Francisco: «No basta decir que una religión es pacífica, es preciso actuar»
«Los líderes religiosos no podemos dejar de comprometernos y de dar buen ejemplo» ante desafíos como los «vientos de guerra», las brechas entre países, las emergencias educativas y la manipulación de la religión. Todo ello, promoviendo la oración para superar el egoísmo, y la libertad religiosa
«Si nosotros, que creemos en el Dios de la misericordia, no escuchamos a los indigentes y no damos voz a quien no la tiene, ¿quién lo hará?». Con estas palabras ha terminado el Papa Francisco su discurso de clausura al Foro de Baréin para el Diálogo, que se celebra en el país árabe con el lema Oriente y Occidente por la convivencia humana. Dentro de esos «indigentes», el Santo Padre ha subrayado que «el Creador nos invita a actuar, especialmente» a favor de «pobres, niños por nacer, ancianos, enfermos, migrantes».
También ha afirmado que para combatir la manipulación de la religión a favor de la violencia, «no basta decir que una religión es pacífica». Es necesario «condenar y aislar a los violentos» y «actuar en sentido contrario» a sus propuestas.
El Pontífice había abierto su intervención, en uno de los actos claves de su viaje, con la imagen del archipiélago de Baréin y con su nombre, que significa «dos mares». Los mares «conectan las tierras y ponen en comunicación a las personas, uniendo pueblos distantes». La imagen del planeta Tierra, «parece recordarnos que somos una única familia; no islas, sino un único y gran archipiélago».
Sin embargo «la humanidad, conectada como nunca antes lo había estado, se encuentra mucho más dividida que unida». Existe un «mar amargo de la indiferencia, ensombrecido por conflictos y agitado por vientos de guerra, con sus olas destructoras cada vez más turbulentas, que amenazan con arrastrarnos a todos». Dentro de este panorama, «Oriente y Occidente se asemejan cada vez más a dos mares contrapuestos». Pero hay también un «mar calmo y dulce de la convivencia», y los participantes en el Foro «queremos navegar» por él.
Fuego, misiles y bombas
La mayor parte de la población mundial, ha apuntado el Papa, está «unida por las mismas dificultades» derivadas de la crisis alimentaria y ecológica, de la pandemia, y de «una injusticia planetaria cada vez más escandalosa». En contraste, «algunos poderosos se concentran en una lucha decidida por intereses particulares, desenterrando lenguajes obsoletos, redefiniendo zonas de influencia y bloques contrapuestos». Sus palabras pueden aplicarse tanto a la geopolítica mundial como a la de Oriente Medio, región que se disputan Irán y Arabia Saudí.
Francisco ha lamentado que se siguen «acentuando las oposiciones», imponiendo los propios modelos y «visiones despóticas, imperialistas, nacionalistas y populistas», sin preocuparnos por la cultura del otro ni por escuchar a la gente, y señalando «de modo maniqueo quién es bueno y quién es malo». «Se juega con fuego, misiles y bombas, con armas que provocan llanto y muerte, llenando la casa común de cenizas y odio».
Por ello, ha pedido que «se resuelvan por el bien de todos» las disputas entre Oriente y Occidente. Pero «sin desviar la atención de otra brecha en constante y dramático crecimiento, la que se da entre el Norte y el Sur del mundo». En otras palabras, los conflictos no pueden hacernos olvidar las desigualdades, el hambre y el cambio climático.
La oración, primera respuesta
Son temas sobre los que «los líderes religiosos no podemos dejar de comprometernos y de dar buen ejemplo». En concreto, bebiendo de la Declaración del Reino de Baréin firmado en 2017, y del Documento sobre la fraternidad humana, de 2019, ha citado tres desafíos en los que las religiones pueden y deben implicarse.
El primero de ellos es la oración. Francisco ha recordado que desde el principio de la humanidad «el mayor peligro no reside en las cosas» o en las organizaciones, «sino en la inclinación del ser humano a cerrarse en la inmanencia del propio yo». Como primera respuesta al mal, por tanto, «es fundamental la apertura del corazón al Altísimo para purificarnos del egoísmo, de la cerrazón y de la autorreferencialidad, de las falsedades y de la injusticia. El que reza, recibe la paz en el corazón y no puede sino ser su testigo y mensajero». El hombre religioso debe caminar con la gente, invitándola a «elevar la mirada al cielo» y a redescubrir «la dignidad infinita que cada uno lleva grabada».
Pero para ello es imprescindible la libertad religiosa. «Toda coacción es indigna del Omnipotente, porque Él no ha entregado el mundo a esclavos, sino a criaturas libres, a las que respeta totalmente». No basta con proteger y respetar los lugares de culto y no obstaculizar la práctica religiosa. Cada credo «está llamado a examinarse» sobre si «obliga desde el exterior o libera interiormente a las criaturas de Dios»; algo que «no significa hacer lo que nos dé la gana, sino orientarnos al bien para el que hemos sido creados», sin coacciones.
Educación y fraternidad
Otro desafío es la educación, pues «donde faltan oportunidades de instrucción aumentan los extremismos y se arraigan los fundamentalismos». En contraste, una educación digna «es amiga del desarrollo», siempre que esté «abierta a los desafíos y cambios culturales» y a «la historia y la cultura de los demás», sea «inquisitiva» y no estática, y vaya «al centro de los problemas» complejos, sin pretender tener una respuesta sencilla.
En concreto, el Santo Padre ha subrayado «tres emergencias educativas»: avanzar hacia «el reconocimiento de la mujer en el ámbito público», «la protección de los derechos fundamentales de los niños», y por último «la educación a la ciudadanía, a vivir juntos, en el respeto y la legalidad». Aunque no los ha citado, este concepto es importante por ejemplo para los cristianos en la región. Implica «establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías», que siembra aislamiento y hostilidad.
Por último, el Pontífice ha recordado que, como dice la Declaración del Reino de Baréin, «cuando se predica el odio, la violencia y la discordia se profana el nombre de Dios». La persona religiosa «dice “no” con fuerza a la blasfemia de la guerra y al uso de la violencia», y lleva este rechazo a la práctica. «No basta decir que una religión es pacífica, es necesario condenar y aislar a los violentos que abusan de su nombre». Más aún, es preciso «actuar en sentido contrario», evitando sostener a los movimientos terroristas y oponiéndose a la carrera armamentística.
No deben apoyarse las «alianzas contra alguien, sino caminos de encuentro». «Sin ceder a relativismos o sincretismos de ningún tipo», ha invitado, caminemos por la senda de la fraternidad y el diálogo. «Abramos el corazón al hermano, avancemos en el proceso de conocimiento recíproco», y con «iniciativas concretas», «encontrémonos por el bien del hombre y en nombre de Aquel que ama al hombre, cuyo Nombre es Paz».