Francisco, anawin: «La calle me ha enfermado y me está matando»
«Mi infancia fue muy buena. Luego todo se torció», empieza Francisco. A medida que va desgranando, entre lágrimas, el vía crucis de su vida, uno se da cuenta de la cantidad de golpes que ha ido experimentando. No ha vivido más que pérdidas: de seres queridos, de salud, de trabajo… El cáncer ha sido el último palo para este veterano de la calle. Todo un anawin, aquellos que solo tienen a Dios.
—¿Dónde nació?
—En Guadalajara, pero enseguida mi familia se trasladó a Madrid. He viajado mucho también por todas partes, porque mi padre era agente de la propiedad inmobiliaria y yo fui su ayudante hasta que murió. Mi madre ya se había muerto años antes y nos quedamos solos mi padre y yo hasta que él se fue.
—¿Qué pasó entonces?
—Tenía algunos trabajos pero poco a poco me fui quedando sin nada. Luego me engañaron, me fueron quitando cosas y me quedé en la calle. La calle a mí me ha enfermado y me está matando poco a poco.
—¿Recuerda cuándo fue la primera vez que durmió a la intemperie?
—Claro que sí. Ese día fui a casa de un amigo para que me dejara dormir en su casa pero no pudo y me tuve que marchar. Al final, acabé en un banco que estaba cerca del parque del Retiro y ahí me quedé varias veces.

—¿Pasó miedo esa primera noche?
—Sí. Con el tiempo he ido de casa en casa gracias a la ayuda de algunos amigos. Ahora estoy intentando arreglar los papeles de la casa en la que vivía con mi padre, pero resulta que voy y me pongo enfermo, justo cuando empezaba a salir del túnel…
—¿Ha llegado a pasar hambre alguna vez en estos años?
—Sí, al principio. Lo pasé muy mal, no tenía para comer. Recuerdo que fui un día a un sitio donde daban comida pero me echaron. Para mí fue algo incomprensible, no lo podía entender.
—¿Cómo lleva su enfermedad?
—Con mucho miedo. A la muerte y a problemas peores que me puedan pasar.
—Su madre, su padre, su casa, su trabajo, su salud. ¿Cómo ha ido afrontando todas estas pérdidas?
—Aguantando, aguantando. Todos tenemos defectos, pero, gracias a mi enfermedad, Dios me ha hecho ver cosas que antes no veía.
—¿Por ejemplo?
—Estando malo me he encontrado con la Iglesia, que es como mi familia. He tenido la suerte de conocer a las hermanitas del Cordero, a las calcutas, a la Comunidad de Sant’Egidio, al padre Ángel, a muchos curas y hasta a los obispos Jesús Vidal y Pepe Álvarez: el primero vino a verme al hospital la Nochebuena pasada y Pepe vino el mismo día de Navidad. ¿Por qué ha tenido que morirse él y no yo?

—A día de hoy, ¿cómo es su jornada?
—Me levanto y me voy a desayunar al comedor del Ave María. Luego me busco la vida por ahí e intento arreglar los papeles de la casa.
—¿Dónde come?
—Uno me da unos garbanzos, otro me da otra cosa. No me gusta mucho ir a comedores y hacer la ruta. No me gusta ese ambiente. Hay muchos bárbaros que no saben comportarse, pero también hay otros que son personas excepcionales.
—¿Recuerda a alguien en especial?
—Había uno que se llama don José, que yo no sé dónde está. Siempre fue para mí el jefe de la calle. No creía en nada, pero siempre ayudaba a todos. Cuando yo estaba jodido me daba comida. Lo echo de menos. También Conchita, una mujer que lo poco que tenía lo compartía. Y Paco, al que yo le llamaba el ermitaño: dormía bajo un árbol en los jardines de Sabatini con una imagen de la Virgen del Pilar a su lado. «Dios para mí es lo primero», decía mucho.
—¿Quién es Dios para usted, Francisco?
—Como decía mi amigo Domingo, que en paz descanse, «Dios es como un padre que quiere lo mejor para nosotros». Pienso lo mismo que él.