Francisco: «El mismo egoísmo lleva a destruir especies y a no respetar la vida humana»
El Papa ha recibido este jueves a un grupo de personalidades y activistas franceses preocupados por la conservación de la naturaleza. Ante ellos, ha afirmado que la principal aportación de la Iglesia en este ámbito debe ser «formar conciencias para propiciar una conversión ecológica profunda y duradera, que es la única que puede responder a los importantes desafíos que debemos afrontar»
El Papa Francisco ha reiterado ante un grupo de personalidades y activistas franceses el deseo de la Iglesia de «participar plenamente en el compromiso de proteger la casa común». Al recibir este jueves en Casa Santa Marta a una quincena de laicos (acompañados por el presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, monseñor Éric de Moulins-Beaufort), el Santo Padre los ha animado a seguir adelante en su labor a favor de la protección del medio ambiente.
El Pontífice ha querido que esta cita, en los primeros días del Tiempo de la Creación y del Año Laudato si (que se prolongará hasta el 4 de octubre) fuera uno de los primeros encuentros privados con personalidades no eclesiásticas desde el inicio de la pandemia de COVID-19. Francisco ha celebrado cómo la «conciencia de la urgencia de la situación» y la mentalidad ecológica están cada vez más presentes a todos los niveles. Pero «queda mucho por hacer, todavía vemos demasiada lentitud e incluso pasos hacia atrás». Sin embargo, el Papa ha rechazado el pesimismo. Aunque las situaciones puedan parecer «catastróficas» o incluso «irreversibles», les ha dicho, los cristianos «no perdemos la esperanza, porque tenemos la mirada puesta en Jesucristo».
La labor de la Iglesia: formar conciencias
El Papa reconoció que, al implicarse en la protección de la naturaleza y buscar el diálogo con la ciencia o la sociedad, la Iglesia no puede ofrecer «soluciones prefabricadas para proponer y no ignora las dificultades de los temas técnicos, económicos y políticos» o la dimensión de los esfuerzos necesarios. Frente a esto, una de sus aportaciones puede ser actuar «concretamente donde sea posible».
Pero, sobre todo, «formar conciencias para propiciar una conversión ecológica profunda y duradera, que es la única que puede responder a los importantes desafíos que debemos afrontar». En este sentido, el Obispo de Roma ha querido compartir con el heterogéneo grupo cómo la fe ofrece a los cristianos «grandes motivaciones» en la defensa de la naturaleza y de las personas más vulnerables.
En el grupo que le escuchaba, junto a monseñor De Moulins-Beaufort, se encontraban entre otros celebridades como la actriz Juliette Binoche; la concejala del Ayuntamiento de París Audrey Pulvar (que ha transmitido al Papa la invitación de Anne Hidalgo de visitar la capital); Raphaël Cornu-Thenard , fundador del festival Anuncio y Congreso Misión; y activistas como Maxime de Rostolan, Pablo Servigne o Valérie Cabanes.
Un mundo creado por amor
A ellos el Pontífice les ha explicado que el cristianismo cree que «el mundo no nació del caos o del azar, sino de una decisión de Dios que lo llamó y siempre lo llama a la existencia, por amor». Esto implica que «el universo es bello y bueno». Cada criatura «es objeto de la ternura del Padre». Como consecuencia, «el cristiano solo puede respetar la obra que el Padre le ha encomendado, como un huerto para cultivar, proteger, crecer según su potencial». Además, está llamado a convivir con los demás «en justicia, paz y fraternidad».
El hombre tiene derecho a usar la naturaleza para sus propios fines, pero como su «administrador»; no «considerarse su dueño o déspota», continuó el Santo Padre. Cuando esto ocurre, «se consolida la voluntad de los más fuertes» y se producen «graves desigualdades, injusticias y sufrimientos».
«Es la misma indiferencia, el mismo egoísmo, la misma codicia, el mismo orgullo, la misma pretensión de ser el amo y déspota del mundo lo que lleva al ser humano, por un lado, a destruir especies y saquear los recursos naturales; y, por otro, a explotar la miseria, abusar del trabajo de mujeres y niños, derogar las leyes de la célula familiar, y dejar de respetar el derecho a la vida humana desde la concepción hasta el fin natural». Por tanto, ha concluido Francisco, «no habrá una nueva relación con la naturaleza» sin «curar el corazón del hombre».