En Moria todo permanece inmutable. El COVID-19 únicamente ha agravado las condiciones ya extremas de hacinamiento, suciedad, hambre y falta de higiene de las más de 20.000 personas, un tercio de ellas menores, que deambulan sin futuro a la vista por este este campamento griego. Tocan a menos de tres metros cuadrados de espacio por persona y a más de cuatro horas de fila para conseguir un plato de comida. Son en su mayoría afganos, sirios o iraquíes que dejaron atrás las bombas. Comenzar desde cero es un derecho universal cuando te persigue la guerra. Pero en no pocas ocasiones sus esperanzas acaban aplastadas por el peso burocrático de las solicitudes de asilo: un proceso farragoso y lento que dura varios años.
Desde que se sentó en la silla de Pedro, el Papa ha convertido la suerte de los refugiados en uno de los pilares de su pontificado. La semana pasada, Francisco defendió de nuevo «el derecho de asilo» frente a las políticas migratorias restrictivas en una carta enviada al sacerdote italiano Camillo Ripamonti, director de la sede italiana del JRS, el Servicio Jesuita a Refugiados. Los sucesores de san Ignacio de Loyola gestionan el Centro Astalli, uno de los institutos de acogida de inmigrantes con más solera en Italia. En su mensaje a los jesuitas italianos, el Papa apreció especialmente el coraje con el que «enfrentan el desafío de la migración, especialmente en este delicado momento para el derecho al asilo, ya que miles de personas huyen de la guerra, las persecuciones y las graves crisis humanitarias». El Pontífice citó además el informe que presentó este organismo sobre las Vidas suspendidas de los inmigrantes entre las garras de la pandemia. Según sus datos, en 2019 acogieron a 20.000 personas. 11.000 solo en Roma. «La verdadera emergencia no es la llegada sino las personas que abandonamos», señaló Ripamonti en la presentación. «En estas semanas de cierre forzoso se ha hecho más evidente que en nuestro país muchas personas no tienen casa; entre ellos, muchos inmigrantes a los que hemos sumido en la irregularidad con el tiempo, con nuestras políticas de exclusión, que en lugar de crear seguridad multiplican la inestabilidad social», agregó el sacerdote italiano.