Esta biblioteca jesuita se libró de pasar a manos del poder civil
El obispo de Barcelona negoció para conservar el colegio y los libros de la Compañía de Jesús, que pronto se convirtieron en uno de los primeros fondos de acceso público de Cataluña
La historia de «una de las bibliotecas eclesiásticas más importantes de Cataluña», la Biblioteca Pública Episcopal del Seminario de Barcelona, arranca en los tiempos convulsos en los que en nombre de la Ilustración se empezaron a hacer algunos estragos en el patrimonio de la Iglesia. De hecho, nació de la desgracia de los jesuitas, expulsados de España en 1767. Daniel Gil, responsable de la entidad, explica que la orden de Carlos III incluía la confiscación y puesta a disposición pública de todos sus bienes. «En Barcelona y otras ciudades, estos eran sobre todo sus bibliotecas».
Pero, en este caso, se consiguió que no pasaran a ser propiedad de las autoridades civiles. «Jugó un papel muy importante el obispo de aquel entonces, Joseph Climent y Avinent. Pactó con el Ayuntamiento cederle el seminario de Montealegre para crear la Casa de la Caridad» —donde hoy se encuentra el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona— «y trasladó el seminario al colegio de los jesuitas», subraya Gil. En 1772 se publicó el decreto real para crear allí una biblioteca común y finalmente los fondos se fusionaron en 1775, por lo que este año celebra su 250 aniversario.
Los fondos de la biblioteca estaban divididos en estanterías (designadas con letras) y cajones (con números romanos). En cada cajón se incluían «libros de tamaños parecidos para optimizar espacio», en vez de agruparlos por materias «como ya se solía hacer en otras bibliotecas de la Ilustración. El sistema de clasificación ha cambiado enormemente», apunta Gil.
La entidad abrió sus puertas en enero de 1776 bajo la dirección, por nombramiento del rey, de Fèlix Amat de Palou i Pont, clérigo «de una familia de la burguesía catalana ilustrada, muy importante tanto a nivel cultural como eclesiástico». Nueve años después, escribió a mano el Inventario de los libros, papeles y demás efectos pertenecientes a la Biblioteca Pública Episcopal de esta ciudad. Registró 14.000 volúmenes, «una cifra importante para la época», resalta su sucesor; sobre todo libros religiosos para los estudios de Teología. Entre el 80 % y el 90 % de las obras en ese primer momento, estima, procedían del centro de la Compañía de Jesús. De hecho, «aún no se sabe bien si en el seminario había una biblioteca como tal. Creemos que no, que era una simple colección de libros». La diferencia se debe a «la economía de ambas instituciones: los jesuitas funcionaban como colegio de las élites de Barcelona y el seminario no. De hecho, durante el siglo XV sufrió una crisis muy fuerte y estuvo cerrado algunos años».
Este caso «es bastante peculiar» porque todos los fondos se mantuvieron en el ámbito eclesiástico. «Somos una institución que no ha sufrido desamortizaciones», asegura su responsable. Pero, al mismo tiempo y cumpliendo los deseos del rey, «se configuró como una gran biblioteca de acceso público». Hasta 1835 era la única en Barcelona que se conserva todavía —la del convento de San José, también de acceso público, era más antigua, pero con la desamortización pasó a la universidad—. Hasta entrado el siglo XX, eran excepcionales. Con todo, Gil advierte de que no se piense en un lugar como los actuales. No había préstamos, solo consulta en sala, «y abría solo unas pocas horas». Las condiciones materiales no permitían más.
Con un notario
La importancia de este inventario, que ahora se custodia en el archivo diocesano, se detecta en que, al dejar Palou el cargo en 1785 para ser canónigo magistral de Tarragona, el pliego «se traspasó al siguiente bibliotecario con la firma de un notario», después de que los tres revisaran los 14.000 volúmenes y el mobiliario que también incluye. Esto demuestra que «era el bien más preciado» de la biblioteca.
Todavía, a día de hoy, es útil para los investigadores. «Una consulta muy habitual es para decidir si un incunable —un libro impreso entre 1450 y 1500— es una edición nueva o una emisión nueva de una misma edición» pero que, como era frecuente en la época, presenta «cambios mínimos a pesar de estar mecanizada» su elaboración. «También nos preguntan mucho por biografías de arzobispos y últimamente sobre la historia del seminario»; algo que el bibliotecario atribuye a la labor de divulgación que hacen por internet.
Aunque en distintos archivos eclesiásticos como el de Gerona y el de Mallorca hay rastros de uso parcial del catalán al menos desde el siglo XIII y textos completos en el XVI, el Inventario de Barcelona está en castellano. «Los obispos de aquel entonces no eran muy catalanistas; tenían una visión más universal» que partía de la idea de que «la Iglesia proporcionaba conocimiento para todo el mundo», explica Gil.