García de Cortázar: «La situación actual daría para una desoladora película de Berlanga»
El historiador y colaborador de Alfa y Omega publica Y cuando digo España (Arzalia), un recorrido por la historia del país, sus protagonistas y sus obras
Tras recorrer los rincones y secretos de nuestro país en Viaje al corazón de España, ¿cómo surge la idea de Y cuando digo España, que parecen varias obras en una?
Y cuando digo España está estrechamente emparentada con Viaje al corazón de España. En ambas obras, como en la Breve historia de España, he querido llevar al presente la realidad histórica y cultural de nuestro país con un estilo ameno y directo, tratando de emocionar a los lectores. A mí también, como a mi paisano Unamuno, me duele España, donde la liquidación del saber ha impulsado el despilfarro de una preciosa herencia nacional. No hay duda de que el independentismo nunca habría alcanzado sus niveles de seducción si España hubiera sido sentida y vivida con mayor intensidad emocional. Y cuando digo España busca recuperar el entusiasmo que una superpotencia cultural como la nuestra suscita y que Jorge Guillén manifestó en su verso «patria, tan anterior a mí y que yo quiero viva después de mí».
Como dice en el prólogo, hay que ser autocríticos, pero sin caer en el trazo grueso ni en el derrotismo. Desde la leyenda negra, ¿hay algo más español que el autoflagelo?
En España tenemos un serio problema con la historia. Somos el único país europeo que parece avergonzarse de sí mismo, la única nación incapaz de aceptar con naturalidad su pasado. Muchos siguen leyendo nuestra historia desde los estereotipos de la España negra: la Inquisición, la intolerancia, la predisposición a matarnos los unos a los otros. Ya lo escribió Lope de Vega: «¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres, / cuántos sucesos y victorias grandes… / ¿por qué te falta, España, quien lo diga?». Con Y cuando digo España trato de enmendar la profecía del Fénix de los Ingenios e invitar a mis lectores a cantar las baladas de una nación apasionante.
Sostiene que el mundo tiene muchas deudas con España, ¿cuál es la más cuantiosa?
El mundo sería peor sin los traductores de Toledo, el pensar recio de la Escuela de Salamanca, el empuje explorador de los siglos XV y XVI, las expediciones científicas de la España de la Ilustración… La deuda más formidable es el idioma, una lengua de ida y vuelta con América, la lengua de los conquistadores y también de la independencia; lengua no del imperio, sino de la imaginación, del amor, de la justicia. Curva airosa de Berceo a Neruda, o de san Juan de la Cruz a Vargas Llosa, pasando por Gracián, Clarín, Lorca, Alejo Carpentier…
En un capítulo reivindica a «titanes de la historia» como santa Teresa, Francisco de Vitoria o Goya, y más recientes como Nadal o Amancio Ortega. Si tuviera que quedarse con algunas de sus virtudes, ¿cuáles serían?
Son personajes fundamentales en nuestra historia. No me refiero exclusivamente a reyes, políticos y militares: Alfonso II el Casto, Hernán Cortés, Cánovas del Castillo… Hablo también de filósofos, poetas, científicos, personalidades de nuestro tiempo… Me quedo con la valentía y la honradez intelectual de Francisco de Vitoria, la curiosidad y el esfuerzo disciplinado de Ramón y Cajal o la determinación y la voluntad de superación de Rafa Nadal, capaz además de emocionarse y emocionarnos con su sentimiento de España.
Entre los titanes cita también a Adolfo Suárez, que supo apelar a la concordia, como dice usted. ¿Dónde ha quedado esa capacidad de buscar consensos de la Transición?
Siento nostalgia por aquellos años de exigencia moral de restaurar una idea de España, asumida como nación que a todos integraba y que de todos necesitaba. Adiós a la España en blanco y negro; bienvenida la España en marcha que coreábamos con los versos secos y patrióticos de Celaya. Aquello es hoy solo un hermoso recuerdo, como si las mejores circunstancias de una nación fueran las que la dividen, las que impugnan su convivencia e incluso lamentan su propia continuidad. Por el camino, se ha relegado al olvido la España liberal de Galdós, Ortega o Machado.
Usted colabora con numerosos medios, ¿qué culpa tienen –o tenemos– en el empobrecimiento del debate y la aparición de políticos que casi parecen más tertulianos?
Recuerdo una vieja miniserie norteamericana de los años 80, Mi hijo favorito. En ella se escucha esta definición de un candidato a la presidencia: «Es nuestro hombre, no porque sea capaz, sino porque está hecho del mismo material que todos los buenos candidatos: de tinta»… Nuestros políticos también dependen más de la tinta de los periódicos y la televisión que de la ética de las convicciones. «Desprecio a aquellos cuyas palabras van más lejos que sus actos», decía Camus señalando a los oportunistas y logreros de siempre.
Con Ana Vidal-Abarca pone rostro a las víctimas de ETA, ¿qué le parece que un 60 % de los jóvenes no sepan quién fue Miguel Ángel Blanco?
Manifestación clara de que ETA no ha sido derrotada e impone el silencio de sus crímenes en una España donde aún se homenajea al verdugo y se aplaude al fanático. Lo dije ya hace tiempo: los últimos perdedores de nuestra historia son las víctimas del terrorismo. En aquellos años de plomo, al lado de Ana Vidal-Abarca y de muchas otras víctimas del terrorismo, tuve el privilegio de respirar ese oxígeno moral tan necesario en el País Vasco, frente a complicidades cruzadas con los asesinos, señalamientos y pintadas que algunos sufrimos, como aquella de que «el pueblo no perdonará», el colmo del envilecimiento, la interiorización máxima del odio.
Hay otro capítulo sobre cine, ¿quién haría una mejor película de todo lo que está pasando en España?
El buen cine es una máquina del tiempo, un espejo que nos muestra cómo éramos y nos dice cómo somos e incluso cómo recordamos el pasado. En Y cuando digo España le dedico nuestros últimos 100 años a través de un puñado de películas que llevan en sus imágenes, sus diálogos y su música, el eco de lo que fuimos, y en ocasiones nuestra conciencia. Creo que la situación actual daría para una desoladora película de Berlanga, cuyo talento sería capaz de hacernos reír y llorar al mismo tiempo.
El día que podamos viajar libremente porque la COVID-19 ha terminado, ¿dónde se escapará a celebrarlo?
A una ciudad amable y de buen tiempo. Málaga sería una buena opción en primavera. Fenicia y romana, musulmana y cristiana, romántica y liberal, cantaora, según Manuel Machado, Málaga, encrucijada de rutas y comercios, es la cuna de Cánovas del Castillo y Picasso. Y claro, tampoco puedo olvidar a dos grandes poetas del 27 como Vicente Aleixandre y Emilio Prados, o a la orteguiana María Zambrano.
Fernando García de Cortazar
Arzalia Ediciones
2020
624
33,20 €