Jesucristo es la Roca que sostiene cada una de nuestras familias. Todos, obispos, sacerdotes, queridas familias, nos reconocemos frágiles y pecadores, necesitados de redención. Por eso, acudimos a la Eucaristía, para que, bebiendo en el manantial del amor, seamos capaces de renovar el amor esponsal, y promover con la gracia de Cristo auténticas Iglesias domésticas, donde se custodie el amor y la vida, donde se transmita la fe, y donde aprendamos a amarnos como hermanos.
Queremos mostrar a España y a Europa la belleza del matrimonio y la santidad de la familia. Somos conscientes de que la familia es la raíz de la sociedad, y de que la sociedad acaba siendo lo que son sus familias. Por eso, frente a la sociedad de los individuos, de la soledad y la infelicidad, queremos proponer la sociedad de las familias, como espacios de verdadera comunión y de amor entre los hermanos. Somos el pueblo de Dios, el pueblo de la vida. España envejece por falta de hijos; por eso suplicamos al Señor que bendiga y fortalezca a los esposos cristianos, que no tengan miedo a abrirse generosamente al don del la vida, y que suscite familias que se pongan al servicio de la nueva evangelización.
Nuestra familia está edificada sobre la Roca, que es Cristo. Esta familia se alimenta todos los días por la oración conyugal, por la oración de todos los miembros de la familia, orando juntos, rezando el Santo Rosario, orando juntos con la Palabra de Dios, viviendo en el servicio de unos a otros como hermanos.
El corazón es nuestro gran aliado, porque allí ha escrito Dios el deseo del amor, y la gracia de Jesucristo hace posible este amor y el perdón entre los esposos, el amor que florece en cada una de nuestras familias. Jesucristo ha entrado en nuestra Historia. El amor ha entrado en el silencio de la Navidad para hacer posible el gran proyecto del amor y de la familia. Cuando albergamos en nuestro corazón a Cristo, Él hace posible que nuestra precariedad pase a ser la omnipotencia de Dios, porque para Dios no hay nada imposible.