Félix Ángel Revilla: «El máximo beneficio es el principal fin de la industria agroalimentaria»
El jesuita y formador de empresarios agrícolas pide medidas y cambios en el consumo para reducir el impacto de producir comida
Profesor, jesuita, educador ambiental e ingeniero agrícola son algunos de los cargos de Félix Revilla. Su vocación por el cuidado de la casa común le ha llevado también a dirigir el Instituto Nevares de Empresarios Agrícolas (INEA), con asignaturas y proyectos centrados en una ecología integral. El 28 de mayo participará en un seminario organizado por la Fundación Pablo VI sobre agricultura sostenible y cambio climático.
¿Cómo definiría usted la industria agroalimentaria que nos sostiene actualmente?
En el mundo rico y moderno, la agroalimentación es un negocio enorme; no hay más que ver el boom de las grandes superficies. Por ello está en manos de multinacionales. Cuando lo que importa es el negocio y se busca el beneficio, deja de tener importancia el procurar alimentos sostenibles y saludables para toda la población. Podríamos decir que el máximo beneficio es el principal fin de la industria agroalimentaria. Y de ahí se pueden sacar consecuencias nefastas.
¿Qué efectos concretos tiene en el medio ambiente y en la salud?
En el medio ambiente son devastadores. No hay más que mirar a las selvas de Brasil, Paraguay o Indonesia; a las aguas contaminadas; a las emisiones de CO2 o de metano brutales; a una producción, en definitiva, con enormes contradicciones de todo tipo. En la salud de las personas tenemos, por una parte, la explotación laboral en muchos países —incluido el nuestro—, el ahogamiento a los pequeños productores y unos alimentos altamente nocivos con cientos de condimentos en forma de gasificantes, colorantes, antioxidantes, conservantes, estabilizantes, etc. La propia industria se encarga de que esa sea nuestra forma favorita de comer. Es triste que en un mundo en que 800 millones de personas pasan hambre hablemos en los países ricos de «comida basura».
Entonces, ¿debemos cambiar este modelo de producción? ¿Cómo?
Es evidente que hay que cambiarlo. El cómo está en la línea de salir de un paradigma que el Papa llama tecnocrático y comenzar a caminar en esa transición hacia uno de ecología integral. Eso, o se hace a lo bruto o empezando a corregir los errores que provocan el estado actual: promocionando subvenciones, protegiendo al pequeño agricultor, apoyando a las agriculturas y ganaderías alternativas y también a las agriculturas regenerativas [que trabajan para restaurar el equilibrio de componentes en el suelo, N. d. R.] o fomentando las cooperativas y el comercio local. No olvidemos que la encíclica Laudato si dice que «consumir es un acto moral». Es decir, no confiemos el cambio al Gobierno o los gobiernos, porque ya hemos visto en Europa que pronto ceden a las presiones de los lobbies.
Desde lo local a lo institucional, ¿qué propuestas hace la Iglesia para que esto no sea una moda, sino que vaya acompañado de un cambio de mentalidad?
Creo que la Laudato si ha movido a muchos colectivos y corazones en la Iglesia y esto está siendo muy importante. Cuando el Papa habla de la conversión ecológica dice que hay que dejar brotar todas las consecuencias de nuestro encuentro con Jesucristo; ese es el comienzo de la conversión. Nosotros queremos ser de la bandera de Jesús, no títeres de otros líderes. Hemos de afrontar el futuro con esperanza y alegría. El cambio de hábitos que propone el Papa debiera ser un reto bonito para todos: el empezar a ser contraculturales, ser capaces de vivir, compartir, pensar, y de alimentarnos de otra manera. Laudato si debería ser nuestro examen de conciencia diario para avanzar hacia la visión cristiana de la ecología integral.