Estos días, la esperanza se disfraza de fragilidad - Alfa y Omega

Estos días, la esperanza se disfraza de fragilidad

Quien carga una cruz puede tener la luz que la ilumina. Pero hay que trabajar para que viva, ya aquí, con la dignidad de un llamado al cielo

Alfa y Omega

Una riada que se mete en tu casa y te arrastra. La muerte que sobreviene cuando parecía que se estaba venciendo a la enfermedad. La que todavía no ha llegado pero acecha a aquellos que en sus células portan alguna mutación que hace que su vida dependa de carísimos apoyos. Esa sucesión de pérdidas que lleva a dar con los huesos en el asfalto de la calle. Hay semanas en que las cuestiones sociales se vuelven especialmente dolorosas al encarnarse en rostros concretos. Y bien está, para que no olvidemos nuestra humanidad detrás de los datos. Pero en estos días en los que la sucesión de las estaciones hace que todo se acalle e invite a la introspección, y la liturgia nos recuerda que corremos más rápido de lo que pensamos hacia un fin que no por ser el paso a la eternidad supone menos desgarro, los titulares pueden acrecentar esa sensación de «valle de lágrimas».

Y, sin embargo, muchas veces son los protagonistas que cargan esas cruces los que tienen la luz para disipar nuestro desasosiego. Francisco, sin techo ni comida ni salud, ha experimentado que «Dios es como un padre que quiere lo mejor para nosotros». Se constata que en la Iglesia crecen las iniciativas para ayudar a quien llora a un ser querido a no resignarse, a buscar el nuevo plan de Dios en su vida e incluso a vivir estos días con alegría en vez de con nostalgia. «Somos frágiles cada uno y cada una en nuestro cuerpo, en nuestra salud, en nuestra humanidad», reconocía el cardenal arzobispo de Madrid en el funeral tras la muerte inesperada del obispo auxiliar José Antonio Álvarez. «Pero, al ser bautizados en la muerte de Cristo, aprendemos que la fragilidad puede convertirse en siembra de vida» y en sagrario del Resucitado. Muchos aún no lo saben y necesitan oír esta verdad. Otros nos recordarán, con razón, que esta esperanza no debe de ser obstáculo para seguir trabajando para que Francisco, Rosa y Rut y la pequeña Mar puedan vivir, ya aquí, con la dignidad de quienes están llamados a, mañana, llegar al cielo.