¡Feliz Navidad, queridos lectores!

En las últimas semanas, durante el tiempo de Adviento, deberíamos habernos preparado para el nacimiento del Señor. Ahora, a pesar de todo el ruido, de las cenas, las compras y las luces, es momento de mirar el belén y detenernos en el Niño. Como recordó el Papa en su homilía de Navidad del año pasado, «en su pequeñez es Dios» y deberíamos dejarnos «atravesar por este asombro escandaloso». «Aquel que abraza al universo necesita que lo sostengan en brazos. […] El amor infinito tiene un corazón minúsculo, que emite ligeros latidos. La Palabra eterna es infante, es decir, incapaz de hablar. El Pan de vida debe ser alimentado. El creador del mundo no tiene hogar. Hoy todo se invierte: Dios viene al mundo pequeño. Su grandeza se ofrece en la pequeñez», aseveró.

Y nosotros, ¿entendemos esta aparente contradicción? ¿Somos capaces de acoger a un Dios que «se hace pequeño a los ojos del mundo»?, ¿o acaso «seguimos buscando la grandeza según el mundo, quizá incluso en nombre suyo»? Lejos de querer brillar o encaramarse a un pedestal, Jesús muestra, ya desde el inicio, que la humildad y el servicio son el camino. ¿Lo seguimos?

¡Feliz Navidad, queridos lectores!