Es urgente liberar las inteligencias de los europeos
Ha nacido en París la Plataforma Cultural One of Us, con el manifiesto Por una Europa fiel a la dignidad humana
Hace algo más de 70 años arrancaba en La Haya el más sugestivo proyecto para Europa de la Edad Contemporánea. Todavía las cicatrices de la terrible guerra mundial estaban vivas y los estragos promovidos por unos poderes totalitarios con un programa deshumanizador habían despertado las conciencias europeas. Había que edificar otra Europa fundamentada en el más alto concepto de la dignidad humana.
En las resoluciones del Congreso de La Haya se afirmaba que el proyecto de «unión europea» debía fundarse sobre una «unidad viva y profunda», que era la de «un patrimonio común de civilización cristiana, de valores espirituales y culturales y de una lealtad común a los derechos humanos fundamentales». Los padres fundadores –Schuman, De Gasperi, Adenauer, Spaak– fueron fieles a este espíritu fundacional y pusieron en marcha el proceso de integración europea, que ha proporcionado el período más prolongado de paz y prosperidad en el continente.
70 años después Europa, sin embargo, se encuentra en una encrucijada, «víctima de un proceso de deconstrucción que tiene muchos y amenazantes rostros», en palabras del politólogo francés Pierre Manent. La conciencia de esta encrucijada es el fundamento de la creación de la Plataforma Cultural One of Us, que el pasado 23 de febrero se puso en marcha en el Senado de Francia por el tenaz impulso de Jaime Mayor Oreja y con el liderazgo intelectual del profesor emérito de La Sorbona Rémi Brague.
Quienes participamos en la densa jornada fundacional de la plataforma reflexionamos en torno al manifiesto con que esta ha nacido. Se trata de un severo diagnóstico de la crisis que, paso a paso, ha ido tomando cuerpo en las últimas décadas y que se está incrustando en todos los ámbitos de la sociedad europea. Tiene dos características, que hacen que exija un tratamiento tan apremiante como complejo. Por una parte, es una crisis no superficial sino de fondo, porque es de naturaleza moral y antropológica y pone en cuestión el concepto mismo de dignidad humana, que ha sido el fundamento del proyecto humanista europeo. Por otra parte, está avanzando de modo vertiginoso, de modo que las propuestas de ingeniería social se encadenan unas con otras, provocando una realidad inimaginable tan solo 20 años atrás.
Todo el edificio en riesgo
La sociedad europea, con facilidad pasmosa, está abandonando certezas sobre asuntos centrales de la existencia y convivencia humanas, que han sido los pilares de nuestra civilización: la concepción de la vida, del matrimonio, de la familia, de la naturaleza de las cosas, de la justicia, e incluso de nuestras libertades. Lo más grave de este trastocamiento de valores básicos es una concepción selectiva de la dignidad humana, que deja indefensos a los más débiles, y que nos retrotrae –como recordó con énfasis un participante alemán– a las páginas más negras de nuestra reciente historia.
No podemos engañarnos. Si se deconstruyen los valores y conceptos morales básicos, todo el edificio europeo –la democracia, las libertades, el imperio del Derecho, la solidaridad– está en riesgo, aunque este juicio no lo perciba todavía la mayoría de la sociedad europea. Por eso Rémi Brague puso el acento en la urgente tarea de despertar las conciencias y liberar las inteligencias de los europeos, porque se está instalando un «dulce terror» en los espíritus, que expulsa del debate en las instituciones y en la opinión pública lo que contradice el discurso hoy dominante. Algo que no es nuevo en la inteligentsia europea, como en otros tiempos denunciara con vigor Raymond Aron.
¿Quiénes deben ser los sujetos principales de esta batalla cultural? Resulta evidente que no debe en ningún caso tener carácter confesional, pero los cristianos estamos llamados a estar en primera línea y no debemos rehusar este compromiso, que tiene alcance histórico. Habrá que tejer alianzas, mediante un efectivo ejercicio del diálogo, con quienes perciban la necesidad de redescubrir el «bien común» europeo. Si algo quedó patente en la jornada del Senado francés es que esta acción debe tener dimensión europea y que la tentación del repliegue nacional iría contra la misma historia. Así como en nuestro pasado, nuestro destino es común.