Francisco pide rezar por las madres de los soldados caídos en la guerra de Ucrania
Invita a aplicar la justicia misericordiosa de Dios «no dividiendo, sino compartiendo las cargas los unos de los otros, mirándonos con compasión y ayudándonos mutuamente»
El Papa ha presidido el rezo del ángelus tras celebrar los bautizos de 13 niños en la capilla Sixtina. Unos 30.000 fieles lo han acompañado desde la plaza de San Pedro para escuchar, en esta ocasión, su catequesis sobre la justicia de Dios.
El Santo Padre ha explicado que el Bautismo del Señor desvela cómo es esta justicia que nada tiene que ver con el concepto de justicia mundano. Cristo es bautizado por Juan en medio de pecadores de todo tipo.
«Muchas veces tenemos una idea limitada de la justicia, y pensamos que significa: el que se equivoca, paga, y así repara el mal que ha hecho. Pero la justicia de Dios, como enseña la Escritura, es mucho más grande: no tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y su regeneración, el hacerlo justo», ha indicado el Pontífice.
Justicia misericordiosa
La clave de esta justicia de Dios, que manifiesta Cristo, es el amor porque Dios es un padre «que se conmueve cuando estamos oprimidos por el mal y caemos bajo el peso de los pecados y de las fragilidades». Por eso, Francisco ha insistido en que la justicia de Dios no se cifra en penas y castigos, sino «en hacernos justos a nosotros, sus hijos librándonos de las ataduras del mal, resanándonos y levantándonos». Porque el sentido de la misión de Cristo es llevar a cabo la justicia divina, es decir, asumir el peso de los pecados «y descender a las aguas del abismo, de la muerte, con el fin de recuperarnos e impedir que nos ahoguemos».
«Él nos muestra que la verdadera justicia de Dios es la misericordia que salva, el amor que comparte nuestra condición humana, que se hace cercano, solidario con nuestro dolor, entrando en nuestras oscuridades para restablecer la luz», ha asegurado Francisco.
«Dios ha querido salvarnos yendo él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte»
Para abundar en esta idea, ha echado mano de una frase que Benedicto XVI pronunció en su homilía del 13 de enero de 2008: «Dios ha querido salvarnos yendo él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte, con el fin de que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, pueda encontrar la mano de Dios a la cual asirse a fin de subir desde las tinieblas y volver a ver la luz para la que ha sido creado».
Antes de terminar esta alocución, el Santo Padre ha invitado a los cristianos a ser justos a la manera de Jesús en la sociedad, con los demás y, sobre todo, en la Iglesia. Y a hacerlo aplicando la misericordia «de quien acoge compartiendo las heridas y las fragilidades de las hermanas y de los hermanos para levantarlos».
O, dicho de otro modo, «no dividiendo, sino como Jesús, compartiendo las cargas los unos de los otros, mirándonos con compasión y ayudándonos mutuamente». Por último, el Papa ha dejado para la reflexión personal esta pregunta: «¿yo soy una persona que divide o que comparte? Pensemos un poco. ¿Soy discípulo del amor de Jesús o un discípulo del cuchicheo que divide y divide? El cuchicheo es un arma letal que mata el amor, mata a la sociedad y mata la fraternidad. Preguntémonos si soy una persona que divide o que comparte».
«Pienso en las madres de las víctimas de la guerra»
Tras rezar el ángelus, una vez más, el Santo Padre ha recordado el frío invierno que están padeciendo los ucranianos, «una Navidad sin luz ni calor». Francisco ha dirigido un pensamiento especial hacia las madres cuyos hijos han muerto combatiendo en esta guerra: «Y hoy, viendo la Virgen con el Niño en el pesebre que lo alimenta, pienso en las madres de las víctimas de la guerra, de los soldados caídos en esta guerra en Ucrania. Las madres ucranianas y las madres rusas que han perdido a sus hijos. Este es el precio de la guerra. Recemos por las madres que han perdido a sus hijos soldados, tanto las ucranianas como las rusas».