Este organista toca por afición en su parroquia desde hace 72 años - Alfa y Omega

Este organista toca por afición en su parroquia desde hace 72 años

Aprendió solfeo y canto gregoriano con un sacerdote que vivía en el piso de arriba. Luego se enamoró del teclado y fue autodidacta. El párroco de Icíar ve difícil sustituirle

Ibon Pérez
Aizpurua sentado ante el órgano de la parroquia de Icíar
Aizpurua sentado ante el órgano de la parroquia de Icíar. Foto: Xabier Andonegi.

El paso del tiempo ha arrugado sus manos en concordancia con su rostro. Y es a esa parte del cuerpo donde dirige la mirada ahora, mientras pone cuidadosamente las dos articulaciones sobre el impoluto y a la vez viejo teclado. A través de un espejo retrovisor adosado al instrumento, evangeliario en mano, aparece el párroco y los devotos se ponen de pie. Se oye un «anai-arreba maiteak, ongi etorriak izan denak» (en castellano, «queridos hermanos y hermanas, sed bienvenidos y bienvenidas hoy aquí»). Parece que hay quien lo interrumpe. «El órgano y Juan Mari han estado desde siempre aquí pero los curas van cambiando, vienen y van», se oye decir a una feligresa que rompe en un susurro el silencio del templo guipuzcoano de Icíar y responde al nombre de Teresa.

Es ahí, sentado frente a un órgano, haciéndolo sonar, que Juan Mari —el protagonista del artículo— rejuvenece «sesenta y tantos» años o más en un suspiro que parece durar una vida: ante este instrumento musical sigue siendo el niño que estrena zapatos nuevos contento o que abre los regalos que le han traído los Reyes Magos con ilusión.

Cuando derrocha talento al tocar su inseparable compañero de vida —tanto que parece que nació con el órgano bajo el brazo— no tiene ni pérdidas de memoria ni siente ningún achaque en el cuerpo. Apenas se equivoca al tocar las primeras notas. Elige la canción Txuri-urdin (en castellano Blanquiazul), el himno de la Real Sociedad de San Sebastián, para hacer una pequeña muestra de su arte ante el periodista. De ese modo, desmitifica la «leyenda urbana» que afirma que en las iglesias solamente suenan composiciones tristes. La suya es una pasión que comparten las nuevas generaciones de organistas de todo el País Vasco, pero aún hoy se necesita relevo generacional. Si fuese por él, está claro que Juan Mari Aizpurua no se retiraría.

A medida que cumplía años, ley de vida, el organista ha ido quedándose sin amigos y en algunos casos ha tocado en sus funerales. «Me estoy quedando solo en el mundo porque se están yendo todos», lamenta entre sollozos secos, casi imperceptibles. Aun con eso, a sus 99 años —quién los pillara— es de la opinión de que no queda otra que aceptar el paso del tiempo, asumir la edad que tiene uno y vivir el tiempo que le queda con plenitud.

Un siglo de vida

Padre de seis hijos, Juan Mari Aizpurua (Icíar —Guipúzcoa—, 1925) no ha perdido el tiempo. Atesora una memoria prodigiosa en la que cabe todo un siglo de vida y a su cerebro aún le queda espacio suficiente para almacenar enseñanzas y lecciones que no entran en todas las páginas de este semanario. Ha enviudado dos veces y se ha casado en otras tres ocasiones, la última con la italiana Daniela Angeli, a la que le une la pasión por la música. Según cuenta a Alfa y Omega, quedó prendado de ella cuando la oyó cantar en la Misa mayor de Icíar por primera vez. «Del Vaticano no, pero Daniela venía de un coro de una parroquia de Roma y yo la agasajaba acompañándola con el órgano», relata Aizpurua al explicar la manera en la que conquistó a su actual pareja.

En agosto hará un año desde que se cayó al bajar de un escalón y se rompió la cadera. Es por eso que, aunque presume de no haber utilizado nunca uno, se vale de un bastón de senderismo que le hace dar pasos lentos pero seguros. «Si fuese por mí no lo utilizaría, ¡eh!», matiza. Otras veces es su mujer la que hace de báculo y soporte. El hombre dejó de conducir hace dos años y en la actualidad ella lleva adelante las labores de chófer. «Como no hay ferrocarriles ni autobuses los domingos, me acerca a tocar el órgano a la iglesia de mi pueblo», informa orgulloso.

El día del Señor, tras salir de la iglesia de Icíar, también encuentra un momento para la calma y el sosiego haciendo un hamaiketako en el Salegi con el párroco, tomando el famoso tentempié vasco del mediodía en el restaurante más famoso del municipio. Entre semana, en cambio, las tardes las pasa llevando las cuentas de la parroquia y, pocas veces, toca un órgano pequeño de ensayo en casa. Cuando libra y ve que programan algo que le gusta o le es interesante en el Auditorio Kursaal de San Sebastián, Daniela y Juan Mari llaman a un taxi y disfrutan juntos de conciertos y recitales.

El entierro de su abuelo

«Empecé a cantar en el funeral de mi abuelo», relata cuando es preguntado por su infancia. «Tendría alrededor de 7 años». Añade que, en aquella época, lo pasó francamente mal y que los buenos momentos los recuerda al lado de una pelota. «El hambre de la Guerra Civil y el racionamiento de la posguerra fueron muy duros para nosotros». En total habían sido nueve hermanos, pero él conoció solamente a cuatro. De todos ellos hubo uno con el que estuvo más unido: su gemelo ya fallecido, compañero de 1.000 batallas y curioso como él a más no poder. Eran los únicos que se dejaban enseñar y aprendieron solfeo de la mano de un cura que vivía en el segundo piso y que les visitaba con asiduidad. «Arriba vivían médicos y párrocos y con este aprendimos hasta canto gregoriano».

Después, hace 72 años, llegó el órgano a su vida. No tardó en surgir el flechazo y Juan Mari lo dominó a la perfección, haciéndolo suyo y aprendiendo de forma autodidacta. Y así hasta hoy. Es domingo y Aizpurua solo tiene ojos para el instrumento de Icíar. «El del Buen Pastor de San Sebastián tiene 139 registros y cinco teclados», describe. «Esto en comparación es un juguete, pero es mi juguete».

La continuidad de los organistas en pequeñas poblaciones como Icíar es difícil, aunque en algunos casos están accediendo jóvenes titulados. Juan Mari les recomienda «esfuerzo, disciplina y sacrificio» para dedicarse a lo suyo. Para Xabier Andonegi, el párroco, será difícil encontrar alguien que sustituya a Aizpurua. «Es una persona de mucha fe, servicial, muy dedicada y devota de la Virgen, lleno de valores que estamos perdiendo en la sociedad moderna».

De las imágenes vascas más bellas
Nuestra Señora de Itziar

Juan Mari Aizpurua suele tocar en el santuario de Santa María de Icíar (Guipúzcoa). Es la iglesia de su pueblo y la más antigua de la zona. Las primeras noticias del templo se remontan al siglo VIII aunque fue remodelado en el XVI. Frente al órgano de Aizpurua, en el altar mayor, destaca la imagen de la Virgen, muy venerada por los marineros vascos. Para muchos es de las más bellas de la iconografía vasca.