Fátima Santiago: «No estamos aquí para hacer proselitismo»
Esta misionera del Inmaculado Corazón de María custodia las cicatrices de los cientos de inmigrantes a los que ha ayudado. Desde hace 28 años es un punto de apoyo en la ruta de los sin nombre que atraviesan la frontera de Estados Unidos. Su labor en Peñitas, una pequeña ciudad de Texas donde viven cerca de 3.000 familias, ha cambiado poco con el levantamiento del Título 42 que autorizaba expulsiones en caliente. Para ella el problema real sigue siendo la distinción que hace la ley para la concesión de visados entre quien es perseguido y quien deja su tierra porque tiene hambre.
¿Cuál es la situación que se vive ahora en la frontera?
Estuve hace unos días en el centro que coordina Norma Pimentel en McAllen (Texas), donde llegaron en un día 600 venezolanos. Estaban exhaustos, acababan de cruzar el río Bravo. Casi todos tenían familia en EE. UU. y querían hablar con ellos. Lo primero que les damos es comida y un kit de higiene.
¿Cómo ha cambiado la situación tras la derogación del Título 42?
Es falso hablar de invasión. La mayoría suele venir con su pasaporte. Así que les ayudamos con las gestiones del viaje para que se reúnan con sus familiares. Ahora ya no hay expulsiones en caliente justificadas por la emergencia de la pandemia. Tienen una fecha para ir a una oficina de inmigración y tramitar así sus visados. El problema es que tienen que demostrar que necesitan asilo político o que son perseguidos por razones religiosas, por ejemplo. Si se presentan sucios, sin comida ni medicinas, los jueces los catalogarán como migrantes económicos y serán deportados.
¿Qué le parece esta distinción?
Es muy injusta. Todo el mundo tiene derecho a querer una vida mejor. Además, una persona que trabaja es siempre una ventaja para el país de acogida. Por otro lado, la miseria está muy relacionada con la existencia de un sistema político corrupto o dictatorial. Los políticos tienen que ocuparse de su pueblo en vez de llenarse los bolsillos.
¿Cómo es la vida en la colonia de inmigrantes donde usted vive?
Estamos en Peñitas, una pequeña ciudad fronteriza de Texas donde viven cerca de 3.000 familias. Un donante católico nos cedió casi 2.000 hectáreas de terreno. La gente nos pidió que construyéramos una iglesia cerca porque temían que la Patrulla Fronteriza los detuviera si se alejaban. Así nació nuestra primera comunidad cristiana, con unas 60 familias, hace 18 años. La iglesia tiene una capacidad de acogida para 300 personas. Nunca les preguntamos si tienen papeles o si son católicos. No estamos aquí para hacer proselitismo. Tenemos una clínica, una escuela, un supermercado… y hasta un huerto de producción y venta ecológica. He pedido a las diócesis que nos compren a nosotros. Ahora mismo estamos trabajando en programas de formación para empoderar a las mujeres. Ofrecemos cursos de informática y de inglés, que es la primera herramienta para integrarse.
¿Cuál es la situación de las mujeres?
Son las peor paradas. Corren miles de riesgos. Trabajan de sol a sol por sus familias y muchas cargan con maridos alcohólicos que las maltratan. También he escuchado miles de historias de mujeres que han sido violadas. Algunas de ellas me marcaron profundamente. Una era de Guatemala; su marido donaba sangre a centros privados para poder comprar los libros del colegio a sus hijos. Ella decidió emigrar. Como no tenía dinero, el coyote la retuvo en un motel en México. La violó todos los días durante dos meses, hasta que se cansó. Otra llegó llena de moratones y sangre, pero la rechazaron en el hospital porque no llevaba consigo la denuncia. Sentí mucha frustración. Regresé con ella llorando de la rabia. Por suerte, Dios me acompaña.
¿Cómo ayudan los cursos de formación?
Se sienten importantes. Se independizan poco a poco. Hay un cambio si una mujer se siente digna, porque no dejará que un hombre la maltrate.
¿Las oficinas de inmigración saben que allí viven inmigrantes indocumentados?
Sí, pero no solemos tener problemas. Al Gobierno le interesamos porque nos ocupamos de ellos. Lo importante es que no se metan en líos. Hay cierta colaboración. Hace unos años era más frecuente que registrasen a las personas para controlar si tenían papeles.
¿Ha cambiado algo de Trump a Biden?
Cuando estaba Trump la gente tenía mucho miedo de ser deportada. Nos decían: «Prefiero estar en una cárcel de EE. UU. que regresar a mí país». Ahora no tienen miedo.