Eucaristía en la plaza de Colón - Alfa y Omega

Eucaristía en la plaza de Colón

Antonio María Rouco Varela
Una inmensa multitud abarrotó la madrileña plaza de Colón, para la Misa de las canonizaciones
Una inmensa multitud abarrotó la madrileña plaza de Colón, para la Misa de las canonizaciones.

Saludo del cardenal Rouco Varela: «¡Queremos ser tus testigos!»

Santo Padre: los obispos, presbíteros y fieles de las Iglesias particulares que peregrinan en España, esta tierra bendita desde los albores mismos de la evangelización por el anuncio apostólico de Jesucristo resucitado, os reciben y saludan en esta vuestra nueva visita a nuestra patria con los sentimientos de veneración y cariño filiales, de gratitud eclesial y de júbilo pascual que han distinguido siempre nuestras relaciones históricas con el sucesor de Pedro y, de manera totalmente singular, con Vuestra Santidad. Desde aquella vuestra primera Visita pastoral, verdaderamente histórica, del otoño del año 1982, larga, minuciosa, extraordinariamente sensible y cercana a nuestra realidad social y eclesial, vibrante de esperanza, no habéis cejado nunca de recordarnos el don tan extraordinario y singular que supone para la identidad interior de España le fe cristiana. Luego, en el verano de 1989, os poníais a la cabeza de aquella inmensa riada juvenil de peregrinos, nacida de todas las fuentes de la catolicidad, Camino de Santiago. Y entonces no sólo reverdecía el viejo y venerable itinerario de la peregrinación cristiana medieval de los pueblos de España y de los países hermanos de Europa, sino que también se nos revelaba la actualidad del Evangelio de Jesucristo, su vigor juvenil inmarchitable, su frescura pascual; en suma, el ser la llave que abre las puertas del futuro salvador para la humanidad. Con una claridad radiante les enseñabais a los jóvenes del mundo que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. La Iglesia en España y sus jóvenes aprendíamos con nueva certeza, confirmada por el sucesor de Pedro, que había que retornar decididamente a lo más auténtico de nuestra tradición cristiana si queríamos descubrir, con creatividad histórica, las más ricas, vivas y actuales posibilidades de presente y de futuro para la Iglesia y para la sociedad. Ese horizonte de nuestra historia, por cristiana y católica verdaderamente universal, quedaba más nítidamente iluminado y abierto en Sevilla, los lugares colombinos y Madrid —desde esta misma plaza de Colón donde nos encontramos—, en junio de 1993, por vuestra llamada apremiante a nuestras comunidades diocesanas y a España entera para que reencontrásemos y recreásemos nuestra vocación misionera hacia dentro y hacia fuera de nuestras fronteras.

Hoy, en este vuestro quinto viaje apostólico, como en una síntesis pastoral de vuestros constantes mensajes, dirigidos a vuestros hijos de las Iglesias particulares de España, nos aseguráis en el nombre y con la autoridad de quien es el vicario de Jesucristo resucitado para toda la Iglesia: ¡Seréis mis testigos! Y nos proponéis los modelos y el estilo imprescindibles para cumplir con el mandato y envío del Señor en este tiempo, tan lleno de incertidumbres y de esperanzas. Los modelos son los cinco beatos —¡santos de la España contemporánea!— que vais a canonizar: Pedro Poveda, José María Rubio, Genoveva Torres, Ángela de la Cruz, Maravillas de Jesús. El estilo: el de la santidad, el de la perfección de la caridad que transforma los corazones, las familias, las sociedades y los pueblos.

Santidad: ¡queremos ser sus testigos! ¡Queremos ser testigos humildes y valientes del Evangelio de Jesucristo resucitado, nuestro Señor y Salvador! ¡Gracias desde lo más hondo del alma por haber venido de nuevo a España, por el servicio de confirmarnos en la fe, de fortalecernos en la comunión eclesial, de enviarnos a evangelizar a los que más lo necesitan, en el alma y en el cuerpo, entre nosotros y en todos los países más pobres y atormentados del mundo! ¡Gracias por vuestra visita, por vuestra delicadeza exquisita de padre y pastor de nuestras almas! ¡Gracias por la Vigilia de ayer con los jóvenes de España, que han sintonizado con Vuestra Santidad, con lo más hondo, lo más íntimo y lo más entusiasmado de su corazón! Los jóvenes han estado con Su Santidad con el alma, con el corazón y con la vida, y con las promesas más firmes y más comprometedoras de su recuerdo. Los jóvenes están con el Papa, con el Evangelio y con Cristo.

