Exniña soldado de las FARC: «No es hora de empuñar un arma, sino de coger un cuaderno»
Catalina no celebró los famosos 15, esa fiesta que dedican a las chicas en su adolescencia en países de América Latina. No se puso un vestido hermoso ni tuvo sesión de fotos. Ese cumpleaños lo pasó vestida de camuflaje, pegando tiros y contando el dinero de las extorsiones. Cuatro años después deja a todos los periodistas boquiabiertos en Madrid cuando al finalizar la rueda de prensa de presentación del documental Alto el fuego, de Misiones Salesianas, se levanta con su bonita chaqueta plateada y afirma que «no es la hora de empuñar un arma, sino de coger un cuaderno, y prepararnos para ser el futuro de nuestro país». A continuación pide al auditorio que recuerden siempre que «la paz sale de dentro, del corazón. Muchos hablan de paz, pero lo hacen solo con la boca, no desde dentro»
Hablar de paz parece fácil, pero cuando lo dice una niña que a los 13 años se quería morir. Para no matarse, se marchó de su casa con dos guerrilleros. Quería huir de su padre, que la pegaba, y de su madre, que lo consentía. Las primeras noches en el bosque Catalina no podía dormir. «A los ocho días me pusieron un arma en las manos. Nada era como yo creía que iba a ser. Muchas compañeras sufrían abusos y la vida empezó a ser muy dura». Luego conoció a un chico. Se hicieron novios. Una noche, durante un bombardeo, él murió por salvarla. «Aún conservo la cadenita que me dio», recuerda la niña que nunca pudo ser niña. Lo hace a su paso por Madrid, este jueves, para presentar el documental Alto el fuego, que el ganador de un Goya Raúl de la Fuente ha vuelto a dirigir para Misiones Salesianas. Su director fetiche esta vez ha viajado hasta Colombia para adentrarse en el trabajo de la Ciudad Don Bosco de Medellín, en la que más de 2.000 niños huidos de grupos armados han logrado recuperarse de sus heridas físicas y emocionales. Una de ellas es Catalina.
Estuvo tres años alistada en las FARC. En uno de los bombardeos que sufrió el batallón en el que estaba la niña murieron 22 compañeros. Ella resultó herida, aunque solo recuerda tener un sueño profundo. «El brazo se me iba y llegó un momento en que no podía moverlo, así que cuando lo toqué con el otro casi a la altura del hombro vi que estaba llena de sangre». Tardaron cinco días en empezar a curarla con inyecciones. «Tenía metralla en el brazo y en la cabeza». Cicatrices, recalca risueña, «que ahora servirán para enseñárselas a mis nietos».
Catalina tiene esperanza. Y lo transmite con su sonrisa sempiterna. Quiere ser enfermera, trabajar por los derechos de los niños y ser una líder de la paz.
Entraron en la guerrilla por curiosidad
Manuel tiene también 19 años. Acompaña a Catalina en su tour por Europa para contar su historia. A los 8 años se escapó de casa con su hermano, y a los 15 ambos entraron en la guerrilla «por casualidad». El chico, que era analfabeto cuando llegó a la Ciudad Don Bosco, reconoce apesadumbrado que perdió el miedo a matar. Todo cambió cuando los guerrilleros mataron a su hermano por incumplir las normas. «Hasta me dejaron despedirme de él. Después de que lo mataran todos me miraban a mi. En ese momento decidí abandonar la guerrilla». Ahora estudia mecánica y sueña con ser libre en un país «donde se pueda caminar sin estar rodeado de violencia».
Como Catalina y Manuel, en Colombia aún quedan entre 8.000 y 13.000 niños soldado, según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones de 2014. «El acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC abren una nueva vía para la pacificación del país», explican desde Misiones Salesianas. «Esto debería suponer dejar de reclutar a menores y desmovilizar a los que aún se encuentran en la selva». El proyecto salesiano en Medellín les ayudará, como ha hecho ya con otros miles, a recuperar la confianza, la esperanza y la autonomía personal.