Francesca necesita una nueva identidad para escapar de la mafia
Esta viuda y sus tres hijos llevan 15 años huyendo tras salirse de la ‘Ndrangheta, la mafia más poderosa de Italia. «Cualquier cosa que haces con tu verdadero nombre es arriesgarte a que te maten». Han pedido ayuda al Papa
La primera vez que Francesca se cambió de ciudad, la familia de su marido la persiguió hasta encontrar el colegio al que iban sus hijos. «La mañana que fueron a por ellos no sonó el despertador. Fue un milagro», asegura. La segunda vez que se cambió de ciudad, sus perseguidores encontraron el gimnasio donde sus hijos hacían deporte. «Pero gracias a Dios la semana anterior los había desapuntado». La tercera encontraron su casa, «pero nos marchamos deprisa al verlos dar vueltas alrededor», cuenta a Alfa y Omega.
Francesca lleva 15 años huyendo de la ‘Ndrangheta, la organización mafiosa más poderosa de Italia, dedicada principalmente al contrabando de cocaína, con una facturación de 43.000 millones de euros anuales y unos 20.000 miembros por todo el mundo. Entre ellos, su familia más directa en Calabria. «Escapé después de que mataran a mi marido. Él era parte de la mafia y, cuando estás dentro, no ves más allá. Vives en una burbuja que te impide percibir lo que sucede», recuerda. Las presiones de los familiares de Francesca por arrastrar a sus tres hijos a la misma vida de su difunto esposo le abrieron los ojos. «Querían quitármelos para que crecieran en las mismas estructuras mafiosas. Cuando imaginé su futuro, decidí huir». No encontró apoyo en sus propios padres porque «pertenecían al mismo ambiente». De hecho «me amenazaban con ingresarme en un hospital y quedarse con mis hijos». Esta posibilidad «aceleró mi huida».
Pagó un precio por su libertad: «Me desarraigué de mi ciudad, hacía el duelo por el padre de mis hijos, tomaba conciencia de quién era él en realidad, fui abandonada por mis padres y tenía miedo de ir a cualquier otro sitio sin saber qué encontraría, sola y responsable de tres niños de 5, 4 y 1 año». Asegura que encontró el coraje «en sus hijos» y en Dios. «Me siento realmente a su lado y he aprendido a fiarme totalmente. Eso me ha llevado a ver las luces que Él pone y que me iluminan el camino», confiesa. También en la Virgen: «Por las noches me ponía delante de una imagen suya esperando a que mi hijo pequeño se durmiera para poder llorar».
Frecuentando los ambientes de Iglesia dio con Luigi Ciotti, un sacerdote italiano que preside la Asociación Libera, uno de los referentes del país en la resistencia frente a las mafias. «Conocerlo me dio la posibilidad de escapar. Fue un encuentro que Dios me había reservado para salvarme», celebra Francesca. Por medio de él, se reunió hace unas pocas semanas con el Papa Francisco, a quien pudo contar su caso.
La mafia calabresa «no tiene escrúpulos: si rompes su código te hacen perder la dignidad en la familia», explica Francesca. Su fuga supuso un duro golpe a la estructura y al poder de su familia, porque «si una mujer se marcha, se interpreta que no has sido lo bastante hombre para tenerla quieta».
Cuando abandonó su clan, Francesca temió compartir el mismo destino que Lea Garofalo, una colaboradora de la justicia italiana y víctima de la ‘Ndrangheta que en 2009 fue «hecha pedazos y quemada». Asegura que «a mis hijos siempre les he dicho la verdad. Les ha tocado cambiar muchas veces de colegio y de amigos, pero siempre han sido buenos, diligentes, y han mantenido el secreto». Ahora el mayor le dice: «Mamá, estoy orgulloso de lo que hemos logrado los cuatro juntos». Estudia para convertirse en juez antimafia.
Francesca no se llama Francesca, pero batalla por poder llamarse de ese modo y convertirse así en más difícil de rastrear para las dos familias —la de su marido y la de sus propios padres— que la persiguen. «Cualquier cosa que haces con tu verdadero nombre es arriesgarte a que te maten», señala.
«La ley no nos apoya»
A finales de octubre en el Palacio Apostólico, ella y otras 40 mujeres pidieron ayuda al Pontífice para conseguir una nueva identidad. «La ley italiana no nos apoya para cambiar nuestros nombres y apellidos. De todas nosotras, no lo ha conseguido ni una sola», explica esta madre de tres hijos. Hay muchas más con un perfil como el suyo, pero por motivos de seguridad el Vaticano se limitó a recibir a un pequeño grupo. «Huimos de la violencia mafiosa por amor a nuestros hijos. Somos madres que queremos un futuro mejor para ellos», apunta la calabresa.
Para Francesca, haber podido encontrarse con el Santo Padre «vuelve a encender en nosotras la esperanza, por sus palabras de ánimo y su impulso a todas las mujeres que están combatiendo a las mafias. Nos dijo que somos valientes y fuertes y que Dios camina con nosotros para cambiar las cosas», expresa. Lamentablemente, al estar cada una de estas mujeres perseguidas, no realizan muchos encuentros como el de octubre con el Papa. Pero a pesar de esto, o tal vez precisamente por ello, para Francesca fue muy emocionante. Las madres con bebés se los llevaron al Palacio Apostólico. «Ver a esos niños tan pequeños me inspiraba ternura. Hay familias que acaban de escapar y están al inicio de su recorrido. Tenía muchísimas ganas de abrazarlas y decirles que lo lograrán», cuenta. Pero como ella también estuvo en su situación, se limitó a contemplarlas con una sonrisa sabiendo que «al principio tienes mucho miedo y no te fías de nadie, pero después, poco a poco, entiendes que van a cambiar las cosas».