A nuestra gratitud se suman, con fina y cálida cortesía, Sus Majestades los Reyes de España y la Real Familia, los representantes de las más altas instituciones del Estado —Gobierno, Congreso y Senado, los Tribunales Constitucional y Supremo, las Comunidades Autónomas…—, que quieren sintonizar con los sentimientos más nobles de todos sus ciudadanos, y que ven en Vuestra Santidad el defensor más firme e inquebrantable del hombre, de cada ser humano, de su dignidad inviolable, de sus derechos fundamentales, del derecho a la vida frente a toda agresión que la amenaza, especialmente frente a la violencia terrorista; al que promueve incansablemente el bien del matrimonio y de la familia, el bien común de la Humanidad, y el bien preciadísimo de la paz.

¡Gracias! ¡Muchas gracias, Santo Padre! ¡Gracias de corazón, Santo Padre! ¡Muchas gracias por estar con nosotros, por presidir esta Eucaristía, abierta a todos los cielos de España sobre el altar de esta ciudad de Madrid! ¡Muchísimas gracias, Santo Padre!

Homilía del Santo Padre:«Se puede ser moderno y profundamente fiel a Cristo»

«Sed testigos de mi resurrección», Jesús dice a sus apóstoles en el relato del evangelio apenas proclamado. Misión difícil y exigente, confiada a hombres que aún no se atreven a mostrarse en público por miedo de ser reconocidos como discípulos del Nazareno. No obstante, la primera lectura nos ha presentado a Pedro que, una vez recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, tiene la valentía de proclamar ante el pueblo la resurrección de Jesús y exhortar al arrepentimiento y a la conversión.

Desde entonces, la Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, sigue proclamando esta noticia extraordinaria a todos los hombres de todos los tiempos. Y el sucesor de Pedro, peregrino en tierras españolas, os repite: España, siguiendo un pasado de valiente evangelización: ¡sé también hoy testigo de Jesucristo resucitado!

Saludo con afecto a todo el pueblo de Dios venido desde las distintas regiones del país, y aquí reunido para participar en esta solemne celebración. Un respetuoso y deferente saludo dirijo a Sus Majestades los Reyes de España y a la Familia Real. Agradezco cordialmente las amables palabras del cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid. Saludo a los cardenales y obispos españoles, a los sacerdotes y a las personas consagradas; saludo también con afecto a los miembros de los Institutos relacionados con los nuevos santos. Agradezco particularmente la presencia aquí de los Presidentes de las Comunidades Autónomas, de las autoridades civiles y sobre todo la colaboración que han prestado para los distintos actos de esta visita.

Los nuevos santos se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos del Señor y testigos de su resurrección.

San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación, realizó una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y carentes de recursos. Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su existencia con la corona del martirio.

San José María Rubio vivió su sacerdocio, primero como diocesano y después como jesuita, con una entrega total al apostolado de la Palabra y de los sacramentos, dedicando largas horas al confesionario y dirigiendo numerosas tandas de ejercicios espirituales en las que formó a muchos cristianos que luego morirían mártires durante la persecución religiosa en España. Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace era su lema.

Santa Genoveva Torres fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor, de consuelo y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu. La nota característica que impulsaba su espiritualidad era la adoración reparadora a la Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba un apostolado lleno de humildad y sencillez, de abnegación y caridad.

Semejante amor y sensibilidad hacia los pobres llevó a santa Ángela de la Cruz a fundar su Compañía de la Cruz, con una dimensión caritativa y social a favor de los más necesitados y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad sevillanas de su época. Su nota distintiva era la naturalidad y la sencillez, buscando la santidad con un espíritu de mortificación, al servicio de Dios en los hombres.

Santa Maravillas de Jesús vivió animada por una fe heroica, plasmada en la respuesta a una vocación austera, poniendo a Dios como centro de su existencia. Superadas las tristes circunstancias de la guerra civil española, realizó nuevas fundaciones de la Orden del Carmelo presididas por el espíritu característico de la reforma teresiana. Su vida contemplativa y la clausura del monasterio no le impidieron atender a las necesidades de las personas que trataba y a promover obras sociales y caritativas a su alrededor.

