Francesc Torralba: «He llorado y he sido abrazado como nunca» - Alfa y Omega

Francesc Torralba: «He llorado y he sido abrazado como nunca»

Su hijo Oriol, de 26 años, perdió la vida en 2023 durante una ruta por los Picos de Europa. En su proceso de duelo, este filósofo y teólogo encuentra un bálsamo en la fe

Ester Medina
El filósofo dirige la cátedra de Pensamiento Cristiano del Obispado de Urgel y es catedrático en la Universidad Ramon Llull
El filósofo dirige la cátedra de Pensamiento Cristiano del Obispado de Urgel y es catedrático en la Universidad Ramon Llull. Foto: Mireia Torralba del Blanco.

¿Qué significa para usted el 14 de agosto de 2023?
Es lo que llamamos una situación límite; que uno no espera, que sucede contra su voluntad y que afecta a toda la persona y a su entorno. Esto es lo que está pasando ahora también con la DANA. Hay una realidad que, sin permiso, se hace presente y altera todas las dimensiones. Por tanto, esa es una fecha que en mi familia se recordará toda la vida porque representa un acontecimiento extremo en el que hemos perdido a un ser querido y nos ha cambiado todo lo que conocíamos hasta el momento.

¿Qué fue lo que pasó exactamente?
Yo iba de acompañante. En un descenso muy vertical, al giro de una montaña, mi hijo Oriol se precipitó al vacío, le perdí de vista y no supe más de él. Intenté ayudarle, pero como había mucha maleza acabé suspendido entre el cielo y la tierra. No podía bajar ni subir. Solo podía gritar y así alguien advirtió mi presencia. Al cabo de más de una hora los bomberos me rescataron a mí con un cable y después el cuerpo de mi hijo. Podría haberme preguntado «¿y sí…?», pero en este caso no han irrumpido la culpabilidad o el remordimiento.

Hace unos meses usted escribía un libro que se llama No hay palabras. Asumir la muerte de un hijo (Now Books). Desde la experiencia propia, ¿realmente no las hay?
Tratamos de decir palabras y tenemos fórmulas, pero creo que no son suficientes porque no expresan el sufrimiento y el vacío que deja la persona querida. Tampoco las tiene quien quiere consolar, porque lo que dice no puede neutralizar la magnitud del dolor y el sufrimiento. Al fin y al cabo, las palabras son entidades limitadas y llegan donde llegan. Pero sí hay algunas mejor dichas. Y por eso vamos a los poetas, porque transmiten con más precisión y profundidad lo que sentimos. Yo este año he leído mucha poesía. Luego estamos los que creemos en Dios. Porque no hay palabras pero está la Palabra, que para mí ha sido un bálsamo, una fuente de consolación y esperanza. En ella he encontrado refugio, calor y hospitalidad. También está el lenguaje no verbal, el abrazo, la lágrima o la caricia, que se ponen en acción en un proceso de duelo. Yo este año he llorado como nunca, pero también he sido abrazado como nunca.

Renacer del dolor

Es tan grande el dolor que no existe una palabra para definir a unos padres que han perdido a un hijo. En el tradicional Vídeo del Papa de este mes de noviembre, el Santo Padre asegura que «para ofrecer consuelo a estos padres en duelo hay que escucharlos, estar cerca de ellos con amor y cuidar ese dolor con responsabilidad». Además, Francisco pone de relieve el valor de la comunidad y la fe, que pueden ayudar a estos padres a renacer y obtener consuelo en esos momentos de fragilidad. 

En su caso, ¿el silencio le sana o le revive la desgracia?
Es difícil de resistir porque a veces te evoca su presencia y su recuerdo. Es un juego de lenguaje de primer orden y en el duelo juega un papel importante. Pensemos en el ritual: hay palabras, música, está la Palabra que oímos y que nos activa la esperanza y también hay silencios que permiten la escucha y esta compenetración entre las personas que sufren la misma pena. Nos vemos, nos miramos y sabemos lo que sentimos sin decir nada. Se produce una especie de comunión mística o sintonía existencial entre los sufrientes. Yo ahora puedo comprender mucho mejor el sufrimiento del que ha perdido un hijo. Nos entendemos sin decir nada.

¿Cómo se sobrelleva esa tristeza en el día a día?
Requiere su tiempo y es un proceso donde se pasa por todo tipo de emociones y pensamientos. Nunca se supera la muerte de un ser querido; como mucho se asume, hasta llegar a la aceptación de su ausencia, a vivir con ella y a elaborar un proyecto de vida a pesar de ese vacío, lo cual no siempre es posible. Algunas personas quedan atascadas en el recuerdo, en la indignación, en la melancolía o en la nostalgia. Vivimos en sociedades donde pensamos que es posible empezar de nuevo, que la reversibilidad de todos los procesos es viable y no es así: hay procesos irreversibles, daños irreparables y situaciones que solo pueden ser asumidas porque somos frágiles y limitados. Ante esto, uno hace tres grandes aprendizajes que a su vez son grandes virtudes: la humildad, la magnanimidad y la comprensión.

¿En qué punto del proceso está usted ahora mismo?
Puedo decir que he aceptado el trágico acontecimiento y creo que, además de la aceptación, hay otra fase final que es la gratitud a la persona que fue mi hijo, todo lo que aportó, lo que nos inspiró, la luz que proyectó y el bien que hizo. Un recuerdo de gratitud a una persona que tuvo una vida corta, porque lo más relevante no es el tiempo que estamos en este mundo sino lo que hacemos con él. Creo que es importante este agradecimiento.