Encuentro para construir una espiritualidad de comunión: «Estamos abiertos a todos los cristianos, sin apellidos»
Un grupo de personas de diferentes carismas y vocaciones se reunieron el lunes en el Seminario Conciliar de Madrid para rezar y proponer ideas para que en Madrid se viva una mayor comunión real y efectiva. La jornada fue organizada por Vicente Morales, del grupo Brotes de Olivo, bajo el amparo de monseñor Carlos Osoro. El Foro de Laicos o el Foro de Curas estuvieron entre las entidades representadas
El Seminario Conciliar de Madrid acogió este lunes un encuentro de oración y trabajo para diseñar una hoja de ruta, o por lo menos proponerla, que lleve a la diócesis a vivir realmente una espiritualidad de comunión. El encuentro, organizado por Vicente Morales, del grupo musical Brotes de Olivo, y auspiciado por monseñor Carlos Osoro, fue una primera toma de contacto para que los participantes pusieran en común ideas y propuestas para que la Iglesia esté más «unida para acoger a todos», deseo del arzobispo desde su llegada a Madrid. Los participantes se han citado para un segundo encuentro en septiembre.
A la llamada de Morales acudieron desde Camino Cañón, presidenta nacional del Foro de Laicos, hasta Agustín Rodríguez, del Foro de Curas, pasando por los responsables de la Comunidad de Sant’Egidio, varios miembros de los Focolares –cuyo carisma específico es la unidad–, el cantautor Migueli, representantes de la Comunidad Tierra de Encuentro, varios sacerdotes de Madrid y diferentes laicos. Participó también –y tomó nota de las intervenciones– el nuevo vicario de Pastoral Social e Innovación, José Luis Segovia.
Pero, ¿por qué convocó esta jornada el arzobispo de Madrid y por qué le encomendó la organización a Brotes de Olivo?
Este grupo musical, nacido en Huelva en los años 60, está formado por Vicente, su mujer, Rosi Escala, y sus 13 hijos. A los conciertos de esta peculiar banda empezaron, desde sus orígenes, a acudir cientos de jóvenes. Los conciertos, que se extendieron por toda España y América Latina, dieron paso a unos campamentos de verano y, en torno a ellos nació, en 1979, la comunidad Pueblo de Dios. Ahora hay también miembros de la comunidad Pueblo de Dios en Madrid, y monseñor Carlos Osoro se quiere valer de su pasión por la unidad para hacerla más real y efectiva en Madrid.
Una búsqueda para toda la vida
La historia de la familia Morales Escala y la de Pueblo de Dios nace en los años 60, siete meses antes de que Vicente y Rosi se casaran. Entonces todavía no conocían a Dios.
«Nosotros éramos una pareja buenecita pero sin ningún tipo de planteamiento importante. No conocíamos prácticamente nada de Dios», recuerda Vicente. Fue la oración de un compañero de trabajo la que, literalmente, les acercó a Dios.
Manuel Alonso empezó a trabajar en la empresa de Vicente. «Era un joven como yo, trabajador, serio, con encanto. Su testimonio de vida nos enamoró. Él nunca nos habló de Dios. Simplemente rezaba y rezaba y rezaba por nosotros», cuenta Vicente. «Un día –recuerda– había quedado con Manuel, pero él se había acercado a una parroquia a rezar. Yo no sabía donde estaba. De camino al lugar donde habíamos quedado me desvié y entré en una parroquia. Allí estaba Manuel rezando. Me atrajo con la fuerza de la oración y allí me encontré con él y con Dios».
Antes de la boda, Rosi y Vicente no sólo se encontraron con Dios, «nos encontramos también con algo importante, el don de compartir, de vivir en comunión, y en aquel momento no supimos por qué». Empezó entonces «una búsqueda, que gracias a Dios, seguimos haciendo».
Su don de compartir se ha hecho carne, se ha hecho realidad en la vida que han compartido con sus 13 hijos y sus respectivos cónyuges, con sus 29 nietos y sus 3 bisnietos. Una vida «en la que el eje ha sido el Amor, con mayúsculas, que es Dios» y en la que nunca ha faltado la música.
«Soy yo Señor, que contigo quiero hablar»
«Nosotros jamás tuvimos ningún plan de nada, todo ha ido simplemente transcurriendo, y por eso pensamos que esta historia no es nuestra, sino de todos aquellos que han ido surgiendo y que el Señor nos ha ido poniendo en el camino». Este es el balance de Vicente después de 28 discos publicados, cientos de conciertos por toda España y parte del mundo, y otros tantos corazones acogidos, muchos de los cuales «han terminado por acercarse a Dios».
