Fernando de Haro: «En Nicaragua hay gente que no volverá a rehacer su vida» - Alfa y Omega

Fernando de Haro: «En Nicaragua hay gente que no volverá a rehacer su vida»

El periodista de COPE se ha infiltrado en el régimen de Ortega para entrevistar a las personas perseguidas por su fe. En otoño presentará sus testimonios en un documental

Rodrigo Moreno Quicios
Fernando de Haro en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica. Foto: Cedida por Fernando de Haro

Fernando de Haro Izquierdo dirige, junto a Pilar Cisneros, La Tarde en Cadena COPE. Acaba de volver de Costa Rica y Nicaragua, donde se infiltró burlando al régimen para entrevistar a personas represaliadas por el sandinismo a causa de su fe.

¿Cómo se os ocurrió realizar el documental que tenéis entre manos? ¿Cuándo podremos verlo?
—Este documental forma parte de una serie que empecé hace diez años sobre la persecución de los cristianos en el mundo. He recorrido los sitios donde esta persecución les golpea con más fuerza, como Egipto, Siria, Irak, India o Pakistán. Este es el noveno que hago. La situación en Nicaragua ha empeorado mucho.

¿Cómo lo habéis realizado?
—Lo hemos grabado y preparado en diferentes localizaciones. Yo tenía el proyecto de hacerlo en Nicaragua, pero no era posible. Entré por la frontera terrestre de forma ilegal porque, por el sistema que tienen de identificación, es imposible hacerlo de otro modo. De otro modo, tienes que pedir una autorización, en la aduana te detienen inmediatamente y a mí no me habrían dado paso. En los días que estuve, otro periodista acababa de entrar en prisión y le habían quitado la cámara. Si sigues adelante no sabes lo que te puede pasar y pones en dificultad a toda la gente que te está ayudando.

¿Cuándo lo estrenaréis?
—Prácticamente está terminada la frase de grabación con personas en el exilio en España, Costa Rica y Estados Unidos. Como el régimen de Ortega opera también en Costa Rica a través de los matones que envía, la gente también tiene muchísimo miedo y no quiere hablar, pero hemos conseguido a un grupo de personas con testimonios relevantes que dan noticia de una persecución verdaderamente cruel.

He tenido ocasión de hablar con las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta. He estado antes en muchos sitios donde había persecución y hasta ahora nunca había visto una persecución directamente contra ellas.

Estamos ahora en la fase de guionización y montaje, que siempre es complicada. El material es muy abundante y hay que construir una historia. En otoño seguramente podamos verlo.

¿Hasta dónde os habéis adentrado en territorio nicaragüense? ¿De qué manera lo habéis hecho?
—En la frontera oficial con Costa Rica, como es una zona de selva, hay mucha vegetación y algunos puntos ciegos. Puedes penetrar un poquito, pero en cualquier momento puede aparecer el Ejército. En las zonas donde nosotros estuvimos, una pequeña parte de la población entra y sale todos los días de los pueblos de un país a los del otro. También hay todo un sistema de coyotes [como allí llaman a los traficantes de personas]. Si les pagas 200 o 300 euros, te pasan al otro lado.

Todos los exiliados por razones religiosas con los que yo he hablado habían pasado por la experiencia de tener que salir. Algunos por avión, otros por vía terrestre a las cinco de la mañana, cuando el turno de vigilancia nocturna se ha agotado. Yo hice algo parecido porque quería vivir la experiencia de las personas a las que estaba entrevistando. Quería documentarme yo en el sitio y viviendo lo mismo que quienes han tenido que escapar de la dictadura de Ortega y Rosario Murillo.

¿Tus entrevistados estaban implicados en política o han sido reprimidos —sin ser la oposición un pretexto legítimo— por otras causas?
—La mayoría de gente con la que he hablado no tenía un perfil político. A partir de 2018 se produce una cosa muy llamativa en Nicaragua. Muchos de quienes estaban protestando buscaron refugio en las iglesias. Muchos sacerdotes me repiten que no tienen ningún proyecto político pero que, en ejercicio de su ministerio sacerdotal, tenían que atender a la gente que había perdido un hijo o que estaba herida. Tenían que dar de comer al que tenía hambre.

Es una historia muy llamativa. La persecución se produce porque la Iglesia se convierte en un hospital de campaña, no es una metáfora. Los bancos de las iglesias se convirtieron en el primer sitio en que se atendió a los feligreses y eso el régimen no lo perdona. Igual que no perdona que los obispos se pronuncien oficialmente en favor de la libertad.

He hablado con jóvenes laicos que participaron en el gran movimiento social que se inició en 2018 y que piden un cambio. Pero la persecución no se produce porque la Iglesia esté identificada con una posición política, se produce porque desarrolla la tarea profética de denunciar los abusos de poder. A partir de ahí se desencadena todo.

¿Hay mucha concentración de exiliados en Costa Rica? ¿Qué os cuentan?
—Hay historias realmente duras y de mucho sufrimiento porque es gente que ha estado en la cárcel de El Chipote, donde se tortura de una manera bestial. Los que habían estado en la cárcel me contaban cómo se les puso a prueba en una situación así. Estás metido en una celda de dos metros, no te dejan rezar, no te dejan ni leer, tienes que volver a descubrir las razones por las que eres católico o evangélico.

Todas las personas con las que he hablado tenían una gran herida. Puede ser la tortura física, pero también psicológica. Las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta me contaban cómo los militares entraron en el convento a decirles que ellas tenían armas, que dónde estaban. Les dijeron que no podían atender a los pobres y les quitaron el Santísimo. Y ellas se decían: «No tenemos ni a Cristo sacramentado ni a Cristo en los pobres, ¿qué podemos hacer ahora que nos falta el Amado?». Me hablaban del dolor y se echaban a llorar porque esa herida está muy abierta.

Pero hay una luminosidad en la fe que se revela en las entrevistas porque tenían siempre una certeza. Se repite una frase: «Si el Señor ha permitido esto, habrá sido para bien». También había una monja de la India que llevaba 20 años en Nicaragua y que decía que lo que más le duele es que la hayan separado de la gente porque se considera tan nicaragüense como cualquiera.

¿Crees que podrán recuperarse?
—Hay gente que no volverá a rehacer su vida. Hay chavales con 25 años que son hipertensos porque arrastran una ansiedad que les ha provocado un desequilibrio en la tensión arterial. También hay efectos psicológicos. Pero junto a eso, hay una gran maduración personal y luminosidad. Había alguien que me decía: «Lo fundamental es no dejarme llevar por el odio porque sé que eso es lo que me puede destruir».

¿Qué opina la población local sobre la excarcelación de Rolando Álvarez y el resto de sacerdotes detenidos ilegalmente en Navidad?
—Parece que su salida ha estado acompañada por cierto compromiso de silencio. En la mayoría de las personas que se han exiliado por motivos religiosos, por persecución de la fe, la mayoría no quieren hablar porque tienen miedo de las consecuencias que pueden tener para sus familiares que aún están dentro. El miedo les sigue acompañando. Están acostumbrados a vivir en un régimen en el que salir provoca sufrimiento para los suyos.

No tengo fuentes que lo confirmen, pero creo que el silencio tan grande sobre todo lo que tiene que ver con Rolando Álvarez, también en España, está relacionado con algún tipo de discreción informativa. Yo he estado en contacto con ellos y no había voluntad de hablar y lo respeto, como no podría ser de otra manera. Es un momento en el que está claro que hay un gran compromiso de no atender a los medios. Las últimas salidas están acompañadas de un gran manto de silencio.