Acompañamiento telefónico, esperanza al otro lado de la línea
El confinamiento ha creado un sufrimiento añadido a quienes han perdido un ser querido en estos meses. La Iglesia ha ofrecido un acompañamiento a distancia a través del teléfono para suplir con la escucha la imposibilidad del abrazo y de la cercanía
«No pude despedirme de mi padre cuando murió en la UCI». «No pude ir al entierro de mi madre porque estaba infectado». «He enterrado un ataúd sin poder ver quién estaba dentro». «Tengo la urna en la parroquia esperando el momento del entierro». «No hemos podido darle ni siquiera un funeral». Todas son vivencias muy extendidas estos días de pandemia y confinamiento, que han marcado un duelo muy distinto al habitual en casos de fallecimiento de un ser querido. Para paliar este sufrimiento, numerosas instituciones han habilitado un número telefónico que permite el acompañamiento a distancia del duelo.
Edita Pérez, coordinadora de los centros de escucha del Arzobispado de Madrid en el teléfono 616 414 839, gestiona varias llamadas al día de personas que tienen dificultades para afrontar el duelo en estas fechas. «Lo que hacemos es un acompañamiento de forma individual a cada persona que sufre una pérdida, para ayudarla a que sea ella misma la que saque sus recursos propios para afrontar estas dificultades», afirma.
Durante los últimos meses, Pérez se ha enfrentado a situaciones complicadas y dolorosas relacionadas con la muerte de algún familiar. «Lo que más hace sufrir es haber perdido a tu ser querido y no saber las condiciones en las que murió, ni haber podido despedirte de él; también el no tener velatorio, ni entierro, ni funeral…», señala. Por eso «hay que intentar ayudarlos a ver que hay otro tipo de despedidas, por el bien y la salud de los que quedan aquí».
Lo que ofrece su equipo de voluntarios —psicólogos y técnicos formados en el centro de escucha de los camilos— son 20 llamadas, una o dos veces por semana, cada una de media hora. El objetivo es que la persona cuente y descargue todo lo que lleva dentro hablando de su situación, mientras que el que escucha lo hace empatizando, sin juzgar ni valorar lo que ha hecho o lo que ha dejado de hacer cada persona. «Ofrecemos una aceptación incondicional y empática» señala, «ayudando si es necesario a que la otra persona verbalice lo que le pasa». «No damos consejos ni ofrecemos trucos psicológicos, sino un proceso que despierta en la persona lo que tiene que trabajar y los recursos que tiene que potenciar».
El final del proceso es que la persona se sienta anímicamente mejor y sea capaz de afrontar su día a día con normalidad, desde que se levanta hasta que se acuesta. «Poco a poco vamos separando las sesiones para ver si es capaz de sobrellevar su dolor sin angustia, depresión, estrés o miedo. Todo para que pueda seguir sola su camino», dice la coordinadora del teléfono de escucha del Arzobispado de Madrid.
Únicamente en casos excepcionales se orienta a la persona a buscar los servicios de un profesional si lo necesita, «y siempre dejamos nuestra puerta abierta para que, si algún día tiene un bache, pueda volver a ponerse en contacto con nosotros».
Un gran dolor
En la parroquia Santa María de la Esperanza, al norte de la capital, fueron llegando poco a las noticias del fallecimiento de algunos feligreses. Como desde hace tiempo funciona allí un grupo de acompañamiento del duelo, fueron ellos los encargados de contactar con los familiares para ofrecer ese apoyo. «El padre Chema, uno de los agustinos de la parroquia, nos iba pasando una lista con las personas que iban falleciendo, y empezamos a llamar a sus familiares, al principio con bastante miedo, porque en la mayoría de los casos no conocíamos a esas personas, y además no contábamos con el lenguaje de los gestos, por lo que tuvimos que empezar con bastante humildad», dice Pepa Setién, coordinadora del grupo.
Para esa primera llamada, como con todas las que siguen, «te tienes que preparar un rato antes. No puedes marcar el número a ver qué pasa. Te vas a situar delante de un gran dolor, de una gran fragilidad, y ahí debes coger unas fuerzas que sabemos que vienen de Dios. Has de interiorizar lo que va a pasar, como una forma de orar, y saber que Él está ahí y te va a ayudar», explica.
Solo así se pueden enfrentar estos días a situaciones como la de una mujer que pasó 26 horas encerrada en casa con el cadáver de su marido sin que nadie fuera a recogerlo. «Y cuando llegó la ambulancia, vio por la ventana cómo metían a su marido en un ataúd y se lo llevaban: esa fue toda su despedida», cuenta Pepa. O la de otra mujer que tardó mes y medio en averiguar dónde estaban las cenizas de su marido. «Es muy dramático todo lo que queda después de estas pérdidas», asegura. «La mayoría no ha podido cumplir con los ritos funerarios habituales, y normalmente los más afectados son las personas mayores, lo cual es un añadido tremendo a este sufrimiento».
Por eso, su misión es «apagar el dolor inicial, acompañarlos y que sepan que estamos ahí para escucharlos si lo necesitan». Pero esta escucha no es una escucha pasiva: «No se trata de que ellos hablen solos ni de estar todo el rato oyendo al otro sin decir ni mú. Siempre hay una grieta por la que poder introducir alguna herramienta de duelo». «Los ayudamos a que ellos formen parte de la decisión que tienen que tomar. Nadie está teledirigido. Cada uno es el protagonista principales de su recuperación».
La herida del que escucha
Las singulares características que tiene el acompañamiento del duelo hacen que esta herramienta esté pasando factura también a quien es el encargado de escuchar y acompañar. Pepa Setién habla del «sanador herido» al aludir al dolor que atraviesa también el acompañante: «Te das cuenta de que nada humano te es ajeno, y que lo que les pasa a los demás también te afecta. No somos robots. Pero es verdad que el humanizar tu propia herida te ayuda a atender mejor las fragilidades de los demás».
Por su parte, Edita Pérez reconoce que al principio de la pandemia recibía muchas llamadas todos los días, y aunque se preparaba mentalmente para afrontar situaciones muy duras. «He tenido jornadas muy difíciles y he pasado noches enteras sin dormir dándole vueltas a la situación de una persona, algo que nunca me había pasado antes».
Durante muchas de esas llamadas «he llorado mucho», y a veces se ha encontrado «con un sentimiento de impotencia al no poder acompañar como quisiera, no poder dar un abrazo, no ofrecer ni un gesto ni una mirada…». Además, el no poder estar junto a tus compañeros y no poder desconectar por tener que estar en casa todo el tiempo han hecho más difícil la situación, lo que le hace reconocer que «los duelos en esta pandemia son más duros que los que había antes», tanto para los que los sufren como para quienes acompañan.