Tailandia fue la primera etapa del viaje del que regresó a Roma este martes, donde constató su predilección por las periferias católicas. Es el país más religioso del mundo, según un estudio demoscópico de la empresa estadounidense WIN/Gallup International, pero los católicos solo suman 388.000 personas, lo que representa menos del 0,5 % de la población. En todo el país hay 835 sacerdotes, 1461 religiosos y 1901 catequistas. En el santuario del beato Nicolás Bunkerd Kitbamrung, médula espinal del cristianismo en este país de mayoría budista, Francisco dejó claro que no quiere que la fe cristiana parezca «una fe extranjera» o «la religión de los extranjeros», y elogió la labor de la iglesia local tailandesa que, aunque es minoría, «no se dejan llevar o contaminar por el síndrome de inferioridad o la queja de no sentirse reconocidos».
El Pontífice cumplió su meta de impulsar el diálogo interreligioso que concibe como un poderoso instrumento para regar de paz las regiones más conflictivas del mundo. Sin zapatos, como manda la tradición, entró en el Wat Pho en Bangkok, histórico templo de monjes budistas construido en 1860 ya visitado por san Juan Pablo II. Allí se reunió con la máxima autoridad budista, el patriarca supremo Somdej Phra Maha Muneewong, de 92 años, que agradeció la visita del guía de la Iglesia católica, reconocido por su buena relación con las demás religiones. En Tailandia hay libertad religiosa, un derecho que escasea en el resto del continente. Las autoridades de Pakistán se amparan en la Ley de Blasfemia para perseguir con crueldad a los que abrazan la fe de Jesús. Este fue el caso de la granjera Asia Bibi. Como ella, son muchos los que cruzan de forma clandestina la frontera de su patria para llegar hasta Tailandia tras una huida dramática, donde se topan con una burocracia absurda que no reconoce su estatus de refugiado. No hay cifras certeras, pero se calcula en el país viven cerca de 4.000 cristianos paquistaníes, sin papeles y con temor de ser apresados por la Policía. Ante esta situación, el Papa instó a la comunidad internacional a actuar «con responsabilidad y previsión» para «resolver los problemas que llevan a este éxodo trágico».
El país asiático prohíbe la prostitución por ley, pero sigue siendo una de las metas mundiales del turismo sexual: un negocio oscuro que todavía supone cerca 3 % del PIB, y que subyuga a unas 300.000 mujeres y a casi 20.000 menores, procedentes sobre todo de Camboya, Vietnam y Laos, según varios informes de ONG internacionales. «Pienso especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más auténtica», dijo el Papa en la homilía de la primera Misa del viaje en el estadio nacional ante unas 60.000 personas, en la que también se acordó de los jóvenes «esclavos de la droga», de los migrantes despojados, de los pescadores explotados y de los «mendigos ignorados».
El Papa, que cumplirá el próximo 17 de diciembre 83 años, ha viajado ya ocho veces a Asia logrando otra meta de su pontificado: ser evangelizador en Oriente.