte, y no lejos», una reunión con el patriarca ruso Cirilo. Apuntó que el escenario del encuentro podría ser Finlandia, aprovechando una visita del patriarca. Está previsto que los detalles se pacten en los próximos días en un encuentro entre el Santo Padre y el metropolita Hilarión, responsable de relaciones externas del Patriarcado de Moscú.
Durante la tradicional rueda de prensa el Papa también respondió sobre por qué había aceptado la renuncia del arzobispo de París, Michel Aupetit. Ha reconocido que su falta fueron «pequeñas caricias y masajes que hacía a la secretaria». Pecado, «pero no de los más graves». Sin embargo, «cuando la charlatanería crece, crece, crece y le quita la fama a una persona, no podrá gobernar».
Es una de las caras del «retroceso de la democracia» que se observa en todo el mundo. La democracia siempre es compleja y exigente, menos atractiva que los populismos y el autoritarismo. El actual «escepticismo democrático» también brota «por la distancia de las instituciones, el temor a la pérdida de identidad y por la burocracia». Como aclaró el lunes en el vuelo de vuelta, se refería también al peligro de «diluir nuestras identidades en un gobierno internacional» que «dicta el comportamiento económico, cultural y social a los demás países».
Para preservar la democracia ante estos embates «la participación de todos es una exigencia fundamental» que responde a la naturaleza social del ser humano. Y hacerla posible requiere «dirigir una atención particular, diría prioritaria, a las franjas más débiles». Entre ellas, los migrantes y refugiados.
Gestos audaces contra el odio
Ellos son también un espejo para las comunidades cristianas porque en muchos casos han sido «heridos por el odio», como se presentó a Francisco en Chipre el camerunés Maccolins. Un odio, se hizo eco el Pontífice, que «también ha contaminado nuestras relaciones entre cristianos». Tanto ante el Gran Sínodo ortodoxo de la isla como con el arzobispo Jerónimo II, primado de los ortodoxos griegos, el Obispo de Roma lamentó los «venenos», la «cizaña de la sospecha» y los «prejuicios hostiles» alimentados durante siglos.
Por eso, en Atenas, renovó «la súplica de perdón a Dios y a los hermanos por los errores que han cometido tantos católicos». Y, en Chipre, invitó a los hermanos separados a «abrirnos y realizar gestos audaces», negándonos a tomar las diferencias como «irreconciliables» y sin permitir que «las tradiciones tiendan a prevalecer sobre la Tradición» o a obstaculizar la comunión y la unidad.
Francisco se sabía además en una isla dividida por el conflicto tras la invasión turca de 1974. Varios testimonios de la comunidad católica local aludieron a esta dolorosa experiencia. E incluso el arzobispo ortodoxo, Crisóstomo II, le había pedido mediar (como ya hizo Benedicto XVI) para que las comunidades cristianas pudieran recuperar algunos de sus objetos sagrados expoliados. Por ello, exhortó a las autoridades de la isla a alimentar «la esperanza con el poder de los gestos en lugar de poner la esperanza en los gestos de poder». Aludió por ejemplo al «compromiso por entablar un debate sincero», con la implicación de la comunidad internacional y salvaguardando el patrimonio religioso.
Chipre está marcado «por una dolorosa división», dijo también a los migrantes. Pero mediante la acogida puede convertirse «en un taller de fraternidad», basado en el «reconocimiento efectivo de la dignidad de cada persona» y en «la apertura confiada a Dios, Padre de todos». O, como señaló a la multicolor Iglesia local, en el cruce de civilizaciones del Mediterráneo «podéis recordar a todos que para construir un futuro digno del hombre es necesario trabajar juntos, superar las divisiones, derribar los muros y cultivar el sueño de la unidad». En definitiva, la solución a buena parte de los problemas que golpean hoy al mundo pasa por, como pidió en Lesbos, no «renegar de la humanidad que nos une».