Este libro es invencible - Alfa y Omega

Este libro es invencible

Hace 50 años que un marinero ruso se jugó la vida para meter clandestinamente en la URSS Archipiélago Gulag, recién publicado en Francia. Tenerlo era garantía de muerte, pero su lectura fue imparable

Ricardo Ruiz de la Serna
Solzhenitsyn en un campo de prisioneros en Kazajistán. Foto: ABC.

Este libro, que podría no haber existido, cumple ahora 50 años. Contra Archipiélago Gulag se confabularon todo el aparato represor de la Unión Soviética, toda la intelectualidad orgánica de los partidos comunistas del mundo y todos los enemigos de la libertad, que eran y son muchos. Frente a ellos se alzaban estas páginas de denuncia y un hombre que no lo había visto todo, pero que sí aspiraba a contarlo todo: Aleksandr Solzhenitsyn.

Nacido en 1918 en una familia acomodada y religiosa, estudió Física y Matemáticas, sirvió en el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial y, en febrero de 1945, a pocos meses de la victoria, lo detuvieron los servicios de contrainteligencia a raíz de unos comentarios críticos hacia Stalin vertidos en una carta personal a un amigo. Meses más tarde, un tribunal especial del NKVD, la terrible Policía política soviética, lo condenó a ocho años de trabajos forzados en un campo. Así se le abrieron a nuestro hombre, en el verano de 1945, las puertas del Gulag, siglas en ruso de la Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional.

Trabajos forzados en un gulag soviético. Foto: ABC.

Cumplió su condena por completo. Pasó por varios campos. Conoció el hambre y el frío, el miedo y la soledad, las torturas y la desesperación. De su experiencia, por cierto, nacería su primer libro, Un día en la vida de Iván Denisovich. Terminada su condena no recobró la libertad, sino que hubo de vivir en un exilio interior impuesto por las autoridades. En 1953 murió Stalin y las cosas cambiaron un poco. En 1956, Jruschov denunció, en su informe secreto al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, los crímenes de su predecesor como si él mismo no hubiese tenido nada que ver. Hubo un tímido deshielo. La desestalinización era la nueva moda. El manuscrito de Un día en la vida de Iván Denisovich vio la luz en forma de libro en 1962. Lo publicaba nada menos que la revista Novi Mir, el buque insignia de la intelectualidad comunista desde 1925. Solzhenitsyn era el nuevo dios del Parnaso soviético.

Pero él no estaba satisfecho. Sabía que le habían faltado cosas por ver. Le habían quedado cosas por vivir. El terror del sistema concentracionario no se le había revelado por completo. Entre 1958 y 1962, nuestro hombre fue diseñando el magnum opus de la literatura de los campos. Dedicó esos años en que no había libertad, pero se había aflojado la represión, a construir el armazón como se construían los barcos. Era preciso identificar los temas. Clasificarlos en capítulos. Ensamblar las partes de ese navío que habría de llevar al lector de viaje a lugares que nadie desearía visitar. El éxito del Iván Denisovich lo convirtió en el autor del momento. Comenzó a recibir cartas. Llegaban a centenares. En toda la URSS había gente que había vivido lo que Solzhenitsyn contaba en su novela. Gracias a esas cartas, nuestro autor aunó el material que le faltaba. Entre 1963 y 1964 recopiló y clasificó los testimonios. Los ordenó. Los preparó para ser la materia prima de una literatura colosal y aterradora.

Pero se acababa el tiempo

En 1964, un golpe palaciego derribó a Jruschov. Brezhnev se hizo con el poder. Terminó el deshielo y volvió el frío. Yuri Andropov se convirtió el nuevo director del KGB, el Comité para la Seguridad del Estado, la Policía política de siempre. Solzhenitsyn se sumergió entre papeles. Trabajó en secreto con un grupo de colaboradores —en su mayoría, mujeres— a quienes llamó «los invisibles». Destacan Nadia Levitskaia y Elena Tchukovskaia. Se veían en secreto, durante minutos, en distintos lugares. Nuestro hombre hizo cosas de clandestino. Llamaba a la puerta con toques acordados que indicaban que no había peligro. Vigilaba si lo seguían. Asignó sobrenombres.

Poco a poco fue naciendo Archipiélago Gulag a partir de las cartas, los recuerdos, los testimonios de décadas de dolor y sufrimiento. Ya había un manuscrito, del que se sacaron copias, pero no quedaba tiempo. El régimen endureció la persecución de los intelectuales independientes. En 1965, la Policía detuvo a Yuli Daniel y a Andrey Siniavski. Gracias a un amigo, Solzhenitsyn se escondió en Estonia. En una casa, en el campo, terminó la obra y escondió el original. Entre 1965 y 1967 trabajó así, en secreto. Era una celebridad que operaba en la clandestinidad. Una estrella sumida en la sombra. Era un genio maquinando su libro definitivo. En 1968 por fin estuvo listo. Había que microfilmarlo. De nuevo le ayudó otro amigo. No bastó. Había que sacar el microfilme de la URSS. Un intérprete ruso que trabajaba en Suiza se animó. Lo consiguió. Archipiélago Gulag ya estaba a salvo en Occidente, pero seguía siendo secreto.

Campo de concentración en Rusia en 1946. Foto: ABC.

A partir de 1970 todo se agravó. Ese año le dieron a Solzhenitsyn el Nobel, que no irá a recoger. La represión contra los intelectuales se hizo clamorosa ante el mundo. El KGB lo vigilaba de cerca. En agosto de 1973 detuvieron a Elizaveta Voronyanskaya, una de las «invisibles», y le incautaron una copia del manuscrito. A los pocos días la encontraron ahorcada en su casa. Solzhenitsyn sabía que había llegado el momento de que Archipiélago Gulag viera la luz. Ya no se podía esperar más. Primero se publicó en ruso, en septiembre de 1973, en la editorial parisina Éditions du Seuil. El libro entró clandestinamente en la URSS gracias un marinero ruso que hizo escala en Francia y que se atrevió a lo inconcebible. Fue pasando de mano en mano en una pequeña edición en papel biblia. Tenerlo era peligrosísimo. Pero no le faltaron lectores. El libro se abrió paso en silencio. Aprovechó los resquicios, los rincones, la penumbra. Era imparable.

Ya en 1974 salieron ediciones en francés y en inglés. Ese mismo año lo publicó en España Plaza y Janés. Fue un éxito mundial. Se leyó por doquier. Los intelectuales comunistas lo analizaron con tristeza, con vergüenza o con indignación. Algunos trataron de desacreditar al autor, pero fracasaron. Su literatura es radicalmente auténtica. Esas páginas, que vieron la luz hace ahora 50 años, rezuman vida vivida. Este libro es invencible. No dejen de leerlo.