Esclavos por unos gramos de cocaína
El mayor supermercado de la droga de Europa está en Madrid. Más de 12.000 dosis diarias salen de la Cañada Real Galiana, controlada por clanes que obtienen beneficios millonarios de este negocio ilegal. La parroquia de Santo Domingo de la Calzada, junto con Cáritas Madrid y otras organizaciones sociales, ha creado Encuentros con dignidad, un espacio que ofrece comida, ducha, descanso y apoyo a los trabajadores de los puntos de venta, que soportan jornadas de más de 14 horas diarias a cambio de unos gramos de droga
Al sur de Madrid se encuentra el conocido como el mayor supermercado de la droga de Europa. De los 15 kilómetros sobre los que se extiende la Cañada Real Galiana, un asentamiento de que da cobijo a alrededor de 40.000 personas, dos están copados por las casas donde se encuentran los puntos de venta de droga, controlados por clanes y familias de narcotraficantes. Pequeños negocios, a primera vista, pero con una infraestructura apabullante. Solo el clan de El Bigotes, desarticulado recientemente, tenía bajo su minúscula residencia varios búnkeres subterráneos donde se almacenaban toneladas de heroína y cocaína. No es de extrañar que este negocio ilegal, que vende alrededor de 12.000 dosis diarias tan solo en Madrid, mueva alrededor de diez millones de euros en beneficios al año, según los datos ofrecidos por la Policía Nacional.
Para gestionar estas pequeñas grandes infraestructuras se necesita mano de obra. Están los que vigilan la valla y dan el aviso si llega la Poli; quienes cuidan las puertas de acceso al interior; aquellos que preparan minuciosamente las bolsitas con la dosis exacta de droga y doblan los papeles de plata… «Estos mal llamados trabajadores son personas que un día pasaron por Cañada a recoger su dosis, entablaron llamémosle amistad con los vendedores e hicieron un trato. A cambio de cuidarles la casa, la puerta, los caballos… tendrían cocaína y heroína gratis. Son realmente los esclavos de la droga, que trabajan jornadas de 14 horas como mínimo a cambio de una dosis, algo de comida y dos maderas o una tienducha de campaña para dormir en la esquinita más cutre que se pueda uno imaginar, sin acceso a electricidad ni a agua corriente», explica Manuel Claros, responsable del Centro de Tratamiento de Adicciones (CTA) de Cáritas Madrid.
En la Cañada Real Galiana «hay alrededor de 150 personas en esta situación» y su perfil es variado. «Hemos visto chavales de 20 años y hombres de 60. Hay españoles, gente de Europa del Este, magrebíes, latinoamericanos…», señala Claros. El porcentaje mayoritario es masculino, «aunque nos hemos sorprendido porque hay más mujeres de lo habitual. El baremo debe de oscilar entre el 60 % de hombres y 40 % de mujeres, no más. A ellas, eso sí, les encargan las tareas más minuciosas: las encuentras dentro de las casas, pesando la droga y metiéndola en bolsitas».
Un lugar de descanso
La fotografía diaria de los alrededores de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada es propia del imaginario de los decadentes años 80. «Cuando desembarcas en la Cañada Real por primera vez te deja impresionado ver a decenas de personas en la calle, consumiendo con la jeringuilla pinchada», recuerda el responsable del CTA. Este fue el motivo por el que la parroquia puso en marcha hace tres años el proyecto Encuentros con dignidad, en colaboración con las religiosas Adoratrices, los hermanos de San Juan de Dios y Cruz Roja. El objetivo era ofrecer a los trabajadores de los clanes, sempiternos y vigilantes en las puertas, adictos a las jeringuillas e incluso agredidos físicamente por sus jefes, un espacio de descanso y apoyo. «Cáritas Madrid se incorporó al proyecto en febrero. Nos lo pidieron desde la parroquia porque no tenían gente suficiente para hacer labor de calle». Lo explica Juan José Iriarte, educador social y el responsable de Cáritas Madrid en el proyecto.
Ahora, Iriarte y otro miembro del equipo pasean diariamente por los dos kilómetros que concentran el mercado de la droga en España. «Nuestro trabajo es darnos a conocer e invitar a estas personas a que tres veces a la semana –lunes, miércoles y viernes– pasen por las instalaciones de la parroquia a desayunar, ducharse, dejar la ropa sucia y llevarse ropa limpia y, sobre todo, para tener un espacio tranquilo donde descansar», explica el educador social. En ocasiones, el maltrato de los jefes del clan hacia sus trabajadores es tan grande que ni siquiera les dejan media hora de espacio para irse a duchar. «Muchas veces tenemos que negociar con los dueños de los puntos de venta para que puedan venir a la parroquia». Otros incluso llegan a escaparse para acudir al proyecto.
Todo el apoyo para salir de Cañada
De las 90 personas que acuden a estos Encuentros con dignidad, alrededor de 20 han decidido salir de la Cañada Real. «En cuanto nos dicen que quieren dar un paso adelante, movilizamos todos los recursos a nuestro alcance para que puedan empezar el proceso», señala Claros. Fue el caso de Juan Carlos, un madrileño de 50 años que comenzó su adicción a la heroína a los 28 años. «He pasado por muchas épocas: he estado muy enganchado, he delinquido por culpa de la adicción y he terminado en la cárcel en varias ocasiones, he intentado desengancharme solo y también con ayuda», explica. «En alguna ocasión logré estar limpio, sobre todo gracias a la ayuda del capellán de Soto del Real, el padre Paulino Alonso. Pero siempre volvía a caer». Esta última vez «estaba en Cañada hacía tres años, como tantas veces que he estado tirado allí. Decidí hacer algo con mi vida, porque tenía tres alternativas: la cárcel, el cementerio o desengancharme de una vez por todas».
Una vez tomada la decisión, Juan Carlos pasó por varios centros de desintoxicación hasta que llegó al CTA de Cáritas Madrid. «Por las noches he estado durmiendo en CEDIA 24 horas –también de la Cáritas madrileña– hasta que me han facilitado la posibilidad de dormir en una pensión. Estoy muy agradecido por la confianza, porque en la pensión nadie me controla, puedo llegar a la hora que quiera. Y que den ese paso es importante para mí», explica. El siguiente movimiento de Juan Carlos será pasar a formar parte de un piso de reinserción y continuar en el Centro de Tratamiento de Adicciones, donde ha descubierto su afición a la cerámica y enseña orgulloso a la periodista su última creación, una jarra. «Yo antes era cerrajero, y uno de nuestros educadores me ha pedido que cree una escultura de hierro que simbolice las adicciones. Ahí me tienen, estudiando como loco».
El CTA de Cáritas Madrid comenzó en el año 2000 de la mano de un grupo de sacerdotes que trabajaban con víctimas de VIH, «y estamos funcionando desde entonces con personas adictas a la heroína, la cocaína, el cannabis, y sobre todo el alcohol. Cerca de 1.000 personas han pasado ya por aquí», explica Manuel Claros. «En este centro tratamos las adicciones desde un ámbito psicosocial, con distintos profesionales como médicos, psicólogos y trabajadores sociales», añade. En paralelo, el proyecto ofrece un centro de día en el que los participantes pueden desayunar y comer, ducharse y lavar la ropa, y realizar talleres grupales que mejoran el tratamiento de sus adicciones.