Comparecencia. Le sigue una declaración de un adversario. Un tuit de otro. Mientras, los partidos mandan a los móviles de los periodistas un mensaje con un «fuentes de…» para desautorizar al adversario. Sale a rueda de prensa un responsable de una institución que debería ser independiente para lanzar un mensaje dirigido por asesores políticos. Nueva reacción del rival. Y otro tuit. De nuevo el WhatsApp. Rueda de prensa. Vuelta a empezar. Llevamos así días. En bucle. Una espiral que no cesa. Cada vez con más acusaciones. Sube el tono. Ya hay supuestos portavoces que han dicho una cosa y la contraria en apenas una semana. ¿Hasta cuándo?
Los asesores políticos elaboran estrategias. Planifican acusaciones. Qué datos decir y cuáles callar. Preparan encerronas. Van midiendo hasta dónde apretar para que no se les vuelva en contra. Todo se centra en colgarle el mochuelo de la mala gestión de la DANA al otro para intentar salir indemne. En los despachos, los políticos preparan la batalla del relato. Les funciona casi siempre. Para ellos, la realidad se puede manipular en función del marco interesado desde el que se mire. Pero lo que ha pasado en Valencia es tan terrible, tan grande y tan doloroso, que los estrategas están naufragando estrepitosamente en su intento de añadir el lodazal político al lodo mortal que ha devastado poblaciones enteras. Nadie cree que todo sea culpa únicamente de un político. Los dirigentes han puesto de acuerdo a casi todos los ciudadanos en mirarlos con desasosiego y hasta asco cada vez que, en lugar de poner todos sus esfuerzos en coordinar, gestionar y ayudar a los afectados, demuestran que su principal misión es sacar rédito político.
Frente al ejemplo de los partidos instalados en el enfrentamiento, el de los afectados, voluntarios, bomberos, militares, policías… de tantos jóvenes. Del pueblo que se ha unido, con palas y cepillos, sin preguntar —¿qué importa?— qué ideología tiene cada uno. La ayuda no distingue de colores. Los políticos, sí.