«Estaremos con los soldados»
Con la invasión de Rusia y el referéndum en Crimea, la actualidad no da tregua a Ucrania. Monseñor Gudziak, eparca greco-católico de París y Presidente de la Universidad Católica Ucraniana, asegura que «estaremos con los soldados si el ejército tiene que defender la dignidad del pueblo». Cree que el movimiento del Maidan ha fortalecido al país. Ha sido «una experiencia de conversión», una peregrinación «del miedo, a la dignidad»
«Todavía me cuesta dormir», reconoce monseñor Borys Gudziak, eparca de la Iglesia greco-católica ucraniana de París, cuando se le pregunta cómo ha vivido el Maidan, el movimiento social con epicentro en Kiev, que él y muchos pastores han acompañado durante cuatro meses. Tras la masacre del 20 de febrero, «la sociedad está en estado de shock postraumático». La invasión de Crimea, una semana después, y el referéndum para la anexión de esta península a Rusia no dan tregua al país.
Todas las Iglesias -la vinculada al Patriarcado de Moscú; el de Kiev, separado de Moscú; y la pequeña pero influyente Iglesia greco-católica- «han hecho un llamamiento por la paz, pidiéndole a Rusia que detenga la invasión. El país es diverso, pero sus ciudadanos, con excepciones, quieren que siga unido. En defensa de los inocentes, y ante una invasión, los cristianos están llamados a defender a su familia y su país. Estaremos con los soldados, como capellanes, si el ejército tiene que defender la dignidad del pueblo».
Es significativo que «el Patriarcado de Moscú no ha sido abiertamente crítico con la intervención de Rusia, pero tampoco la ha apoyado», como podía esperarse, dada su tradicional cercanía al poder. «Eso es un paso. Muchos de los sacerdotes ucranianos vinculados a él no están satisfechos con la postura de sus líderes», que miran a Ucrania con «nostalgia del antiguo imperio ruso». Y han hecho oír su voz, pidiendo que no se haga «apología de la intervención». El eparca cree que este principio de cambio, así como la participación de esta Iglesia en el Maidan, se debe a que «este movimiento ha obligado a todo el mundo a reflexionar. También las Iglesias necesitan conversión».
Conversión y responsabilidad
«Una experiencia de conversión»: es lo que ha significado para «millones de personas» el movimiento social del Maidan, palabra que significa plaza, pero también ágora. «El sistema estaba corrompido, y la gente sentía que no tenían libertad para actuar de forma no corrupta. Ahora, quieren que el país cambie, y están asumiendo su responsabilidad personal: Yo tengo que cambiar. Ha sido una peregrinación del miedo, a la dignidad. La gente ya no tiene miedo, se siente inspirada» por la muerte de manifestantes desarmados. «23 años después de la caída de la URSS, se ha dado otro paso importante para dejar atrás el sistema soviético», cuyas cicatrices todavía se dejan sentir en el país.
Este movimiento ha contado con el apoyo de todas las religiones, unidas en torno a cuatro puntos: «El Gobierno debe escuchar al pueblo; no debe haber violencia por parte del Gobierno ni de los manifestantes; debe cesar cualquier actividad que trate de dividir el país; y el diálogo es la única salida». La Iglesia greco-católica se ha implicado «siguiendo la llamada del Papa a ser pastores con olor a oveja», permaneciendo con sus fieles «también en la noche, durante los ataques» que dejaron cien muertos -entre ellos, un profesor de la Universidad Católica que el eparca preside- y un millar de heridos. «A la luz de la injusticia, de la corrupción rampante, y de la apropiación de los recursos del país por parte del Presidente y su círculo, la Iglesia ha hablado desde la ética, sobre la dignidad humana que procede de Dios, sobre la justicia social y la igualdad ante la ley». No era un discurso político, de apoyo a un partido, aunque «tiene, por supuesto, ramificaciones políticas».
