Alfonso Coronel de Palma: «Existe una realidad cristiana cada vez más comprometida»
El Congreso Católicos y Vida Pública, organizado por la Fundación Universitaria San Pablo-CEU, de la Asociación Católica de Propagandistas, ha abordado en su tercera edición el apasionante tema Retos de la nueva sociedad de la información. Con un impresionante éxito de convocatoria, tres han sido las ponencias claves del congreso que los congresistas, según han manifestado, desean tener a su disposición cuanto antes, sin esperar a la publicación de las actas del congreso: la de apertura del mismo, El hombre ante la sociedad de la información: luces y sombras, a cargo del profesor don Alejandro Llano, exrector de la Universidad de Navarra y catedrático de Metafísica en dicha Universidad; la del profesor don Pedro Morandé, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile, sobre Retos educativos de la sociedad de la información; y la ponencia de clausura del congreso, Retos de la sociedad de la información, a cargo del profesor y ministro del actual Gobierno italiano Rocco Buttiglione. Por su evidente interés, Alfa y Omega ofrece el texto íntegro de tan sugestivas ponencias. Previamente, ofrecemos las siguientes declaraciones-balance que, acerca de este importante congreso, hace don Alfonso Coronel de Palma, presidente de la Asociación Católica de Propagandistas:
Hay personas que, con sólo mirarles fijamente, y dejar que su voz se acompase con la verdad de sus palabras, su discurso resulta convincente. Probablemente Max Weber llamó a este hecho carisma. Máxime si después queda su discurso ratificado con su vida. Don Alfonso Coronel de Palma es Presidente de la Asociación Católica de Propagandistas y, por lo tanto, mentor privilegiado de los Congresos Católicos y Vida Pública, un conjunto de iniciativas conducentes a la renovación del catolicismo español. He aquí la radiografía del último Congreso a modo de introducción:
La serie de Congresos Católicos y Vida Pública ha llegado a su tercera edición. ¿Se puede hacer ya un balance de cuál está siendo su contribución a la sociedad y a la Iglesia?
Los Congresos de Católicos y Vida Pública están produciendo, de un modo pausado pero no por ello menos importante, algunos efectos que se buscaban con su existencia. En primer lugar, se va viendo que lo que yo he denominado ecumenismo católico, es decir, aprender a mirarnos bien entre todas las personas que profesamos una misma fe, y nos decimos miembros o pertenecientes de una misma Iglesia, se está consiguiendo. No por obra nuestra, sino indiscutiblemente por la gracia de Dios. Vamos paulatinamente aprendiendo a mirarnos mejor y, por tanto, a dejar que toda esa pluralidad y amplísima riqueza de carismas que tiene la Iglesia católica sea un verdadero vehículo de comunión y de pertenencia. O dicho de otra manera, que Pedro y Pablo no sean causa de división, sino causa de unión de una misma Iglesia. Los congresos buscan estos dos puntos: por una parte, aprender entre todos, y yo el primero, a mirarnos bien; y el segundo punto es el de entender que la fe informa toda la vida: romper la actual esquizofrenia entre fe y vida. Luego viene lo más importante, y en lo que quiero siempre insistir. Lo cristiano no excluye lo humano. Esto hay que repetirlo constantemente. Lo cristiano, en todo caso, perfecciona lo humano, pero no lo excluye. Decir Cristo es decir hombre, y, cada vez más, hombre. Dicho de otra manera. Cuando hablamos de que nuestra fe informa la vida pública, no estamos proponiendo aplicar un fideísmo frente a la naturaleza de las cosas. No. Estamos hablando de que debemos ser capaces de ver lo que la realidad nos enseña.
Se podría afirmar que la temática de los congresos celebrados hasta el presente afecta directamente a la identidad de la Asociación Católica de Propagandistas. Una temática que parecía concluir inexorablemente, después de analizar la presencia pública de los cristianos y la educación, en la cuestión de la sociedad de la información y del conocimiento. ¿Qué lectura hace usted de este tercer congreso y de su, proclamado por muchos, éxito?
