Fallece el escultor de los santos que velan por Madrid desde la catedral
Las esculturas de la Virgen de la Almudena, santa Teresa, san Isidro, su mujer y san Fernando valieron el Premio Nacional de Escultura a Ramón Chaparro. Deja sin acabar una imagen de la copatrona de la capital
Recientemente nos ha dejado el escultor Francisco Ramón Chaparro López (nacido en Llerena —Badajoz— en 1956), autor de las grandes estatuas que presiden el hastial catedralicio madrileño, presididas por la Virgen de la Almudena. De colosales dimensiones, se ubica en la hornacina central como intercesora y protectora del pueblo madrileño, custodiada a ambos márgenes por algunos integrantes de la hagiografía universal. A su izquierda —para el observador—, santa Teresa de Jesús y san Isidro Labrador y a su izquierda, santa María de la Cabeza y san Fernando Rey.
La trayectoria de tan insigne artista de origen extremeño se identificó de pleno con la pintura y la escultura, por su natural vivencia y proyección al arte de acusado estilo figurativo al recalar con especial intensidad reformadora en la actual escultura e imaginería religiosa. Desde su infancia, heredó la afición paterna por la experimentación con el barro y la arcilla, junto al manejo de la gubia y la labra de piedra, previos a su definitivo traslado y asentamiento en la capital. Frecuentes resultaron las visitas al Museo del Prado y al Círculo de Bellas Artes, ampliando y cimentando conocimientos con la contemplación in situ. Igualmente, frecuentó algunos de los recintos de imprescindible formación en la talla y labra pétrea, como la Escuela de Artes y Oficios Artísticos. De espíritu inquieto y formación autodidacta, viajó por diversos países europeos y admiró en directo algunas de las realizaciones renacentistas resueltas con primicia por la asumida terribilità del florentino Miguel Ángel Buonarroti. Tampoco fue ajeno a la estela impuesta por el escultor francés Auguste Rodin. La fuerza y el acento renovador de su singular creatividad escultórica cautivó a nuestro artista.
En sus años juveniles ejerció como escenógrafo, diseñador y dibujante de carteleras cinematográficas y realizó afamados modelos para el Museo de Cera madrileño, hasta ser becado en 1983 por el Círculo de Bellas Artes. Su versatilidad le inclinó hacia los trabajos en piedra, compaginados con los encargos a resolver en madera vista y policromada, sin obviar la realización de bustos —a su autoría pertenecen algunos bustos del rey emérito— y retratos plasmados en pormenorizada y humanizada espiritualidad con tendencia al colosalismo. Resaltan por su exitosa resolución compositiva las ya aludidas esculturas catedralicias, que superan los tres metros de altura, por las que en 1998 obtuvo el I Premio Nacional de Escultura. Su dominio del boceto en barro y plastilina, el dibujo y la pintura de retrato se vinculan con su integradora concepción del oficio escultórico.
Producción religiosa
Algunas de sus más recientes realizaciones lígneas son los conjuntos procesionales del Lavatorio de pies con destino a la capital bilbaína, o el Stabat Mater, por encargo de la Cofradía marista de la Veracruz en la capital de La Rioja. De similar configuración es un Cenáculo inconcluso para la madrileña localidad de Navalcarnero, en cuyo urbanismo se localizan buena muestra de sus preciadas realizaciones en bronce. Otro proyecto inconcluso es la imagen dedicada a la copatrona madrileña beata María Ana, motivada por el cuarto centenario de su fallecimiento. En todas ellas dejó su huella, impresa en su particular estilo neobarroco, de controvertida definición, sin merma del sentir tradicional adaptado al gusto modernista como sustento del clasicismo figurativo. Entre su producción religiosa destacan asimismo un Cristo yacente de dos metros para la diócesis de Alicante (1986), la Virgen del Pópulo, de 1991, para la iglesia de san Bartolomé en Almagro (Ciudad Real), la medalla de Nuestra Señora de la Almudena y la restauración de la imagen del Crucificado para la capilla del hospital militar ceutí, y de la talla mariana donada por el arzobispo Casimiro Morcillo a la diócesis madrileña.
La continuada búsqueda y el encuentro con el naturalismo y el verismo del que hizo gala abunda en la facilidad y el manejo del barro, la gubia y el escoplo, con inequívoco y acusado conocimiento de los misterios del oficio. La práctica y versatilidad estilística queda impresa en la práctica del vaciado y la cuidada pátina e imprimación polícroma, nunca exenta de sugerentes veladuras, adscritas al lenguaje icónico y tonal, con el recurso y empleo del estofado. El arte de Ramón Chaparro constituye un bello exponente de sugerencias armonizadas en el proceso creativo, en una época marcada por la crisis generalizada del concepto escultórico en aras de una insulsa modernidad que no acaba de aterrizar.
«Tuve que sustituir la piedra de Colmenar [utilizada en la catedral], por faltar volúmenes tan colosales, por piedra caliza de Atarfe. [Las estatuas] figuran con clásica indumentaria y sus consiguientes atributos, los movimientos equilibrados que adquieren un cierto aire de dinamicidad en pliegues y rostros, reflejando cabezas que andan por mi mente callejera».
«Al concurso se presentaron distintos escultores, bastante conocidos. Cuando resulté premiado, me preguntaron si me gustaba mi trabajo y contesté con rotundidad que no. Mi principal adversario fueron las prisas derivadas del encargo, ya que un escultor es su propia empresa. Necesitaba paz y tiempo necesarios que toda obra requiere. Esta es una sociedad donde vivimos en un tren que corre a gran velocidad y a veces se cae en el vacío, donde [algunos] vamos de pie, con ganas de bajarnos» (Palabras de Chaparro en 2001).