La estadística es una rama de las matemáticas que se ocupa de la obtención y análisis de un conjunto de datos con el fin de obtener explicaciones y predicciones sobre fenómenos observados. Es una de las materias más preguntadas en el examen MIR. En ella nos basamos los médicos, como científicos, para conocer la fiabilidad de un fármaco, el éxito de una intervención quirúrgica, la mejor elección de un tratamiento o la esperanza de vida según pronóstico. Pero siempre me plantea una dualidad. Por un lado es necesaria para llevar a cabo investigaciones y conocer los grupos poblacionales. Pero, por otro lado, me parece tremendamente fría, pues hablamos de personas concretas, cada uno con su singularidad.
En situaciones concretas de pacientes, familiares y amigos, he observado como la estadística ha llegado a equivocarse. Ya han pasado años desde que diagnosticaron un cáncer con metástasis hepáticas a un familiar. Como médico lo sabía, pero, como familiar, no pude evitar preguntar por el pronóstico. No era bueno. Era un estadio IV, la peor situación. Una supervivencia no mayor de dos años. Pues bien, ella ha roto su estadística y ya hace más de doce años que vive libre de enfermedad.
Tú, querido lector, eres un ser concreto, con una singularidad que te hace especial. Con tus virtudes y defectos, eres inigualable. Cuando hablamos de números, desposeemos a la persona de su característica más importante: es un ser único e irrepetible. Dios sabe más que la estadística. Dice el profeta Jeremías: «Antes de formarte en el vientre de tu madre te conocí». Como cristiano lo veo así con cada uno de mis pacientes y no deja de sorprenderme la de veces que Dios rompe los moldes y cambia los pronósticos, sean cuales sean, unas veces mejorando la estadística y otras con el triste final que nadie espera.
La ciencia es necesaria, y gracias a ella evolucionan y mejoran todos los aspectos de nuestra vida. Pero no olvidemos que en la medicina tratamos con personas. El valor del ser humano está por encima de la ciencia, la estadística, la economía, la política e incluso la propia medicina. Avancemos, sí, pero no olvidemos nuestras raíces, de dónde venimos: del vientre de nuestra madre, donde Dios, antes que nadie, te conocía.