Félix Ovejero: «España es una razonable convivencia»
Es seguramente la voz con más autoridad moral e intelectual en el seno del constitucionalismo en Cataluña. Y también en lo tocante a la veteranía: Félix Ovejero Lucas, profesor de Economía, Ética, y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona, lleva años –antes incluso de que comenzara el llamado procés– alertando acerca de la peligro que conllevan, de cara a la convivencia, las esencias del nacionalismo. Asimismo, su condición de (histórico) progresista no le impide mostrarse severo con lo suyos: su antepenúltimo libro se titula La deriva reaccionaria de la izquierda. Y el último, Secesionismo y democracia, en el que da a entender que el primero es incompatible con la segunda.
José Álvarez Junco, historiador, dijo en el Congreso de los Diputados, que «hace 3.000 años, España no existía y que dentro de 3.000 años tampoco existirá».
Me parecen razonables. No hay esencias históricas que persisten impermeables al paso del tiempo. Creo que el nacionalismo es la tiranía del origen: estar pendiente de lo que una vez fue y presumir de tener que restituir lo que una vez fue. Pero eso no justifica despreocuparnos de nuestro presente. Tampoco existía la especie humana hace 200.000 años, pero no por eso nos despreocupamos de nuestras vidas.
Habrá que proteger las identidades.
«Cualquier cosa que hagamos», decía Borges, «será nuestra identidad». No hay ni que esforzarse para preservarlo.
¿Ni para preservar España?
España es una razonable unidad de convivencia. Mi defensa es circunstancial. No soy nada nacionalista español. Y si pudiera ampliar la fronteras en aras de la democracia y la justicia, adelante: cualquier frontera es una barrera para decirle al otro que no es mi igual.
Hecha esta declaración de principios, ¿cuál sería el futuro de España?
El deseable sería disolverse en una Unión Europea o en cualquier comunidad donde existiera un Estado democrático real, esto es, una comunidad de justicia y de decisión política, redistributiva.
¿Y empíricamente?
Tal y como apuntan las tendencias, el panorama es devastador porque nos dirigimos a la desintegración en nombre de comunidades de identidad para constituirnos en una especie de reinos de taifas. Además, creo que el germen, desgraciadamente, está en la Constitución de 1978. La defiendo, pero no ignoro sus problemas.
La idea de que el Estado de las autonomías era la solución al problema…
…pues hemos visto que no lo ha sido, sino que lo ha agrandado mediante un sistema de incentivos que alienta las diferencias, tanto por parte de quienes lo han hecho históricamente y ahora, prácticamente a la defensiva, vemos cómo los asturianos reivindican el bable. ¿Por qué? Algunos porque se lo creen.
¿Y otros?
Eso del bable no es sino un modo de asegurarse un terreno propio que excluye a conciudadanos. Si no se puede establecer un pacto para eliminar barreras, pues voy a construir las mías propias.
¿Aún hay bazas para conservar el crisol común?
Demográficas, las hay: en la mayor parte de Cataluña, la mayoría hablamos castellano y en lo esencial, en pautas de comportamiento, somos idénticos a los demás españoles. Por lo tanto, hay base. Después, se trataría de dar una respuesta, que es batalla de las ideas.
¿Solo de las ideas?
También respuestas institucionales: si uno quiere presentarse a la primera cámara [el Congreso de los Diputados], ha de tener representación política, pongamos por caso, en cinco comunidades autónomas. Este sistema de incentivos evitaría la patológica situación que tenemos, donde tipos que no responden ante la ciudadanía, sin embargo, la controlan.
Los efectos del sistema electoral de listas.
Sí. Pueden decidir, desde aquí, las políticas de todos los españoles.
Según usted, para garantizar la convivencia, la primera etapa es la reforma de las instituciones.
Siempre. Las instituciones, como decía Kant, se diseñan incluso para un pueblo de demonios. Para que incluso con malas disposiciones se consiguen buenos resultados colectivos .
Un pueblo de demonios.
Tengo un libro con ese título. Tampoco es ninguna originalidad: es de Kant.
Volvamos a las instituciones.
Abogo por estímulos que orienten para el comportamiento que queremos. Por eso mismo, digo que hay que defender la lengua común si lo que interesa es ampliar la unidad de convivencia entre los españoles. Es lo que hizo la Revolución francesa: alentar el idioma que todos pudieran entender y en la que estaba escrita la ley.
