Fallece Justo Aznar, referente de la bioética en España e impulsor de la Federación Provida
El compromiso por los más débiles y el rigor científico son los rasgos que más destacan quienes conocieron al fundador del Instituto de Ciencias de la Vida y del Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia
Valencia ha despedido este lunes, con un funeral celebrado por el cardenal Antonio Cañizares, al doctor Justo Aznar Lucea, un referente en el ámbito provida y de la bioética en España. Doctor en Medicina con Premio Extraordinario por la Universidad de Navarra, Aznar fue jefe del Departamento de Biopatología Clínica del Hospital Universitario La Fe de Valencia desde 1974 hasta su jubilación en julio de 2006.
Ocupó el primer sillón de Bioética de la Comunidad Valenciana, creado por la Real Academia de Medicina. Impulsó la Federación Española de Asociaciones Provida, de la que fue presidente entre 1977 y 1998; y la Asociación Valenciana para la Defensa de la Vida, que también dirigió durante 33 años, desde 1979 hasta 2012. Además, fue miembro de la subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española y desde 2005 miembro correspondiente de la Pontificia Academia para la Vida.
Aunque su especialidad, la hematología, no da lugar a demasiados dilemas bioéticos, «desde muy joven» Aznar vio que «había una serie de campos en los que había que comprometerse para defender los derechos de los que no podían hacerlo por sí mismos; concretamente de los no nacidos», relata Vicente Bellver, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Valencia y miembro del Comité de Bioética de España. Ahí nació su compromiso, en un principio «cívico y personal» y luego con la perspectiva más científica y académica de la bioética.
El miembro del Comité de Bioética de España relata que fue escuchar sus charlas, cuando lo invitaban a su colegio para hablar del aborto y otros debates similares, lo que despertó su interés por este ámbito. Un campo en el que Aznar ha aportado mucho. En primer lugar, «su compromiso por defender la vida de todo ser humano, con una entrega, una constancia y una calidad impresionantes». Esta calidad y rigor son importantes «porque muchas veces se defienden causas importantes con argumentos muy endebles. Para él, eso era tirar piedras contra nuestro propio tejado».
En este sentido, destaca también cómo aunque venía del mundo de la ciencia «estaba abierto a las otras perspectivas que integran la bioética», como la filosofía y el derecho. «Como era consciente de que no era experto en ellas, tenía un oído muy atento para escuchar a los que sí lo eran y poder integrarlas». Por último, subraya cómo «creó los instrumentos» para que esta labor tuviera la mayor difusión posible. «No solo se dedicó a la elaboración científica, sino a la divulgación». También en Alfa y Omega.
Bioética a tiempo completo
Cuando se jubiló en 2006, dejó la labor de investigación pura para dedicarse de pleno a la bioética. Para ello encontró su casa en la recién nacida Universidad Católica de Valencia. Allí se creó el Instituto de Ciencias de la Vida, y dentro de él el Observatorio de Bioética. Desde lo que empezó siendo «algo aparentemente modesto leyendo revistas científicas y haciendo síntesis de las cuestiones científicas más relevantes hasta lo que hoy es el Observatorio hay una progresión impresionante», asegura Bellver.
Quien era su compañero allí, el farmacéutico Julio Tudela, añade que este prestigio, con ecos en diversos lugares tanto de Europa como de Estados Unidos, se debe a la «formación y solidez científica» que tenía, y que demuestran sus más de 300 artículos en publicaciones de prestigio y los muchos reconocimientos que recibió. Entre ellos, el Premio Alberto Sols a la mejor labor de investigación en Ciencias de la Salud; el Premio Santiago Grisolía a la mejor labor de investigación, o sendos premios a su trayectoria otorgados por la Consejería de Sanidad de Valencia y por el Colegio de Médicos de la misma comunidad. Para Aznar, era imprescindible «estar al día de todo, escuchar todo, dialogar con todos, contrastarlo todo», recuerda su colaborador.
«Nos lo pasamos bomba»
Destaca que «siempre le gustó su profesión, pero cuando ha sido feliz y ha disfrutado ha sido haciendo bioética». Recuerda, por ejemplo, que al final de muchas de sus reuniones, después de repasar las tareas pendientes, «siempre me hacía parar antes de salir de su despacho, levantaba el pulgar y decía “nos lo pasamos bomba”». También recuerda cómo se reía cada vez que le daban algún premio, «porque sabíamos que eso es la gloria de este mundo y no va a ninguna parte».
Esta misma actitud le llevó a afrontar las situaciones en las que «su posicionamiento a favor de la vida le granjeó algún disgusto, calumnia o persecución», continúa Tudela. Una persecución de la que incluso los más cercanos a él apenas eran conscientes, porque «siempre lo llevó con gran discreción, sin quejarse ni alardear o hacerse la víctima». De hecho, «cuando yo me desanimaba si alguna publicación nos rechazaba un trabajo sin contraargumentar, siempre me decía “no pasa nada, probaremos con otro”. Eso solo se puede hacer desde la firmeza de la fe».
«Ha cambiado muchos corazones»
Por eso, insiste en que aunque «era un gran científico», eso no era lo más importante de su vida. Ha habido «muchos científicos que no han ayudado a la gente. De lo que se trata aquí es de que ha cambiado muchos corazones. Por encima de su brillantez intelectual, puso a trabajar sus talentos para ser luz donde había oscuridad en lo científico; poner sal dando un sentido y un fin al trabajo de la gente, y ser fermento contagiando a todos este celo intelectual y apostólico por buscar la verdad, defender la vida y estar del lado de los débiles».
«Para mí ha sido un privilegio» trabajar con él, sobre todo por la comunión, el respeto y el cariño compartidos. Bellver no teme sonar tópico cuando subraya que «por sus frutos los conoceréis». Se refiere a sus obras, pero también y sobre todo a sus diez hijos, sus 49 nietos y a cómo además, tanto él como «muchas otras personas» se sentían casi «como hijos suyos» en Valencia, donde era «una figura conocidísima y queridísima».
El jurista comparte cómo «me llamaba por si quería quedar, y con 80 años se venía hasta el colegio donde dejaba a mis hijas para tomar un café y charlar de cosas de bioética y personales». Apunta, además, que «hacer todo lo que hacía» (cuidar de una familia muy numerosa, ser jefe de servicio en un importante hospital y al tiempo estar detrás de varias entidades) «le exigía una dedicación al trabajo, una disciplina y un orden impresionantes», que «en ocasiones le podían hacer aparecer un poco severo». Pero sobre todo era exigente consigo mismo y, «a medida que pasaban los años, fue acompañando esa capacidad brutal de trabajo por una dulcificación de su carácter».