Sin plan, ni programa, la carrera musical de la familia comenzó, casi por casualidad, en Misa. Un domingo cualquiera «yo estaba acompañando la Eucaristía con mi piano. Mi hija sin pensarlo ni saberlo se puso a cantar: Soy yo Señor, que contigo quiero hablar. A partir de ahí, empezaron a cantar los niños en la Iglesia. Y la fe de nuestra familia creció rodeada de cantos». Y empezaron a llamarles «de todos los sitios» en su Huelva natal, y se lanzaron a cantar por colegios, parroquias… «Hemos ido, y seguimos yendo, a todos los lugares desde donde nos llaman. Nosotros lo único que hemos hecho ha sido ponernos en camino, dispuestos siempre a compartir», explica Morales.
Todo el Pueblo de Dios
Al ponerse en camino, el grupo de personas en torno a Brotes de Olivo fue creciendo rápidamente. «A los recitales empezó a venir mucha gente joven. Hubo un movimiento de jóvenes increíble, hasta el punto de que hubo algún obispo que nos pidió que, como la convocatoria era tan grande y tan floreciente, nos planteáramos fundar una especie de movimiento. Pero, por alguna razón, nunca sucedió. Gracias a Dios, había entonces muchos movimientos y nosotros acudíamos allí donde nos llamaran. Siempre hemos estado abiertos a todos los cristianos, sin apellidos».
La apertura a todos no fue sólo teórica, sino también real, hasta el punto de que llegaron a acoger a más de 6.000 personas en un campamento de verano. «En aquel momento, había mucha droga, y mi mujer me dijo: Vicente, ¿por qué no hacemos un campamento para que todos tengan un sitio adonde ir y se les pueda ofrecer una vida intensa con mucha alegría y con mucha fuerza?» Corría el año 1978 y montaron Ciudad Joven. «Fue un campamento de verano durante un mes completo, abierto a todos y sin pedir ningún tipo de requisito para entrar o salir cuando la gente quisiera. No preguntábamos si eran buenos o malos, y gracias a aquella apertura, pasaron 6.000 personas por el campamento».
Entre tanta gente, «alguno vio una oportunidad para hacer negocio con las drogas». Y ocurrieron verdaderos milagros. «La misma gente que acudió a trapichear se sentía tan acogida que, en la Misa que celebrábamos todos los días, donde solíamos encender un fuego, alguno se acercó allí y dijo: Yo venía a vender drogas; y acto seguido echó la droga en el fuego», recuerda Vicente.
Aquel campamento funcionó durante dos años. En 1979, «al ver el éxito de la idea y las conversiones de la gente, decidimos comprar un terrenito al que se trasladaron a vivir siete matrimonios, por el que pudiera pasar mucha gente durante todo el año para mantener vivo el espíritu de los campamentos. Eso sigue hasta la actualidad y es lo que se conoce como Pueblo de Dios». Monseñor Osoro conoció la iniciativa siendo arzobispo de Valencia. En Madrid, ha continuado el contacto. Hasta tres reuniones han tenido monseñor Osoro y Vicente en los últimos meses. En ellas se fue gestando el encuentro del lunes, que representa un paso más en el camino hacia una mayor comunión en Madrid.
Sin comunión, vana es la misión. El Señor condicionó la fe de los pueblos y las generaciones al testimonio de la unidad entre sus discípulos.
El reclamo de la unidad compromete a todos sus discípulos, dispersos en diversas confesiones por las rupturas sufridas a lo largo de la historia, en el anhelo y la tarea ecuménica. Pero hay otras heridas en la micro-historia de la Iglesia, que se abren en todos sus ámbitos. Son heridas que a veces se enquistan, y que sin romper completamente la comunión (se confiesa la misma fe, se comparte la misma Eucaristía), no permiten gozar de la unidad, el mayor anhelo del corazón del hombre, el secreto de la armonía de la creación, el misterio de Dios Trinidad, unidad en la diversidad.
En la Iglesia que peregrina en Madrid hacen falta disolventes de prejuicios y toneladas de misericordia. Y hace falta desarmar los sucedáneos de comunión. El príncipe de la mentira siempre divide. Cuando no puede hacerlo con el enfrentamiento directo, lo hace con la confusión. Y en Madrid se ha confundido la comunión con la uniformidad. Le queda un largo camino para asemejarse a la bella imagen poliédrica de la Iglesia que el Papa Francisco nos dibuja.
En todas las diócesis, como en esta, no faltan lo que san Juan Pablo II llamaba «estructuras de comunión», pero como él mismo reclamaba para la Iglesia del tercer milenio, urge un alma, el de la «espiritualidad de comunión».
Por eso, la acogida el pasado lunes por parte del arzobispo de Madrid de una jornada de reflexión y oración propuesta por Vicente Morales, de Brotes de Olivo, con un pequeño grupo expresión de la pluralidad vocacional y carismática de la diócesis, fue tan prudente como sabia. Porque, como se dijo en esa jornada, para construir espiritualidad de comunión vale una de las famosas sentencias de Saint-Exupéry: «Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre e inabarcable».