Los cinco nuevos santos españoles, canonizados en Madrid
Los cinco nuevos santos españoles, canonizados en Madrid.

Los nuevos santos tienen rostros muy concretos y su historia es bien conocida. ¿Cuál es su mensaje? Sus obras, que admiramos y por las que damos gracias a Dios, no se deben a sus fuerzas o a la sabiduría humana, sino a la acción misteriosa del Espíritu Santo, que ha suscitado en ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado, y el propósito de imitarlo. Queridos fieles católicos de España: ¡dejaos interpelar por estos maravillosos ejemplos!

Al dar gracias al Señor por tantos dones que ha derramado en España, os invito a pedir conmigo que, en esta tierra, sigan floreciendo nuevos santos. Surgirán otros frutos de santidad si las comunidades eclesiales mantienen su fidelidad al Evangelio que, según una venerable tradición, fue predicado desde los primeros tiempos del cristianismo y se ha conservado a través de los siglos.

Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida. «La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español», dije cuando peregriné a Santiago de Compostela. Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia.

«Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras». Cristo resucitado ilumina a los apóstoles para que su anuncio pueda ser entendido y se transmita íntegro a todas las generaciones; para que el hombre oyendo crea, creyendo espere, y esperando ame. Al predicar a Jesucristo resucitado, la Iglesia desea anunciar a todos los hombres un camino de esperanza y acompañarles al encuentro con Cristo.

Celebrando esta Eucaristía, invoco sobre todos vosotros el gran don de la fidelidad a vuestros compromisos cristianos. Que os lo conceda Dios Padre por la intercesión de la Santísima Virgen -venerada en España con tantas advocaciones- y de los nuevos santos.

Regina caeli:«Ha valido la pena»

Al concluir esta celebración, en la que he canonizado a cinco nuevos santos, quiero dar gracias a Dios que me ha permitido realizar el quinto Viaje apostólico a vuestra nación, tierra de fieles hijos de la Iglesia que ha dado tantos santos y misioneros. Mi primera visita tuvo como lema Testigo de la esperanza; y esta vez ha tenido Seréis mis testigos. Recordad siempre que el distintivo de los cristianos es dar testimonio audaz y valiente de Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.

Deseo reiterar mi agradecimiento a Sus Majestades los Reyes de España y a la Familia Real aquí presente. Mi reconocimiento al Gobierno y autoridades de la nación por la ayuda ofrecida. Manifiesto mi particular gratitud al señor cardenal arzobispo de Madrid y a todos los demás obispos de España, por su invitación y acogida, así como a todos los que han prestado un generoso servicio antes y durante mi viaje.

Saludo, además, con gran afecto a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas, a tantos jóvenes, familias, hombres y mujeres de buena voluntad. Me llevo el recuerdo de vuestros rostros esperanzados, que he encontrado estos días, y comprometidos con Jesucristo y su Evangelio. Sois depositarios de una rica herencia espiritual que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana, unida al gran amor a la Iglesia y al sucesor de Pedro.

Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda. Y con gran afecto os digo, como en la primera vez: ¡hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!

Un adios improvisado

[A continuación, el Santo Padre añadió estas palabras, no previstas en el discurso oficial]

Gracias por vuestra presencia aquí hoy, viniendo desde todos los puntos de la geografía española. Aunque os haya costado sacrificio, ha valido la pena. La plaza de Colón se ha convertido hoy en un gran templo para acoger esta magna celebración, donde hemos rezado con devoción y se ha cantado con entusiasmo. Nos encontramos en el corazón de Madrid, cerca de grandes museos, bibliotecas y centros de cultura fundada en la fe cristiana que España, parte de Europa, ha sabido entregar a América y, después, a otras partes del mundo. El lugar evoca, pues, la vocación de los católicos españoles a ser constructores de Europa y solidarios con el resto del mundo.

¡España evangelizada, España evangelizadora! ¡Ése es el camino! No descuidéis la misión que hizo noble a vuestro país en el pasado y es el reto intrépido para el futuro.

Gracias a la juventud española, que ayer vino tan numerosa para demostrar a la moderna sociedad que se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo. Ellos son la gran esperanza del futuro de España y de la Europa cristiana. El futuro les pertenece.

Vuelvo a Roma contento. ¡Adiós, España!