Flores de mayo
Por supuesto que hubo comentarios racistas en las redes, pero a mí me gusta más pensar que mucha gente buena ha hecho lo que ha podido para levantarle la moral a un niño que no conseguía vender sus galletitas para la excursión del colegio, como aquel que dice
Mayo me encanta. El día 1 es una triple efeméride: el aniversario del día en que me casé con la mujer más guapa, más lista y más buena del mundo —tendrían que ver ustedes tantas cosas, pero, por decir algunas: la carita que pone cuando lee un buen libro, el gusto que tiene para las flores o la gracia con la que me regaña si me dejo levantada la tapa del váter—, se celebra el Día del Trabajador —cosa que procuro ser— y a san José, el artesano, terror daemonum. También explota la primavera —por fin—, Valencia huele a azahar y se plantan las cruces de mayo, esos monumentos callejeros y florales. En España también nos lanzamos a brindar por nuestras madres y, para redondear la alegría, le consagramos este mes a la Virgen. Hay que ser un poco psicópata para no ponerse de buen humor en esta época, aunque la vida te venga muy a malas. ¡Nos sobran los motivos! Y hoy he descubierto uno más, que se dice en sueco: majblomman, flores de mayo. Muchos niños suecos venden este mes unas flores de papel para colgar en la solapa y, con los fondos que recaudan, ayudan a paliar la pobreza infantil.
Me parece una cosa muy en blanco y negro —empezando por lo de las solapas—, como de una época más humana. Las clases de los colegios se organizan para menudear las flores de papel por el barrio y los niños se quedan las propinas para comprarse luego unas chuches. Como cuando yo era pequeño y hacía de monaguillo. Al terminar las fiestas patronales —después de la procesión y todo eso—, mosén Vicente nos daba dos o tres euros que nos parecían una fortuna.
Este mes de mayo, un chavalín de 11 años, Murhaf Hamid, cuyos padres son etíopes solicitantes de asilo en el país escandinavo, se propuso vender las majblomman para ayudar a los niños pobres. «Me compraré una pizza con las propinas y me la comeré con mis amigos», se dijo la tarde que empezó. Pero no contaba él con un asunto que a los adultos les importa: resulta que es negro. El primer día se tiró cinco horas de casa en casa y no vendió más que unos pocos pines. Y se llevó, de paso, alguna mirada fea y comentarios hirientes del estilo de «fuera de esta calle que molestas». Como cabría esperar, el niño se sintió herido. Una amiga de la familia, Leila Orahman, escribió un mensaje en Facebook de los que pones de vez en vez, cuando algo te indigna, esperando el cariño de los cuatro parroquianos de siempre. Pero la cosa se hizo viral y, como resulta que las flores de mayo se pueden adquirir también online, los suecos se han volcado con Murhaf y le han comprado pines por valor de más de tres millones de coronas, más o menos 280.000 euros, con sus generosas propinas.
Por supuesto que hubo comentarios racistas en las redes, pero a mí me gusta más pensar que mucha gente buena ha hecho lo que ha podido para levantarle la moral a un niño que no conseguía vender sus galletitas para la excursión del colegio, como aquel que dice. La suma ha sido la mayor de la historia de las majblomman, que llevan más de un siglo en funcionamiento. La organización nunca había visto cosa igual. «Lo que me gustaría es comprarle a mis padres un permiso de residencia en Suecia, pero eso no se puede», le dijo Murhaf a los medios que, lógicamente, le preguntaron qué iba a hacer con el dinero. «Así que me compraré unos zapatos nuevos, un teléfono y una chaqueta. Y me guardaré el resto». Pues sí, colega, claro que sí. Y a los amargados que te dijeron cosas feas por la calle: mierda. Me gusta más cuando no ganan los malos. Será que estamos en mayo.