Fallece el escritor José Jiménez Lozano, Premio Cervantes e impulsor de Las Edades del Hombre
En octubre de 2017 recibió la medalla Pro Ecclesia et Pontifice, la máxima distinción que el Papa confiere a seglares
El escritor José Jiménez Lozano, Premio Cervantes en 2002, ha fallecido este lunes en Valladolid a los 89 años. Una gran figura para la literatura española y también para la Iglesia, pues fue uno de los impulsores de Las Edades del Hombre. Además, hace ahora dos años y medio, recibió la medalla Pro Ecclesia et Pontifice, la máxima distinción que el Papa confiere a seglares, «como premio a su fidelidad a la Iglesia y su servicio distinguido a la comunidad».
El cardenal Ricardo Blázquez, al proponerlo para este reconocimiento de parte del Papa, le definía como un «intelectual cristiano con exigencias de superación y reforma», que «participa en la vida de su parroquia y se ha manifestado siempre como hijo de la Iglesia». Su trayectoria, continuaba, «abarca la corresponsalía en Roma durante el Concilio Vaticano II, la evocación de figuras bíblicas, el estudio de personajes como san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Pascal, etcétera. Novelas y cuentos y particularmente el periodismo que culmina como director de El Norte de Castilla».
Uno de los primeros responsables eclesiales que ha reaccionado a esta triste noticia ha sido el obispo de Ávila y presidente de la Fundación Las Edades del Hombre, José María Gil Tamayo, que ha mostrado su cercanía «con dolor y fe» a los familiares del escritor y ha dado «gracias a Dios por su vida y obra».
En Alfa y Omega
La pluma de Jiménez Lozano también tuvo espacio en las páginas de Alfa y Omega. Fue con motivo de la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid por la Jornada Mundial de la Juventud en 2011. Estas fueron sus palabras:
«No puedo saber, lógicamente, qué significado o qué huella dejará el Viaje del Papa a España para la Jornada Mundial de la Juventud; solo puedo decir que las reflexiones de Benedicto XVI serán verdaderamente necesarias, en un momento, para España y Europa, en que todo parece banalizarse y vaciarse de sentido, y en que se trata de convertir el cristianismo en un periódico de anteayer, y se va deshilachando toda una cultura de razón y armonía, que deriva en el levantamiento de una sociedad de abstracciones y estereotipos dictados.
Recuerdo siempre la confesión de Oriana Fallaci, para quien los escritos del entonces profesor Joseph Ratzinger eran como un refugio, que se declaraba atea pero respirando tranquilamente en la cristiandad, y no en la casa de Hegel, para decirlo con una mica salis, en que se había vuelto Europa.
Así que, quizás, el Papa pueda ayudarnos a esperar en todos aquellos ámbitos y cuestiones del vivir y del morir -incluido el del esplendor de la belleza litúrgica- en los que la esperanza ha encogido de manera alarmante para nosotros.
Sea muy agradecida su Visita».