Fe y realismo - Alfa y Omega

Fe y realismo

Alfa y Omega

«Al menos 5 veces: con los arrianos y los albigenses, con el escéptico humanista, después de Voltaire y después de Darwin, la Fe fue aparentemente arrojada a los perros. Pero en todos estos casos fueron los perros los que perecieron»: en este genial resumen de la Historia, que ofrece, en el último capítulo de El hombre eterno, bajo el título sin igual: Las cinco muertes de la fe, Gilbert Keith Chesterton no está dando una opinión; constata los hechos. De ahí la rotundidad de su juicio, que muestra bien claramente, en expresión de Benedicto XVI, cómo la inteligencia de la fe se convierte, por su propio dinamismo que hace que la razón sea propiamente razón, en inteligencia de la realidad.

Fue en mayo de 2010, cuando Benedicto XVI, en la 24ª Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, centrada en el tema: Testigos de Cristo en la comunidad política, decía que «se trata de un desafío exigente», para responder al cual son precisas, sobre todo, estas dos exigencias: «Hay que recuperar y vigorizar de nuevo una auténtica sabiduría política», y hay que «afrontar la realidad en todos sus aspectos», algo que sólo puede hacerse de veras desde la fe cristiana, que lejos de encerrar al hombre en el subjetivismo de sus pensamientos, abre de par en par el horizonte de su razón, haciendo posible el más acendrado realismo, y por eso decía el Papa que «la contribución de los cristianos sólo es decisiva» si lo somos de verdad, es decir: «si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación». Es el realismo de la fe que Chesterton encontró en la carnalidad concreta de la Iglesia católica, haciéndose evidente a su razón lo que, ocho décadas después, definiera con precisión, en el año 2000, el entonces cardenal Ratzinger, en la declaración Dominus Iesus: «Así como hay un solo Cristo, uno solo es su Cuerpo, una sola es su Esposa: una sola Iglesia católica y apostólica». Cristo en la Iglesia: así lo encontró Chesterton, y así lo vivió y lo transmitió, comenzando por su mujer, Frances (en la foto que ilustra este comentario), y de un modo absolutamente genial, como se ve en aquella imagen tan suya que habla, y con toda elocuencia, por sí sola: «Para entrar en la iglesia, no hay que quitarse la cabeza; sólo el sombrero».

En Las cinco muertes de la fe, tras contar cómo la fe católica sobrevive, una y otra vez, a cuantos la dan por muerta, Chesterton llega a la época moderna, cuando «se imaginó a la religión definitivamente marchita ante la seca luz de la Edad de la Razón». Y sigue contando, no opiniones, sino hechos: «Se la imaginó, por fin, desaparecida tras el terremoto de la Revolución Francesa. La ciencia pretendió obviarla, pero aún estaba allí. La historia la enterró en el pasado, pero Ella apareció repentinamente en el futuro. Hoy la encontramos en nuestro camino y, mientras la observamos, continúa su crecimiento…». Y quienes la daban por muerta, «estarán al acecho para proclamar sus yerros y tropiezos, pero no esperarán ya su desaparición. Ya no verán la extinción de la que tantas veces dieron por extinguida, y aprenderán a esperar antes la caída de un meteorito o el oscurecimiento de una estrella».

La inteligencia de la fe, que en la persona de Chesterton tan claramente se convirtió en inteligencia de la realidad, mostrando cómo abre y potencia la razón, la vemos cada día, con creciente evidencia, en el propio Benedicto XVI, en discursos memorables como los pronunciados en Ratisbona, en los Bernardinos de París, o en el Bundestag alemán. Baste evocar aquí el que no pudo pronunciar en La Sapienza de Roma, y por eso, quizás, tuvo un eco mayor; en él se remonta, a la hora de mostrar la inteligencia de la fe, a los mismos inicios de la Iglesia: «Los Padres, diferenciándose de las filosofías neoplatónicas, habían presentado la fe cristiana como la verdadera filosofía, subrayando también que esta fe corresponde a las exigencias de la razón que busca la verdad; que la fe es el a la verdad, con respecto a las religiones míticas, que se habían convertido en mera costumbre. Pero luego, al nacer la universidad, en Occidente ya no existían esas religiones, sino sólo el cristianismo; por eso, era necesario subrayar de modo nuevo la responsabilidad propia de la razón, que no queda absorbida por la fe». ¡Todo lo contrario! Y añade el Papa: «Si la razón, celosa de su presunta pureza, se hace sorda al gran mensaje que le viene de la fe cristiana y de su sabiduría, se seca como un árbol cuyas raíces no reciben ya las aguas que le dan vida». Chesterton lo dijo así, con su genial ironía: «Cuando se deja de creer en Dios, ya se puede creer en cualquier cosa».

En su discurso para La Sapienza, Benedicto XVI decía también: «Los cristianos de los primeros siglos acogieron su fe no de modo positivista, o como una vía de escape para deseos insatisfechos. La comprendieron como la disipación de la niebla de la religión mítica para dejar paso al descubrimiento de aquel Dios que es Razón creadora y, al mismo tiempo, Razón-Amor… La verdad nos hace buenos, y la bondad es verdadera: éste es el optimismo que reina en la fe cristiana». No cabe mejor ni más bello retrato de Chesterton.