Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo - Alfa y Omega

Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo

Sábado de la 26ª semana del tiempo ordinario. Bienaventurada Virgen María el Rosario / Lucas 10, 17-24

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Lucas 10, 17-24

En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:

«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Jesús les dijo:

«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo:

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños.

Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.

Todo me lo ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar». Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:

«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».

Comentario

Los más grandes amigos sacan de nosotros lo mejor; sacan incluso partes de nosotros que ni siquiera sabíamos que teníamos. Los grandes amores nos llevan a hacer cosas que no podíamos hacer, porque seguramente no podíamos hacerlas sin ese amor. El amor nos lleva más allá de nosotros mismos, nos hace llegar a ser más de lo que éramos. La presencia de la persona amada nos hace ser más de lo que somos, poder más de lo que podemos, querer más de lo que queremos. Por eso, Jesús potencia la naturaleza de sus discípulos por encima de lo que estaba inscrito en ella: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Lo que debiera vencer al hombre, es vencido por la sola presencia de Dios. Con Dios somos más de lo que somos solos. Con Dios podemos más de lo que podemos solos y, de hecho, sin Él no podemos nada. Con Dios «nada os hará daño alguno».

Y eso es precisamente lo que significa que «vuestros nombres están inscritos en el cielo». En el cielo y para el cielo somos más de lo que que fuimos en el nacimiento. La idea de lo que tenemos que ser no lo averiguamos tanto en nuestra historia pasada, en lo que ya pensamos que sabemos de nosotros, en lo que siempre hemos sido; nuestro nombre, la persona que tenemos que ser, está inscrita en el cielo. Nuestra historia no está predeterminada desde el pasado; más bien, hemos sido llamados de la nada al cielo. Nuestro nombre fue pronunciado desde el cielo, para que saliendo de la nada fuéramos hacia allí, llegando a ser ese nombre, esa persona que Dios llama. Y la alegría a la que nos llama Jesús no es otra cosa que conocer el amor eterno con el que Dios ha pronunciado nuestro nombre.