¿Por afán de identidad?
No. Para que los ciudadanos entre iguales, pudieran entenderse y supieran a qué atenerse. A esa ley que recoge sus derechos. Es lo razonable.
¿Qué espacio reservaría a las identidades subnacionales?
No hay que preservarlas porque su pérdida sea lamentable: no vamos a imponer el latín, aunque, ciertamente, hay mucha cultura sedimentada en latín. Hay que preservar la posibilidad de que la gente pueda realizar un razonable número de actividades en su propia lengua; pero no hay obligación de asegurarte interlocutores.
Explíquese, por favor.
Por así decirlo, nadie me puede prohibir que yo me enamore de Natalie Portman; pero no la van a obligar a ella a tener que estar conmigo para que pueda realizar mi proyecto de vida. Es como cuando me dicen que quieren «vivir en catalán» o estudiar Física Cuántica en español. Pues esas actividades se tendrán que hacer con la lengua en que se encuentren interlocutores, en inglés.
Está la tecnología.
Ayudará a resolver. Uno se mete en Google y traduce cualquier artículo.
Bueno, de aquella manera.
Si es una obra literaria… pero si se mete una cosa escrita como un prospecto de medicina, que son la mitad de los trabajos académicos, objeto, verbo, predicado, lo escupe razonablemente bien. Muchas constricciones que podíamos tener se han resuelto tecnológicamente. Desde luego, lo ideal sería disponer de una lengua común para la humanidad; nos interesa entendernos con las gentes.
¿Volapuk o Esperanto?
Me parece una idealización. Tendríamos que converger en la que tiene más usuarios, como hemos hecho con los sistemas de pesos y medidas. O con la moneda: la que tenga más usuarios. Ni siquiera hay que imponerla.
Sigamos con España: después de las instituciones, ¿cuál sería el siguiente paso para fortalecer ls convivencia?
Librar la batalla ideológica para decir que el pensamiento nacionalista es un pensamiento reaccionario en el peor de los sentidos: «Porque soy diferente no quieto votar contigo, ni redistribuir».
Apelar a la identidad para romper el vínculo de ciudadanía.
Eso es. Tradicionalmente era el pensamiento historicista romántico que nace contra la Revolución francesa.
En España lo está asumiendo la izquierda.
Está sancionando como santo y bueno ese pensamiento, que es el más oscuro del mundo. Y hasta que la izquierda –ni siquiera se toma la molestia de hacer un esfuerzo intelectual– no rompa ese vínculo, estamos muy mal. Y en España, para bien o para mal, quien legitima las causas nihil obstat es la izquierda.
¿Tiene algo que ver la caída del Muro de Berlín con la radicalización de cierta izquierda española?
¿En qué sentido?
En el de convertir la derrota política y económica en victoria ideológica.
No lo vería así. Si uno mira los programas económicos de la Transición –parcialmente reflejados en la Constitución– contemplaban nacionalizaciones de los medios de producción. Incluso los partidos de centro eran decididamente socialdemócratas. Sin ir más lejos, nadie contemplaba la privatización del Instituto Nacional de Industria. Hoy nadie pretende nacionalizar los medios de producción.
Igual es porque saben que esas políticas y las de gasto público son incompatibles con el compromiso europeo. De ahí que hayan hecho una recuperación ideológica en el plano antropológico y en el identitario.
Hombre, en buena parte, el proyecto general de la izquierda en el siglo XIX se ha cumplido: sufragio universal, educación pública, sanidad pública.
¿Y ahora?
Ya sea por saturación y porque una serie de generaciones formadas en torno a Mayo del 68, sin mucha vertebración intelectual, han necesitado generar su propia doctrina. Una parte de la explicación de esa recuperación de ideas reaccionarias viene de allí, defensas de las tradiciones, identidades. O, un ejemplo llamativo, la religión. Cuando hablan de islamofobia, están vetando la posibilidad de criticar a las religiones. Yo como hombre de izquierdas, soy crítico con las religiones. No significa que vaya a prohibir el culto. Pero una persona de izquierdas no puede adoptar esa argumentación.
¿Se puede decir lo mismo de cierta hostilidad de izquierdas hacia la globalización?
Sí, olvidando, por cierto, lo escrito por Marx en el manifiesto comunista, en donde defiende la globalización, su fuerza emancipatoria, por contribuir, entre otras cosas, a barrer tradiciones reaccionarias.