Explotadas por sus caseros
Mujeres jóvenes que pagan el alquiler a cambio de sexo o con trabajos forzados, como cuidar a los hijos o limpiar el hogar de sus caseros: Proyecto Esperanza denuncia esta consecuencia oculta de la pandemia
«Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz». Ana Almarza utiliza esta cita evangélica para confirmar una realidad que ha emergido con la pandemia y que es patente desde el Proyecto Esperanza que dirige: la explotación sexual no comercial en casos de mujeres, «sobre todo muy jóvenes», que se han quedado sin ingresos por la crisis, y que «para pagar el alquiler de la habitación tienen que prestar servicios sexuales a la persona que se la ha alquilado». El otro modus operandi es que «el dueño de la habitación las obliga a tener clientes para poder pagarla». Son mujeres que quizá cuidaban a ancianos o trabajaban en el servicio doméstico, en su mayoría migrantes, con contratos «más o menos legales, o ilegales o en el margen de la legalidad». También se dan casos de coacciones con trabajos forzados, «cuidar a los hijos, limpiar la casa» a cambio de no denunciarlas por estar en situación irregular. «Se convierten en esclavas, y esto ocurre en Madrid».
De aquí a la trata hay un paso. Almarza lleva toda la vida dedicada a paliar los destrozos de esta lacra y conoce muy bien los mecanismos de los tratantes; por eso alerta de que las colas del hambre podrían ser para ellos lugares de reclutamiento. «Estamos muy atentas a ver qué está pasando en las filas del hambre», porque también lo están «los malos, que son muy hábiles». La vulnerabilidad «es el caldo de cultivo para que alguien se lucre», y si a las mujeres no se las atiende bien, «hablando con ellas», o «no se les da una ayuda económica, alguien lo va a hacer a cambio de algo», advierte Almarza. E insiste: «Ojo con las muy vulnerables, con las que son muy jóvenes [“casi adolescentes”, matiza]».
En esta pandemia, para evitar esto y también que mujeres ya supervivientes de la trata no vuelvan a caer en ella, Proyecto Esperanza desarrolló un programa de ayuda urgente y de necesidad, y participa en la red de trabajo que se ha generado a nivel de Iglesia para alertar sobre posibles casos. En pleno confinamiento, por ejemplo, Ana recibió la llamada de una parroquia: «Viene todas las mañanas a por la bolsa de comida un grupo de mujeres muy jóvenes». Fue dar el aviso y desaparecer las chicas; Ana sospecha que estaban controladas.
La punta del iceberg
Los casos que se conocen son la punta del iceberg. «Si esto me lo han contado ya dos mujeres, hay muchas más. Si esto ha pasado en Italia, por qué aquí no. Si pasa en Colombia, nos va a llegar», explica Almarza. Por eso, anima: «Si encuentras a alguien que te da sospechas, que pide ayuda para el alquiler, que es migrante, que tiene miedo o desconfianza, que incluso te dice que no sabe dónde está, que no tiene pasaporte… ¡muévete!». La directora del Proyecto Esperanza pide «desplegar audacia, afinar la mirada y el corazón, dejarnos impactar por la realidad», y remite a la interpelación que el Papa Francisco hace en Evangelii gaudium: «¿Dónde está tu hermano esclavo? […] No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos!».
«La Iglesia está muy sensibilizada; está trabajando muy bien y de una forma muy profesional», reconoce Ana, que lleva en su ADN de monja adoratriz el carácter de su fundadora, santa María Micaela, que hace casi 200 años dedicó su vida y su legado a rescatar a víctimas de la prostitución. Las mujeres que acuden al Proyecto Esperanza son atendidas por psicólogas, terapeutas, trabajadoras sociales, educadoras, abogadas… Un equipo de 25 mujeres «muy profesionales» que trabajan «uniendo profesionalidad y mística».
Abordan cada caso en concreto, siempre empezando con un «a ti qué te ha pasado», aunque a veces las propias víctimas ni lo saben, sobre todo si la persona que la ha engañado para introducirla en la trata es su novio, su padre… «Si mi hermana mayor me ha engañado, por qué me voy a fiar de ti», le dijo en una ocasión una mujer. Por eso, después de que hayan aceptado que han sido víctima de un delito y de un engaño, se trabaja fundamentalmente con restituir la confianza y generar vínculos. «¿Cuál es tu sueño?», preguntan. «Ah, ¿puedo soñar…?», se asombra alguna.
La directora del Proyecto Esperanza tiene colgado en su despacho un cuadro realizado a partir de una foto: «Es un abrazo real de una mujer que ha hecho todo un proceso». Nigeriana, huérfana de padre y madre, Chantall llegó a España con 16 años engañada con una vida mejor. En Madrid fue obligada a ejercer la prostitución hasta que la Policía inició una investigación y contactó con Proyecto Esperanza. Su testimonio es su mejor agradecimiento: «He encontrado mi mayor fortaleza al sentirme escuchada. Yo les diría a las mujeres que con apoyo pueden conquistar su libertad».