La Iglesia en España cuenta ya con 137 nuevos mártires que han sido beatificados este 2021. En mayo subieron a los altares en Astorga tres enfermeras de Cruz Roja víctimas de la persecución religiosa en nuestro país, desatada durante los años 30 del pasado siglo. En octubre fueron 127 en Córdoba y cuatro en Tortosa, y en noviembre otros tres en Manresa. Con ellos pasan de los 2.000 los mártires españoles de esta época, mientras en Roma y en las diócesis españolas se encuentran en estudio las causas de otros dos millares más.
A ellos hay que añadir los mártires de Quiché (Guatemala), beatificados en abril, entre los que hay tres misioneros españoles asesinados en los años 80 por su compromiso social y espiritual. En este año también han recibido un nuevo impulso procesos tan dispares como el de Andrés Garrido, un fraile mercedario del siglo XVIII; el agustino Mariano Gazpio, misionero en China durante el siglo XX; el padre Huidobro, capellán militar durante la Guerra Civil en el bando nacional, o el seglar Víctor Rodríguez, un sencillo hombre campo padre de diez hijos que falleció hace tan solo unos años.
Todos ellos –los que están, los que estarán y todos aquellos cuyos nombres solo Dios conoce– forman parte de una constelación de santos de los que nos podemos sentir muy orgullosos. En un momento de incertidumbre –un cambio de época, como dice el Papa, que parece haberse acelerado en los últimos meses–, los españoles contamos con unos hermanos mayores a los que pedir ayuda cuando nos haga falta, modelos de una fe fuerte y humilde como la de nuestros grandes santos.
Cuando miramos sus vidas puede parecer que las circunstancias, su fe, sus esfuerzos y méritos…, fueron algo excepcional, lejano a nosotros. No es verdad. Cada santo tuvo su tiempo y la gracia para vivirlo. Viendo sus historias, uno es consciente de que, en tiempos recios, no podemos mirar hacia otro lado, sino a Aquel a quien todos ellos miraron. Y como ellos, transformar el mundo: este, el nuestro, no otro.
Nos toca a nosotros.