Esperanza de la eternidad - Alfa y Omega

Esperanza de la eternidad

Miércoles de la 3ª semana de Pascua / Juan 6, 35-40

Carlos Pérez Laporta
Foto: María Pazos Carretero.

Evangelio: Juan 6, 35-40

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:

«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Comentario

«Vosotros sois la luz del mundo». Que Cristo sea la luz del mundo podemos entenderlo: Él es Dios, Él ha creado todas las cosas y a todas las personas, sabe cómo y para qué ha sido creado cada ser; por eso, todo lo ilumina con su mirada, a todo le ofrece sentido y dirección con su palabra. Pero ¿cómo íbamos a serlo nosotros? Desconocemos casi todo, y además tenemos bien presentes todas nuestras oscuridades: pecados, incoherencias, incomprensiones, miserias… Si nuestra mediocridad no mejora la del mundo, ¿cómo podríamos nosotros ser la luz del mundo? ¿Cómo podrían nuestras tinieblas arrojar luz sobre el mundo?

Decía san Isidoro que «todo hombre que es sabio según Dios es feliz. La vida feliz es el conocimiento de la divinidad. El conocimiento de la divinidad es el poder de obrar bien. El poder de obrar bien es el disfrute de la eternidad». Nuestra oscuridad no puede apagar la luz de la felicidad de haber conocido a Dios. Es más, nuestra oscuridad y debilidad brillan para el mundo: los demás hombres podrán encontrar sentido a sus miserias a la lumbre de las nuestras, que brillan por la sangre de Cristo que ha corrido por ellas. Haber conocido a Dios en Jesucristo, haber conocido en su pasión el amor que nos tiene ha dado esperanza a todo en nosotros. Disfrutamos de la esperanza de la eternidad en todas nuestras obras, incluso cuando pecamos, porque su cruz hace de nuestras caídas el primer paso para nuestra ascensión.