Hay múltiples lecturas del congreso. La primera que yo veo es que existe una realidad cristiana cada vez más comprometida, más preparada, cada vez más en comunión y con un interés real por los temas que le preocupan. ¿De qué deduzco esta primera conclusión? De varias cosas. Del número de participantes que han asistido, de la calidad de los mismos, del número de comunicantes. Todo ello nos hace pensar que hay una verdadera preocupación y un verdadero interés por la temática de la sociedad de la información. El segundo punto que se puede verificar es la existencia de una gente joven cada vez mejor preparada. Me atrevería a decir que son hijos de la democracia y, por tanto, tienen una gran libertad, viven en libertad. Y como tienen una gran libertad, presentan con mucha paz y con mucha alegría su identidad cristiana. Gente joven que son motivo real de esperanza, y que constituyen esa nueva primavera, de la que tanto nos habla el Santo Padre. Otro punto muy importante es la preocupación por la comunicación y la información. Vivimos en un mundo mediático, y en un mundo mediático hay que tener respuestas dentro de los medios, hay que dotarlos de un contenido. Hoy se están pidiendo respuestas reales y efectivas ante este mundo mediático, dado y producido por la tecnología, donde seguramente tiene que haber una nueva presencia cristiana.
Un dato significativo que se veía en el Congreso era, como me dijo su coordinadora, que había un clima de verdadera amistad. Una amistad que está por encima del coleguismo, del mero conjunto de intereses. Una amistad fundada en Uno más grande que todos nosotros, que es en el que nos reconocemos, y como nos reconocemos plenamente en Él nos hace ser profundamente amigos, y amigos para todos. Ese clima de amistad se traducía incluso en la sana crítica, en el apoyo a determinadas personas, pero también en la corrección fraternal. Ha sido un Congreso de manos abiertas; seguimos invitando a todos, y esperamos que todos los católicos participen y quieran participar en ellos. Es un congreso en libertad.
Habiendo sido la Asociación Católica históricamente la base, la impulsora, la raíz de trascendentales iniciativas periodísticas del catolicismo en España, en la clave de las respuestas que se puedan dar desde este Congreso, ¿cuántas horas ha perdido desde su clausura el sueño?
Una hora de sueño no, muchas. Creo que es una pregunta que nos venimos haciendo muchísimos católicos ante el panorama mediático español. La pregunta es general, y luego se va concretando en varios campos. La gran pregunta es cómo se instrumenta hoy en día la presencia pública cristiana en la sociedad. El particular que a nosotros nos afecta es cómo se articula en la sociedad española. Y ése es, en parte, el lugar de la discusión de los congresos. Ahora, en concreto, hemos tocado y tratado uno relevante: la sociedad de la información, que luego, según nos dijeron los expertos, es realmente la sociedad del conocimiento. No tenemos una respuesta concreta. Hay muchos anhelos, hay nostalgia, en su sentido positivo, de recuerdos de realidades mediáticas pasadas. Hay un llamamiento a repensar lo que fue El Debate fundamentalmente, y a lo que pudo ser el Ya en una determinada etapa. Mucha gente se nos acerca hablándonos de cuáles son nuestras obligaciones, que realmente son las obligaciones de todos. Lo que está claro —y negar esto sería negar la realidad— es que hay un pueblo cristiano, una parte del pueblo cristiano, que manifiesta la necesidad de tener medios, que, por encima de las ideologías, ofrezcan una visión antropológica cristiana de la realidad. Este fenómeno se ha producido en el Congreso y se ve desde el congreso. Hemos visto a gente de una manifiesta identidad, en el sentido de comunión, que en su intento de seguimiento de Cristo manifiestan que pueden existir medios, que luego tengan una gran pluralidad —en cuestiones opinables puede el color blanco tener matices— con esta base y este fundamento. Nos han transmitido la carencia de existencia de este tipo de medios hoy en día en el panorama nacional. A partir de ahí, hay cantidad de cosas que hay que estudiar, ver, vislumbrar y saber, al fin y al cabo, cómo ha de ser la presencia en un mundo que, no nos engañemos, permite grandes avances, una gran pluralidad por la capacidad técnica, pero que también produce una inminente concentración de medios. Lo que se ha visto en este congreso es la obligación de los seglares, y sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, de ver cuál es nuestro papel fundamental en la Iglesia somos nosotros los que debemos de preocuparnos cómo debe ser nuestra presencia, participando en medios, estando en medios, creando medios… Múltiples formas. Corresponde mucho a un laicado realmente comprometido el proponer todo tipo de soluciones.
