O cómo salir de la adicción al trabajo: «Esto no va de ganar dinero»
«Si este artículo te molesta, es para ti»: así comienza uno de los artículos que más difusión están teniendo estos días a través de las redes sociales y del whatsapp: ¿Eres tú un esclavo?
El artículo fue publicado en uno de los blogs del diario Expansión. Su autor es Enrique Quemada, casado y padre de cuatro hijos, Presidente del Banco ONEtoONE y con una larga trayectoria profesional en el mundo de la consultoría y la dirección de empresas. De hecho, en ¿Eres tú un esclavo? cuenta su experiencia laboral y desvela cómo se dio cuenta del peligro de la espiral del Vivo para trabajar.
«De joven sólo me dedicaba a trabajar, me había convertido en un esclavo», «Hoy el mundo corporativo está lleno de esclavos», «Pasan interminables jornadas sin dejar espacio para su familia, para Dios o para sus amigos», «Ser esclavo hoy para muchos es una elección», escribe en el artículo, al mismo tiempo que recomienda cuidar «los cuatro frentes de tu vida (profesional, espiritual y familiar y comunitaria), y cuida especialmente a tu familia».
¿Eres tú un esclavo? ya ha llegado a muchos celulares, y ayudará a quien quiera ser ayudado.
Enrique, ¿cómo nació este artículo?
Se me ocurrió tras escuchar una homilía en la que el sacerdote hablaba de los esclavos modernos y de las cadenas que tenemos muchas veces. Esa noche escribí el post de corrido, necesitaba escribirlo.
Yo intento hablar en mis artículos de valores. Intercalo uno de valores después de otros dos de estrategia y empresa. Me he dado cuenta de que los post de valores entran de locura; cuando expresas valores cristianos sin mencionar explícitamente que son cristianos, la gente los devora. Todo el mundo los abraza y les encanta.
Pero no quitaste la referencia a Dios.
Unos amigos me recomendaron quitar la palabra «Dios». Es curioso que a muchos les da vergüenza hablar de Dios. Pero yo un día me preguntaba: ¿cómo puedo yo hacer apostolado? Y me dije: Esto va de imitar a Cristo, y de seguir Mateo 25: si vives como Él, iras al cielo con Él. Entonces decidí proponer a la gente el vivir como Cristo en la empresa, sin el rechazo que a veces tiene el decir: Esto es así porque lo dice la Iglesia.
Por ejemplo, en No sirves como directivo, hablo de que el directivo está para servir a los demás, para hacer más fácil la vida de los demás… A la gente le encantan estas cosas porque en el fondo a todos nos gusta la verdad, nos reconocemos en lo que es vivir de verdad. Todo eso nos resuena.
¿Valores y empresa no son dos términos contradictorios?
Yo me preguntaría: ¿Qué es una empresa? Una vez trabajé para un tipo que montó en un local en Madrid un juego del tipo de la película Tron, con una serie de pruebas en las que vas pasando de una sala a otra. Eso es como la vida, ir superando pruebas y al final te mueres y si Dios quiere vas al cielo. El problema es que hay gente se queda atrapada en una de las salas contando dinero: «Pero eh, que esto no iba de contar dinero». El juego no era ese, acumular cosas y dinero, o poder y prestigio. Hay gente que no se ha enterado de qué va el juego.
La empresa es un instrumento de vida, para un fin determinado, pero todas las empresas van a morir, al cabo de unos años van a morir. Todos los directivos y empresarios tenemos una careta, a veces tenemos un gran nombre porque diriges una gran empresa, pero no somos esa careta. No te puedes agarrar a ese papel. pero hay directivos que se dan cuenta, al jubilarse, que ya no les llama nadie, y se dan cuenta de repente que no somos nada.
Lo importante es poner en perspectiva el trabajo, la empresa. Lo importante es cuidar a la gente con la que trabajas todos los días. Yo si un día llego al trabajo enfadado, o si me doy cuenta de que levanto la voz, de que estoy demasiado metido en los problemas, cojo y me voy al santuario de Schoenstatt, que está cerca de mi trabajo, a serenarme y centrarme otra vez. Vuelves siendo otra persona.
Y para la gente que no está en ese nivel del empresario o directivo, ¿cómo salir de la espiral del Vivir para trabajar?
Creo que a muchos nos pasa que nos engañamos: creemos que trabajamos mucho para nuestra familia, para nuestros hijos, para los demás…, y no es así: en el fondo nos gusta trabajar demasiado. Es un vicio, y hay un término que lo expresa muy bien: workaholic. A muchos les motiva más trabajar hasta tarde que volver a casa para bañar a los niños. El trabajar mucho es una deformación, como lo es el darte a la bebida. Los que tenemos esta tendencia tenemos que luchar contra él. Si no, el trabajo se convierte en una esclavitud.
Para escapar a este círculo vicioso, tienes que cortar. Para eso, tienes que estar en lo que estás. No puedes estar en casa pensando en el trabajo. No se trata tampoco de hacer menos. Esto no va de horas, sino de hacer lo que tienes que hacer. Y tenemos que aprender que cuando estamos en casa, estamos en casa.
También pides dedicar espacio para Dios…
Eso es lo mismo que recomiendan todos los santos: dedica un rato de tu día a Dios. Y curiosamente es lo que recomiendan de alguna manera los gurús de la empresa y del management hoy: dedica un rato a la meditación, etc. Hay un montón de libros que le dan vueltas a esa idea. No puedes vivir sin tener un espacio que te ayude a poner las cosas en orden, a ubicar bien el día. Es tremendamente higiénico.
Por eso, a los que rezamos nos dicen: Oye, a ti te da tiempo a todo. Y es que con Dios es sorprendente la de cosas que te da para hacer. Eso es porque priorizamos. Si no, nos espera el caos.
¿Y en qué lugar está la familia?
Yo tenía hace tiempo un empleado que trabajaba hasta las tantas. Yo sabía que no tenía trabajo para tanto, y le pregunté por qué echaba tantas horas. «Es que tengo mucho trabajo», me decía. Al mes y medio se separó; no se iba a casa porque no quería estar en casa, no aguantaba el ambiente. Yo creo que a todos nos ayudaría, al volver a casa, pararnos a pensar en las personas que nos esperan: mi mujer, mis hijos…, y preguntarnos: ¿Qué tengo yo para cada uno de ellos? No podemos llegar a casa quejándonos: Qué cansado estoy, cuánto trabajo tengo… No, tenemos que preguntarnos qué les podemos ofrecer: salir pronto para estar con los hijos, preguntarles por su día, cenar con tu mujer… Si nos miramos solo a nosotros mismos, nos quedaríamos en el trabajo.