Francisco invita a practicar el Evangelio de la acogida
En la isla de Gozo ha recordado que en el rostro de migrantes «es Cristo mismo el que se presenta»
A primera hora de la tarde, Francisco se ha embarcado en un ferry desde el Puerto Grande de la Valeta con destino al puerto de Mgarr, en la isla Gozo. El Papa ha ido disfrutando de la travesía sentado en la proa. Al desembarcar, ha recorrido las calles de la ciudad a bordo del papamóvil entre el gentío que lo esperaba agitando banderas vaticanas.
Unas 3.000 personas aguardaban su llegada en las inmediaciones del santuario nacional de Ta ‘Pinu, el destino más importante de las peregrinaciones en el archipiélago. Hacia 1883 no era más que una pequeña capilla con una pintura de la Virgen que estaba por ser demolida. Una campesina, Carmela Grima, escuchó entonces una voz que provenía de allí. Según la tradición, era la misma Virgen María. Ella pidió a la campesina que, a partir de entonces, todo el que pasara por allí rezara tres Avemarías, uno por cada día que Cristo pasó en el sepulcro. Así fue creciendo la devoción y la fama de este santuario que, de capilla, pasó a ser basílica menor en 1932, consagrada por el Papa Pío XI. En 1990, Juan Pablo II celebró aquí una misa. Wojtyla regresó a Malta en 2001. En 2010, Benedicto XVI entregó una rosa de oro a la imagen de la Virgen. Este sábado, en esa misma explanada del santuario se desplegaron unos paneles con fotografías de las visitas de Juan Pablo II recordando que este 2 de abril se cumplen 17 años de su muerte.
A su llegada, Francisco, como su predecesor, ha entregado una rosa de oro a la Virgen y en la pequeña capilla original ha rezado las tres Avemarías de rigor. Después ha impartido la bendición a algunas personas enfermas y ha saludado a alguno de los fieles dentro del templo. El Papa caminaba con evidente dificultad.
Volver a lo esencial
El evento principal se ha desarrollado en el exterior, al sol de la tarde mediterránea. Allí, Francisco ha escuchado algunos testimonios y en su discurso ha reflexionado sobre el volver a los orígenes sin olvidar la propia historia. Para ello, ha empleado el pasaje bíblico que narra la muerte de Jesús en la cruz cuando la Virgen María y san Juan lloraban a sus pies. «La hora de Jesús no representa la conclusión de la Historia, sino que señala el comienzo de una vida nueva», ha dicho el Papa que ha invitado a «renovar la fe y la misión de la comunidad» volviendo «a la Iglesia naciente que vemos en María y Juan al pie de la cruz». «Pero ¿qué significa volver a ese comienzo?, ¿qué significa volver a los orígenes?», se ha preguntado el Pontífice. Ha respondido que, en definitiva, «se trata de redescubrir lo esencial de la fe». Francisco ha explicado que no se trata de copiar el modelo de las primeras comunidades, sino de «recuperar el espíritu de la primera comunidad cristiana, es decir, volver al corazón y redescubrir el centro de la fe, la relación con Jesús y el anuncio de su Evangelio al mundo entero». Y, sobre todo, alejarse de la mundanidad del prestigio o la influencia.
Por eso, el Papa ha reivindicado el hecho de que «no nos puede bastar una fe hecha de costumbres transmitidas, de celebraciones solemnes, de hermosas reuniones populares y de momentos fuertes y emocionantes». Nada de eso tiene sentido sin «un encuentro personal con Cristo». De consecuencia, ha advertido de que «es necesario vigilar para que las prácticas religiosas no se reduzcan a la repetición de un repertorio del pasado, sino que expresen una fe viva, abierta, que difunda la alegría del Evangelio», sobre todo de cara a la crisis de fe, la apatía hacia la práctica religiosa y la indiferencia de los jóvenes hacia Dios; cuestiones que para el Papa no hay que «endulzar» porque existen y hay que saber cómo abordarlas.
Para ello, ha ofrecido algunas claves de cómo ha de ser la Iglesia que sigue las hullas de la primera comunidad cristiana: «una Iglesia a la que le importa la amistad con Jesús y el anuncio de su Evangelio, no la búsqueda de espacios y atenciones; una Iglesia que pone en el centro el testimonio, y no ciertas prácticas religiosas; una Iglesia que desea ir al encuentro de todos con la lámpara encendida del Evangelio y no ser un círculo cerrado».
La acogida del prójimo
En la segunda parte de su intervención, el Pontífice se ha centrado en la acogida recordando cómo María fue acogida por Juan según pidió Cristo: «en las últimas palabras que Jesús pronunció desde la cruz, las dirigidas a su Madre y a Juan exhortan a hacer de la acogida el estilo permanente del discipulado». Un gesto potente que revela cuán importante «es en la Iglesia el amor entre los hermanos y la acogida del prójimo». El Papa ha deseado que los trabajos del Sínodo en marcha estén inspirados por ello «porque nuestra misión da fruto si trabajamos en la amistad y la comunión fraterna». Por eso, ha deseado que esta acogida no se circunscriba a nosotros mismos, sino que la Iglesia se abra a los que están fuera «tantos hermanos y hermanas sufren y son crucificados por el dolor, la miseria, la pobreza y la violencia», muchos de ellos, los migrantes y refugiados que llegan hasta las costas del país. Francisco ha recordado que «en el rostro de estos pobres es Cristo mismo el que se os presenta», como el propio apóstol Pablo tras su naufragio. De ahí que el último llamamiento del Papa haya sido poner en práctica el Evangelio del «acoger y del ser expertos en humanidad y encender hogueras de ternura cuando el frío de la vida se cierne sobre aquellos que sufren».