En el congreso han participado un significativo segmento del liderazgo del catolicismo en España. Sin embargo, un medio de comunicación necesita una base social. ¿Estamos los católicos españoles preparados para constituir esa base social, que es la audiencia?
No lo sé. No lo sé o no me atrevo a decir que, si apareciese un medio escrito, audiovisual, de las nuevas tecnologías, se constituiría esa base social. Yo la proposición la haría de una manera distinta. Tendría que existir un medio que se haga desde un firme respeto, defensa y exaltación de la dignidad de la persona; que tenga un gusto por la verdad, por el bien, por la belleza; y que se recree en los trascendentales y con un compromiso con la realidad de las cosas, con la veracidad de las mismas y con un cierto grado de entretenimiento, presentado de modo atractivo, divertido y que sea agradable. Mi pregunta es si un medio, bajo estos criterios tan amplios que estamos dando, podría existir. Sería sorprendente pensar que no tuviera un público. Lo cierto es que eso, hoy por hoy, no se da esta realidad. Hablo de forma generalista, ya que estoy convencido de que de manera más minoritaria sí se da. El tema está en que, si se propone este modelo de medio, no hay muchas razones para decir que vaya a fracasar. Lo que ocurre en estos campos es que, cuando se habla de medios cristianos, estamos siempre pensando en un medio de información religiosa: medio esencial, muy importante, pero no hablamos de eso. Estamos hablando de algo totalmente distinto. Estamos hablando de medios generalistas que tengan una concepción del hombre y que produzca todo tipo de información, diversión, entretenimiento. Llevamos un tiempo sin que exista realmente en el mercado, y creemos que se tiene que dar en el mercado. Hay algunos indicios que nos demuestran que sí hay cierto público. Están triunfando los programas de tipo familiar, series de contenidos más blancos. Creo que, con una obra de buen gusto, bien hecha, entretenida y divertida, sería posible que hubiese público.
¿Y un grupo de empresarios? ¿Y el dinero?
En estas cosas soy claro. Creo que la empresa y los empresarios deben embarcarse siempre en proyectos que sean rentables. El empresario muchas veces ha acudido a hacer productos baratos que tengan una buena rentabilidad, esto es, diferencia entre coste y beneficio fundamentalmente. Otro problema es a quién abraza el empresario de los medios de comunicación. ¿Abraza servir al poder, a los múltiples poderes, a los distintos intereses que hay? ¿Abraza servir al mundo, al dinero, que es una parte del mundo, y, por tanto, a ganar más a toda costa? ¿Abraza servir a una ideología determinada frente a la realidad, a un grupo de presión, a un grupo político, a un grupo sindical, a un grupo económico? ¿Abraza, al fin y al cabo, que el medio sea un instrumento para crear opinión en vez de que sea un lugar para recoger la realidad? Bien, si el empresario abraza todo eso, que sepa lo que está abrazando. Pero no está abrazando la verdad de la realidad de lo que a los medios de comunicación compete. Estará realmente abrazando toda la deformación que alrededor del mundo de la comunicación se da, y todo el despotismo que la comunicación puede plantear. Frente a esto, un empresario que realmente quiera cumplir con su obligación informativa debe, indiscutiblemente, montar una empresa y obtener un beneficio. Pero debe hacerlo sobre un fundamento: servir a la realidad de las cosas, servir a la veracidad de las mismas, servir al bien general de la sociedad, y cuando hablamos de sociedad, hablamos previamente de la persona y de la familia, construir frente a destruir. Ahí estará el empresario. Igual que en algunos campos la explotación o el mal ejercicio de la empresa es clarísimo, por ejemplo, una industria que fundamentalmente contamina todo el día, ¿nos atrevemos a decirlo frente a un empresario de la comunicación?