Este compromiso compartido por una causa común en el Maidan ha supuesto un acercamiento entre las Iglesias cristianas, que «ha ocurrido de forma muy práctica. Cuando, mes tras mes, la gente está junta, reza junta» varias veces al día, «sufre junta, se congela junta, le disparan junta, se desarrolla un gran sentido de solidaridad».
Empeorar antes de mejorar
A la pregunta sobre si perdurará esta unidad, el eparca responde que el cambio moral y social que es la meta del Madian aún no se ha logrado. En sus intervenciones en la Plaza -cuenta-, ha insistido mucho en que «este proceso es largo y arduo. La gente se da cuenta de que las cosas pueden empeorar antes de mejorar. Están comprendiendo que el cambio y la conversión no son como el Nescafé: unos polvos, agua hirviendo, y satisfacción al instante. El nuevo Gobierno tiene que ser controlado también. Hoy, hay una sociedad civil más madura, con un compromiso cívico y un sentido increíble de responsabilidad individual. Ése es el factor clave».
Este optimismo sobre la sociedad ucraniana no es extensiva a una Europa que «ha dicho mil veces que está profundamente preocupada», pero cuya reacción ha sido, como poco, lenta. El eparca lo atribuye a la propaganda rusa, pero también «al gas ruso, y a los miles de millones de dólares corruptos que Rusia y Ucrania tienen en los Bancos europeos. A Europa le es difícil decir la verdad, porque está mirándose el bolsillo. En los últimos días, ha habido declaraciones más claras, pero los ucranianos esperan acciones».
Rezad, y hablad a los políticos
Sí han sentido, en cambio, el apoyo de la Iglesia: la oración de los fieles, las declaraciones de muchas Conferencias Episcopales, y las palabras del Papa, que este martes recibió una vez más al arzobispo mayor de Kiev, Su Beatitud Shevchuk. «Les pedimos que sigan rezando, porque esta peregrinación acaba de comenzar; y también que hablen a sus políticos, y les pregunten qué están haciendo. Esperamos que no se sacrifique a Ucrania para mejorar las relaciones con Rusia, como ha ocurrido a veces en los últimos 50 años, incluso en la Iglesia».
Cuando habla de una peregrinación del miedo a la dignidad, monseñor Gudziak se refiere a la cultura del miedo que -dice- forma parte del ADN ucraniano y es fruto de la historia reciente de un país. A lo largo del siglo XX, Ucrania sufrió 17 millones de muertes entre las guerras, la hambruna del Holodomor, y las represalias soviéticas. Por no hablar de las deportaciones a Siberia, los omnipresentes informadores del KGB… La Iglesia greco-católica ucraniana sufrió especialmente. Dado su importante papel en la preservación de la cultura ucraniana, la URSS decidió liquidarla. Todos los obispos fueron detenidos, así como los sacerdotes que se negaron a hacerse ortodoxos. «Una de mis tías fue asesinada por los soviéticos -recuerda el eparca-, y muchos miembros de mi familia fueron enviados a los gulag». Sus padres huyeron a Estados Unidos, donde nació él. Estudió teología en la Asociación Santa Sofía, en Roma, un centro para católicos ucranianos creado en el exilio por el cardenal Josyf Slipyj. «Nos decía: Preparaos para el cambio. Y éramos demasiado jóvenes como para no creerle. Plantó cara a los dos grandes desafíos del siglo XX: el nazismo y el comunismo soviético», y fue uno de los grandes pastores que ha tenido esta Iglesia en los siglos XX y XXI. «Los miro, y pienso cómo puedo ir en la misma dirección que ellos».
Cuando cayó el Muro, la Iglesia greco-católica sólo tenía una décima parte de los 3.000 sacerdotes de 1939, aunque hoy ha recuperado esa cifra. «Como no colaboró con los soviéticos, tiene una autoridad moral tremenda» -explica el eparca-, a pesar de contar sólo con cinco millones de fieles, el 10 % de la población. Por ello, también «ha vivido un gran resurgimiento», que se manifiesta, por ejemplo, en sus 800 seminaristas.