Nunca es tarde, en el plano de las emociones, la historia o el arte, para dar espacio a la memoria y recuperar miradas valiosas. El Museo Thyssen, en su nueva exposición, ha reunido las de dos maestros que inauguraron la contemporaneidad: Lautrec y Picasso. Un comisariado en tándem, de Paloma Alarcó y Francisco Calvo Serraller, para una muestra que abarca los parentescos contextuales, formales y conceptuales de dos pintores muy afines.
Ordenada según los temas centrales de la producción de ambos (bajos fondos, ellas, eros recóndito…), la exposición indaga en esas preocupaciones que hicieron que Picasso admirase a Lautrec. Y da cuenta de que no solo coinciden sus ambientes (los de la noche parisina, sus seducciones y tristezas). Tampoco su proximidad al explorar con valentía diversos formatos (carboncillo sobre papel, gouache en cartón, óleo y lienzo…). Sus confluencias llegan mucho más allá, casi al terreno de lo moral y social.
Cabareteras entre bastidores o incluso atravesando duelos como la enfermedad. Esas damas [prostitutas] en el comedor, de Lautrec. El aseo de unos saltimbanquis. El almuerzo del pobre, según Picasso. Las piezas prueban que ambos artistas se interesaron por lo que les rodeaba, valorando lo pequeño (el gesto cotidiano, cuando esconde sentimientos enormes). La vida como espectáculo tal cual, sin necesidad de mucho, y el privilegio de observarla y después contarla.
Fueron buenos dibujantes y a la vez narradores asombrosos, quizá porque consiguieron comprender las situaciones antes de pintarlas. Lautrec, amigo de prostitutas. Picasso, que visitó la prisión de mujeres y pintó familias en situación de pobreza cuando él mismo no tenía patrimonio para poder cenar.
Su expresión nos recuerda que el arte tiene valor porque se moja. El artista no solo pinta, sino que se vincula con lo que mira. Picasso y Lautrec protestaron desde dentro por el suicidio de Casagemas o por la indigencia en la que morían tantas actrices de variedades, con nombre y apellidos. Y tuvieron mayor voluntad de ser mirones que de hacer ruido. Eso se llama honestidad, empatía y pluralidad; una lección para el arte de hoy, en el que a menudo solo tienen voz quienes tienen financiación.
Ellos compartieron el anhelo humano de importar a alguien y hablar de lo que nos importa. Como dijo Maupassant, «el irresistible deseo [···] de tener calor [···] que duerme en el fondo del animal humano».