Este domingo, Jornada Pro Orantibus. «Ponemos a los hombres ante el Señor vivo» - Alfa y Omega

Este domingo, Jornada Pro Orantibus. «Ponemos a los hombres ante el Señor vivo»

«Nuestra vida no es tanto hablar del Señor a los hombres, sino ponerlos delante de Él». Así viven su vocación los religiosos contemplativos en todo el mundo. A un monasterio de clarisas, la Providencia les ha regalado una nueva forma de hacer realidad esta llamada, que hasta ahora sólo plasmaban en la oración: desde 2010, acogen una capilla de Adoración Perpetua. Allí, el Señor está disponible, siempre, para todos

María Martínez López
Custodia con el Santísimo en la capilla de Adoración del monasterio de Valdemoro.

«Llevar a los hombres a adorar a Cristo, ponerlos en presencia de Dios, que tengan a Jesucristo en su vida». Esto es la vida de una clarisa, explica la madre Asunción, Superiora del monasterio de la localidad madrileña de Valdemoro. La vida contemplativa es, aún, una vocación demasiado desconocida. Cada año, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, la Jornada Pro Orantibus fomenta que el resto de fieles conozcan y recen por quienes dan su vida para rezar por nosotros.

Al vivir escondidas, con Cristo, en Dios, nada de lo que toca al corazón de la Iglesia les es ajeno. Tampoco la llamada a la nueva evangelización. La apertura, en su monasterio, de una capilla de Adoración Eucarística Perpetua les ha brindado un nuevo modo de hacer realidad esta llamada de acercar a la gente al Señor: «Nuestra vida no es tanto hablar del Señor a los hombres, sino ponerlos delante de Él. Lo hacemos con nuestra oración, con nuestro ejemplo de vida y, ahora, con esta preciosa forma de adoración».

La Providencia había inspirado este deseo, por separado, a las religiosas, a un grupo de laicos y al obispo de Getafe. En febrero de 2010, se hizo realidad. Y la disponibilidad de las religiosas y de los laicos que cubren los turnos realmente ha resultado misionera: «Hay casos de gente», alejada de la Iglesia, «que se ha acercado a la Adoración porque sí, porque alguien se lo ha dicho o les ha pedido como favor que cubran un turno –explica el padre Patxi, vicario de la parroquia Nuestra Señora de la Asunción, de Valdemoro–. Pero el Señor obra milagros, y tienen un encuentro con Él. Por ejemplo, una vez bendije el local de un señor que no practicaba mucho la fe. Le invité a ir a la capilla de Adoración. Se quedó muy sorprendido de la presencia, tan especial, de Dios», y ahora va con frecuencia. «La mayoría de la gente que va de nuevas es por el boca a boca. Los adoradores no se quedan en ir a su turno, sino que comparten lo que significa para ellos con los demás, y los invitan».

Laura, como coordinadora de los adoradores, conoce más personas a las que el Señor, a través de la Adoración, «les ha cambiado la vida. Por ejemplo, una mujer que no estaba bautizada, pero tenía inquietud por el Señor y frecuentaba mucho la capilla». También conoce a enfermos cuya forma de vivir su cruz se ha transformado a raíz de este encuentro.

La capilla se ha convertido en parada obligatoria para muchos jóvenes, que, además de tener su turno, pasan unos minutos a saludar al Señor antes de salir a divertirse el fin de semana, y también de vuelta a casa. Entre ellos, han surgido varias vocaciones, como la de Ismael. Cuando, junto con el resto de su grupo, se apuntó como adorador, «llevaba ya un año viendo que el Señor me pedía algo distinto, pero no lo quería aceptar. La adoración me ayudó. Ante el Señor, uno va tomando fuerzas para entregarle la vida, para vivir como Él vivía y actuar como Él actuaba». Ahora, se prepara en el Seminario de Getafe para convertirse en otro Cristo.

Cada uno, estímulo para el otro

Con su silencio y su oración, las clarisas acompañan estas historias. Pero su presencia no pasa inadvertida: «Ver con qué respeto se acercan al Santísimo, con qué cariño, gusto y disciplina hacen las cosas… También me evangeliza, me ayuda a tomar conciencia de Quién está ahí presente», confiesa Javier. El testimonio es recíproco, asegura la madre Asunción: «El ejemplo de los adoradores laicos es, para nosotras, un estímulo: su fidelidad, su puntualidad, el silencio y el recogimiento de su oración».

Ponerse delante de Cristo, por tanto, ha enriquecido a todos. A las clarisas, les ha regalado una nueva forma de ser misioneras: «A veces, nos quedamos a medias. La evangelización –insiste la Superiora– no es sólo que otros conozcan el Evangelio, sino ayudarles a que tengan una relación personal con Quien les ama; llevar a las personas ante el Señor vivo, hacer lo posible para que tengan una relación de amor con Cristo».