Espe y Moja o cómo vivir el «fui forastero y me hospedasteis»
La asociación El Abrazo de Damieta ofrece un camino de misericordia para los exmenas mediante la acogida en familias. Les dan un lugar en el que vivir y, sobre todo, ayuda para lanzarse al mundo
Año 1219, quinta cruzada. San Francisco acude a Damieta (Egipto) para tener un encuentro con el sultán Al-Kamil, sobrino de Saladino. Los términos exactos de la conversación que mantuvieron son desconocidos, pero sí fue muy elocuente cómo acabó: con un abrazo público entre el musulmán y el santo cristiano. Ocho siglos después, en Madrid se sigue dando este gesto a través de El Abrazo de Damieta, una asociación formada por personas que acogen en sus casas a jóvenes en situación de calle, fundamentalmente exmenas, «chicos desamparados, con muy buen perfil, pero que por su situación son carne de cañón para una vida delincuencial». Es Espe –Esperanza Sánchez– la que habla, una de las iniciadoras del proyecto. Desde hace tres meses tiene consigo en casa a Moja –forma españolizada de Mohamed–, que provenía directamente de una casa okupa en El Molar después de tener que salir del centro de menores no acompañados de Ceuta el mismo día que cumplió los 18. Hasta allí había llegado después de pagar a la Policía marroquí 50 euros en la frontera.
Moja y Espe se conocieron en la parroquia Santo Tomás Apóstol de Madrid, base de operaciones de la asociación Bocatas. Ambos están integrados en ella para acompañar y hacer amistad con los drogodependientes de la Cañada Real.
De Santo Tomás salió también David Delgado, otro de los acogedores, a propuesta de Jesús Martín, el vicario parroquial. Era 2019 y David se acababa de trasladar a una casa nueva, toda equipada, con tres habitaciones que destinó una para él, otra para hacer deporte y otra para rezar. Le «liaron» con la proposición, pero lo tuvo claro: si se negaba, «no seguiría mi camino cristiano ni el “fui forastero y me acogisteis”». Así que desmontó la habitación que hacía las veces de gimnasio y llegó Abdelhakim, que venía de vivir con dos drogadictos dentro de un coche abandonado en un polígono industrial. A la semana, David se iba de vacaciones: le dejó las llaves al chaval –sus amigos no entendían nada– y, cuando volvió, «las plantas estaban cuidadas y las tortugas no se habían muerto», ríe. El exmena ya ha volado y se mantiene por su cuenta. Es verdad que no siempre sale bien, porque estos chicos tienen que elegir y a veces se equivocan. Le pasó con uno de ellos: «Lo eché porque no iba por el buen camino; mi casa no es una fábrica de ninis, es una ayuda hasta que arrancan, pero si no evolucionan…».
En el polo opuesto, Yasin, uno de sus acogidos en la actualidad. Pasó de Nador a Melilla con su padre, de legal, pero ahí se quedó en el centro de menores; a los 18 años, a Madrid. Se metió en follones, «peleas» nos cuenta, y estuvo tres meses en Alcalá Meco, pero ahora no quiere saber nada de su vida de antes. «No, no, no, no», repite. Y desde este pasado sábado, también vive con ellos Boi. Tardó tres años, de los 16 a los 19, en cruzar África desde su Guinea Bissau natal con destino Libia; desde allí pensaba pasar a Italia. Pero las mafias imponen su ley y Boi no se fiaba de que en algún momento lo embarcaran. «Les pagas, y cuando quieren… Y si no, no hay ningún sitio donde quejarte». Se fue a Marruecos y allí, en agosto de 2017, saltó la valla de Ceuta.
Una experiencia de misión
Yasin, Boi, Moja… Y también Houdaifa, 19 años, de Tetuán, que cuando fue acogido por Juan Méndez y José María Mazarico, Maza, dormía en el suelo de la carnicería que limpiaba por las noches. Ahora sueña con ser profesional del kick boxing. Si hay algo en lo que coinciden todos los exmenas es en que ahora están y viven «tranquilos». También en su afán por salir adelante: hacen cursos de cocina gracias a entidades como Plaza de los Oficios y Cesal. En esta última trabaja Felipe Rojas, otro de los iniciadores de El Abrazo de Damieta. «Esto es una propuesta para ser misioneros hoy: un grupo de amigos que nos encontramos con una realidad creciente de jóvenes en la calle para los que no había suficientes o apropiados recursos, y que decidimos hacer una amistad con ellos que no fuera solo para darles un techo», explica. Así, los chavales «perciben una novedad en nuestra manera de vivir, que es la propuesta cristiana, y a su vez hay un reconocimiento de una presencia real en ellos difícil de no acoger, que es Cristo».
Para ayudar a las familias en esta experiencia, se les entrega una imagen de la Virgen del Abrazo el día que les llega un chico, durante una ceremonia de bienvenida. «Es un signo de que lo que se vive es una misión –cuenta Felipe–. Así, cuando hay dificultades, las familias pueden hacer memoria y saber por Quién están ahí». En casa de Espe, el día que Moja entró, leyeron una carta de su familia en la que decían ser conscientes de que estaba allí en parte por lo que habían rezado por él. Como dice el chico entre risas, lo suyo es el genuino abrazo entre «moros y cristianos».