Existe algo por lo que se puede entregar «corazón, alma y mente»
Domingo de la 30ª semana del tiempo ordinario / Mateo 22, 34-40
Evangelio: Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?». Él le dijo:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En estos dos mandamientos sostienen toda la Ley y los Profetas».
Comentario
El evangelista san Mateo nos narra la tercera cuestión que los adversarios de Jesús le plantean. Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la ley?». La pregunta pone de manifiesto una dificultad para encontrar un elemento unificador entre los 613 preceptos que los escribas habían llegado a contar en la Ley de Moisés. Detrás de esta pregunta, donde se descubre la insuficiencia de tanto precepto, late una cuestión esencial para el cumplimiento de la vida: ¿existe algo por lo que se puede entregar «corazón, alma y mente» y no quedar defraudado?
Declinando el terreno jurídico, Jesús responde citando íntegramente el precepto de la caridad para con Dios: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 5). Insiste y comenta: es el más grande y el primer mandamiento. Lo primero que se puede destacar de la respuesta de Jesús es su referencia al shemá (escucha). En las lenguas clásicas escuchar (audire) tiene la misma raíz que obedecer (obaudire), lo que nos hace comprender que el que escucha es urgido a obedecer, a vivir bajo la iniciativa de Dios. En este sentido, Jesús quiere advertir del riesgo de vivir el cumplimiento de los preceptos desvinculado de la escucha, es decir, de la iniciativa de Dios y, por tanto, cayendo en la tentación de la autojustificación, que Jesús identifica con la hipocresía.
Lo segundo se relaciona con una precisión que Jesús hace y que no se le había pedido: el amor al prójimo. Este mandamiento es algo que ya conocían sus contemporáneos por las Escrituras. De hecho, en este caso Jesús está haciendo referencia al libro del Levítico (cf. Lv 19, 18). ¿Cuál es la novedad que introduce Jesús? La relación de semejanza entre los dos mandamientos: «El segundo es semejante al primero» (Mt 22, 39). Con esta puntualización se quiere poner de manifiesto un aspecto esencial que nos permite entender que, por la Encarnación, Cristo es el verdadero prójimo, a través del cual nos alcanza en la historia su amor infinito y, a la vez, se concreta también históricamente el objeto del mandamiento del amor a Dios a través del prójimo: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Esta es la verdadera novedad del planteamiento que hace Jesús. La novedad es Él mismo como prójimo. En Cristo vemos que se puede entregar todo —«corazón, alma y mente»— a Dios a través de la entrega al prójimo: «Los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Su presencia, sus palabras y sus obras se convierten en el lugar donde escuchamos —recibimos— un amor total de Dios que nos lleva a obedecer —amar— como Él. La escucha de Cristo: «Como yo os he amado» (Jn 13, 34), genera la obediencia: «Amaos unos a otros» (ibíd). En estos dos mandamientos se sostiene el cumplimiento de la vida.