¿La debilidad del catolicismo español, de la que habló el profesor don Alejandro Llano, se manifiesta, especialmente, en este campo de la información como espejo de la sociedad?
La primera de todo, y dicho de forma vulgar, es que lo católico no está de moda. Hay una especie autocensura, automutilación, que nos lleva muchas veces a nuestra propia debilidad, y que, por tanto, personas que podrían ser creativas, que podrían estar construyendo, siendo capaces de ser propositivas, de mirar hacia el futuro, de decir cosas, no las dicen porque, desde ese banderín de enganche que podría ser lo católico, no lo quieren aflorar en ningún aspecto que supere lo que es su propia privacidad. Por lo tanto, lo mutilan, lo marginan y lo apartan. Y nos guste o no, creo que éste es un motivo.
Aunque sea reiterativo, no conozco ninguna otra teoría que sea capaz de describirnos esta realidad de manera más adecuada, que el empuje tan brutal del laicismo que nos lleva a la dicotomía entre vida privada y vida pública, que lleva la fe a la sacristía; bajo un cierto fideísmo, por cierto, ha invitado a que el católico sufra de autocensura, y se vaya mutilando. Entonces, esa automutilación, esa autocensura, es la que nos ha llevado a ser cautivos. Creo que esto, en el congreso, se ha visto clarísimamente. El caso español, además, creo que está más marcado por los vaivenes de la historia. Un ejemplo clarísimo de esto fue el profesor Buttiglione, un ministro de la Unión Europea, de un país democrático como es Italia, y que habla desde una libertad. Yo no digo que no se dé esta libertad de palabra en ningún político español, pero que es raro verla. Cuando la gente escuchó a Buttiglione se quedó admirada, pero, sobre todo, sorprendida, porque decían: ¿Pero cómo un político piensa, discierne, plantea los temas desde esta perspectiva? Pues sí, lo hace. ¿Qué ves ahí? Ahí ves ya mucha más libertad, y, por lo tanto, mucho menos autocensura. Parece que en lo políticamente correcto hay que discernir siempre, y aquí está la sempiterna dualidad, entre lo católico y la presencia en la vida pública. Y considero que lo más grave que nos puede pasar es la falta de fe. Es decir, muchas veces tenemos empeños de intentar modificar unas cosas desde el mundo y por el mundo, sin saber que no somos del mundo, y no es por el mundo como las cosas se modifican. Esto no significa no actuar en el mundo. Hay que actuar en el mundo. Pero hay que actuar en el mundo, sabiéndonos llevados de una Mano mucho más grande, mucho más amable, y de una Inteligencia infinitamente superior a toda la nuestra. Hoy, como siempre, lo más grande que tiene la Iglesia es Cristo, y por tanto el mensaje de la Buena Nueva que es el Evangelio. Creo que es el punto esencial y el punto desde el cual muchas veces no nos atrevemos a afrontar la realidad. Muchas veces nuestra falta de fe nos lleva a ponernos en planos muy, muy exclusivamente humanos, y desde planos así creo que hay que decir que nuestro atractivo no es mejor o mayor que el que puedan tener otras realidades. Lo grande que aporta el catolicismo al mundo es Cristo, es el mensaje vivo de Cristo, el mensaje hoy presente y real en la vida. Desde aquí lo cristiano supera cualquier censura, se hace profundamente atractivo, llena todos los corazones de los hombres. El problema es cuando muchas veces nos cerramos en técnicas humanas, en ciencias humanas, para querer solucionar los problemas con lo que autocensuramos lo más grande que tenemos, y acabamos en un mero discurso partidista donde muchas veces, dicho con todo el respeto, no damos más que ningún otro, entre otras razones, porque no hay ninguna causa para poder dar más.