Francisco en el Corpus Christi: «Es urgente que el mundo recupere la fragancia del pan del amor»
El Obispo de Roma ha celebrado la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo en su catedral, San Juan de Letrán, donde no lo hacía desde hace siete años. También ha vuelto a impartir la bendición con el Santísimo desde Santa María la Mayor tras la tradicional procesión
Por primera vez desde hace siete años, el Papa Francisco ha presidido en la tarde de este domingo la Eucaristía con motivo de la solemnidad de Corpus Christi en la basílica de San Juan de Letrán, su catedral en Roma. No lo hacía desde 2017. En 2018, rompiendo con la tradición, celebró esta fiesta en la parroquia de Santa Mónica, en Ostia, un municipio del litoral romano. Un año después, se desplazó al barrio romano de Casal Bertone.
En 2020 y en 2021, con motivo de la pandemia de la COVID-19, el Pontífice celebró la Misa en la basílica de San Pedro, en presencia de muy pocos fieles. En 2022, el Papa faltó a la celebración por sus persistentes problemas de rodilla. La salud también impidió que el Pontífice presidiera el pasado año esta solemnidad. El 11 de junio de 2023 estaba ingresado en el Hospital Gemelli tras haber sido intervenido en el abdomen.
En la homilía, Francisco ha considerado «urgente» que el mundo «recupere la fragancia buena y fresca del pan del amor», que reconstruye sin cansarse «aquello que el odio destruye». «Seamos nosotros los primeros en dar ese paso, entregando nuestra vida y transformándola en “trigo de Dios molido […] para que se convierta en pan puro de Cristo”», ha invitado citando a san Ignacio de Antioquía.
En este domingo de Corpus Christi, se ha recuperado también la tradicional procesión desde la catedral de Roma hasta la basílica de Santa María la Mayor, desde donde el Papa ha impartido la bendición con el Santísimo. Con este recorrido, había explicado antes, «llevaremos a través de los hogares de nuestra ciudad la Hostia consagrada». No es un gesto de exhibicionismo o de ostentación de la fe, sino que busca «invitar a todos a participar en la vida nueva que Jesús nos ha donado; para invitar a todos a caminar con nosotros siguiéndolo a Él, con corazón agradecido y generoso, para que en nosotros y en cada hombre y mujer que encontremos pueda aumentar la alegría y la libertad de los hijos de Dios».
Gratitud en el día a día
Partiendo del gesto de bendecir el pan realizado por Jesús en la última cena, Francisco ha reflexionado sobre tres dimensiones de la Eucaristía: la acción de gracias, la memoria y la presencia. La acción de gracias es importante, ha desarrollado, porque con el pan, «alimento de cada día», llevamos al altar «todo lo que somos y lo que tenemos: la vida, las acciones, los éxitos, y también los fracasos». Esta gratitud por los dones de Dios debe expresarse luego en la vida «no desperdiciando las cosas y los talentos que el Señor nos ha dado. Pero también perdonando y levantando al que se equivoca y cae por debilidad o por error; porque todo es don y nada se puede perder».
Otras manifestaciones son el saludo diario, que expresa un agradecimiento por el don del otro, o hacer el trabajo, por humilde que sea, «con amor, con precisión», porque es «un don y una misión». Y por último, terminar el día repasando los gestos de amor de los que se ha sido testigo. Todas estas actitudes «nos enseñan a comprender el valor de lo que hacemos, de lo que ofrecemos durante la Misa cuando llevamos al altar el pan para la consagración», que se transformará en el cuerpo y sangre de Cristo.
Acto seguido, al bendecir el pan, se rememora la Pascua de Cristo, «con la que nos ha liberado del pecado y de la muerte». Pero no solo eso: además «nos ha mostrado el modo de vivir como hombres libres», al invitar a repetir el gesto del lavatorio de pies y la entrega.
Frente a quien dice que «es libre aquel que solo piensa en sí mismo», el Santo Padre ha subrayado que eso «no es libertad, es esclavitud. Lo vemos bien en las situaciones en las que la cerrazón y el repliegue en uno mismo provocan pobreza, soledad, explotación, guerras y adicciones». Por el contrario, «la libertad se encuentra en el cenáculo donde, sin otro motivo más que el amor, nos inclinamos ante los hermanos para ofrecerles nuestro servicio, nuestra vida».
Un Dios cercano
La última característica de la Eucaristía sobre la que ha reflexionado el Pontífice es la presencia real de Cristo. «Esto nos habla de un Dios que no es lejano ni celoso, sino cercano y solidario con el hombre»; que siempre lo busca y lo espera en vez de abandonarlo. «Hasta el extremo de ponerse, indefenso, en nuestras manos, a merced de nuestra aceptación o de nuestro rechazo», ha recalcado.
Esta presencia «nos invita a nosotros a hacernos próximos a nuestros hermanos allí donde el amor nos llama». Pueden ser los que están solos, los que están lejos de casa o los que nos necesitan de cualquier otra forma. En este sentido, el Papa ha subrayado lo acertado de decir de una buena persona que «es un pedazo de pan»; alguien que «es disponible, que se entrega gratuitamente, que se da sin pretensiones, aun a costa de sacrificios, que se deja comer», ha abundado. «Por eso Dios se nos da como pan, para enseñarnos a ser a su vez pedazos de pan los unos a los otros».
El Santo Padre ha lamentado cómo en el mundo «vemos cada día demasiadas calles, que quizás alguna vez estuvieron perfumadas por el olor a pan horneado, ser reducidas a montones de escombros a causa de la guerra, del egoísmo y de la indiferencia». Y ha concluido: «Cuánta necesidad hay en nuestro mundo de este pan, de su aroma y de su esencia, que sabe a gratitud, a libertad y a proximidad».